NI INMIGRACIÓN NI AYUDAS PÚBLICAS: LOS DATOS MUESTRAN QUE LA BATALLA DE LA NATALIDAD ES DE VALORES

El matrimonio y la religiosidad son los dos únicos factores directamente vinculados a un incremento significativo de la natalidad. Las ayudas públicas o la inmigración solo actúan como paliativos menores o temporales

Foto (contextual): Josue Michel. Dominio público
Es evidente con los datos en la mano: por muchos esfuerzos que pueda hacer la política, no serán las ayudas ni las fronteras abiertas las que llenarán las cunas. Urge volver a descubrir el papel del matrimonio y de los valores.

Giuliano Guzzo da los datos y explica por qué en Il Timone:

Vencer la falta de natalidad

¿Cómo se vive el invierno demográfico? Bonita pregunta, tan bonita que nadie parece tener la respuesta. Ciertamente no la tiene el Viejo Continente, en el que, según Eurostat, los 4,68 millones de niños nacidos en 2008 se han reducido progresivamente -a pesar de las ayudas, los ingentes flujos migratorios y el aumento de la ocupación femenina- hasta detenerse en los 3,88 millones en 2022. Incluso Francia, durante mucho tiempo nación de natalidad envidiable, ha caído a 1,60 hijos por mujer, hundiéndose bajo el decisivo índice de reemplazo (2,1 hijos por mujer) desde hace quince años.

Las cunas vacías también empiezan a ser un problema en Estados Unidos donde, según el Center for Disease Control and Prevention, el organismo federal que se ocupa del control y de la prevención de enfermedades, en 2023 nacieron poco menos de 3,6 millones de niños, casi 76.000 menos que el año anterior, marcando el dato más bajo desde 1979. La situación no es mucho mejor en Rusia, donde en 2023 el índice de natalidad fue de 1,5 hijos por mujer, similar al mínimo histórico de los años 90. Ni en China, donde el año pasado la población disminuyó en más de dos millones de personas.

Allí donde se mire, el invierno demográfico representa un problema real, incluso dramático. Hasta el punto de que lo que se ve por doquier es resignación.

"Los incentivos no bastan"

A este respecto es muy elocuente la portada del número de mayo de The Economist, titulada Dinero a cambio de hijos. Por qué las políticas para incrementar los índices de natalidad no funcionan. El semanario inglés sostiene que "la preocupación de los gobiernos es comprensible... Las sociedades que envejecen y se reducen probablemente perderán dinamismo y potencia militar. Tendrán que enfrentarse a problemas presupuestarios, ya que los contribuyentes tienen que financiar las pensiones y la asistencia sanitaria de innumerables ancianos".

Sin embargo, sigue The Economist, "los gobiernos se equivocan cuando consideran que tienen capacidad para aumentar los índices de natalidad". En realidad, hace tiempo que los expertos hablan de la ineficacia de las políticas de apoyo a la natalidad. "No se ha demostrado que las políticas en favor de la natalidad modifiquen los niveles de fertilidad", declaraba en abril de 2022 Bernice Kuang, demógrafa de la Universidad de Southampton, al Financial Times.

El papel de la fe

Aunque tal vez sea políticamente incorrecto decirlo, otro elemento clave en la natalidad sigue siendo la religión.

Entrevistando a 70.000 mujeres en Estados Unidos a lo largo de casi cuarenta años (de 1982 a 2019), se ha visto que la cifra de mujeres en edad reproductiva que frecuentan la iglesia semanalmente (o más) ha descendido; sin embargo, las que siguen siendo devotas siguen teniendo más hijos que sus coetáneas poco religiosas o totalmente laicas.

Y luego está el curioso caso de los amish. Los miembros de esas comunidades, presentes en Estados Unidos desde el siglo XVIII, de orígenes protestantes, siguen reglas cuando menos severas, que van desde normas de vestimenta a un firme rechazo a todo cuanto huela a progreso: nada de automóviles, teléfonos, móviles ni ordenadores. Incluso nada de electricidad ni agua corriente.

En el último siglo, los amish, gracias a sus elevados índices de natalidad, han pasado de 10.000 a 320.000 personas, un crecimiento superior al 3000% y que no se ralentiza a pesar de que algunos jóvenes abandonan sus comunidades. Hasta el punto que algunos demógrafos estadounidenses empiezan, con ironía, a preguntarse: "¿Cuánto tiempo se necesitará hasta que seamos todos amish?".

Un partido que se juega en los valores

Estos resultados los refuerza el caso del único país rico y avanzado que sigue presumiendo actualmente de unos índices de fertilidad muy altos -iguales o superiores a tres hijos por mujer, como en la Italia de la posguerra-, es decir, Israel. País donde -¡qué casualidad!- también hay un componente religioso muy fuerte.

El conjunto de los datos recordados hasta aquí podría integrarse con otras investigaciones, según las cuales también contribuye a bajar la natalidad la vivienda (está claro que los pisos, cada vez más pequeños, no favorecen los nacimientos) o a elevarla el smart working (tienen más hijos las trabajadoras a quienes se les facilita).

Un dato parece claro: el partido contra la falta de natalidad se juega sobre todo en el terreno cultural; más aún, en los valores.

Las ayudas, los incentivos y todo lo demás serán inútiles -a menudo ya lo son- si no hay un nuevo planteamiento por parte de ese Occidente que, desde hace decenios, se opone a la vida y la familia salvo para darse cuenta de que, si sigue así, está cavando su propia tumba. A la sociedad laica, secularizada y cada vez más anciana no le sirven paños calientes, sino una cura de caballo.

Por lo demás, ¿por qué dos jóvenes habrían hoy de crear una familia en un contexto que, por un lado, les invita a disfrutar de los viajes y una vida "instagramable", sugiriendo como mucho que convivan, y, por otro lado no les ofrece razones de Esperanza en el futuro? Al final, ésa es la clave de todo.

Traducción de Verbum Caro.

Fuente: ReL