Siempre ha llamado la atención que el Evangelio de Juan no narre la institución de la Eucaristía. No vamos a entrar en la discusión de las diversas hipótesis sobre este hecho.
"Yo soy el Pan de Vida". Dominio público |
Dicha doctrina ha sido
sistematizada por san Juan en el discurso de la sinagoga de Cafarnaún,
pronunciado después del milagro de la multiplicación de los panes y peces.
Jesús habla expresamente de comer su
carne y beber su sangre, porque son verdadera comida y verdadera bebida. Y
añade que sólo quien coma y beba de ellos vivirá para siempre. ¿De dónde viene
esta doctrina que, a causa de su realismo, provocará la llamada la crisis de
Cafarnaún? ¿Cuál es la fuente de este magistral discurso? Son muchos los
estudiosos que coinciden en afirmar que la fuente de esta enseñanza proviene,
como es lógico pensar, de Jesús y de sus palabras en la Última Cena, en la que
no se limitaría a decir las fórmulas sobre el pan y sobre el vino.
En dicha cena pascual, el padre de
familia —en este caso Jesús— se explayaba en explicar lo que celebraban y hacía
una larga narración de la Pascua del Éxodo. Hablaría del cordero pascual, de
las hierbas amargas, del simbolismo del pan sin levadura y de la sangre del
cordero. En este contexto, Jesús instituye la Eucaristía y explicaría la nueva
alianza que sellaría con su sangre al día siguiente. El evangelista Juan
tomaría de su explicación las ideas esenciales y elaboraría, con otros datos de
su propia reflexión, el discurso del capítulo 6 de Juan, que es considerado
como una auténtica homilía litúrgica según el estilo sinagogal.
Hay, además, un dato de especial
importancia. Se trata de las palabras de Jesús que, según los estudiosos,
parecen el paralelo de las que en la Última Cena pronuncia sobre el pan: «El pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo»
(Jn 6,51). San Lucas dice: «Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros»
(Lc 22,19). El paralelismo es notable. Sin embargo, la palabra carne, en
paralelo con sangre, encaja mejor en el pensamiento semítico que define al
hombre como carne y sangre. Jesús afirma que su carne será el pan que dará para
que el mundo viva. No puede haber mayor claridad sobre el realismo eucarístico,
que Jesús explicitará aún más con las expresiones: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera comida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,55-56).
Es sabido que, en la reforma de
Lutero, esta verdad de fe se rechaza de plano, no sólo al negar el carácter
sacrificial de la Eucaristía, sino la realidad de la transubstanciación, que
Lutero la reduce a «impanación», es decir: la presencia
de Cristo se da junto a la del pan que no se convierte en Cuerpo de Cristo, por
lo que, terminada la celebración, sigue siendo pan. El pan, en realidad, pasa a
ser mero símbolo, pero no es el Cuerpo de Cristo; y lo mismo puede decirse del
vino.
El realismo eucarístico de los evangelios, y en especial de Juan y del primitivo texto de Pablo en su primera carta a los Corintios, queda esfumado. Según la fe católica, Cristo no se hace presente junto al pan y el vino. Por la acción del Espíritu, el pan y el vino se convierten en comida y bebida de la Iglesia, que no es otra cosa que el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo que permanecen en las especies eucarísticas después de la misa. Por eso, se conservan en el sagrario para adorarlas y reconocer que Cristo vive real y sustancialmente presente entre nosotros bajo el velo del misterio.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia