Sofía Puente, hermana agustina del Monasterio de la Conversión en Ávila, explica cómo su encuentro con Dios transformó su vida y la ayudó a enfrentar la enfermedad
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Sofía Puente: Dominio público |
“Yo crecí en una familia que no era practicante ni estaba
interesada por la fe”, explicó la hermana agustina, que encontró la vocación
religiosa casi por casualidad. A los 15 años, tras un cambio de
colegio, tuvo la oportunidad de unirse a un grupo de confirmación.
“No fue nada planeado, lo que hace más sorprendente aún mi encuentro con el
Señor”, señaló. Esta decisión, que tomó casi por inercia, marcó el inicio de su
camino en la fe: “Empecé a interesarme cada vez más por la Iglesia y, para
ser coherente, comencé a ir a misa
de forma más regular”.
En 2016, Sofía participó en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)
en Cracovia, un evento que consolidó su fe: “Me di cuenta
de que la Iglesia estaba viva, y que se ponía en práctica todo lo
que había recibido durante mi confirmación”.
Con 18 años tuvo cáncer: “Me acerqué más a la fe”
Sin embargo, el
verdadero desafío llegó antes de cumplir 18 años, cuando fue
diagnosticada con cáncer. “Tenía un linfoma, un ganglio maligno en el
cuello... en lugar de alejarme, durante la enfermedad me acerqué más
a la fe”, recordó.
La enfermedad se convirtió en una oportunidad para profundizar en su relación
con Dios. “Mi fe pasó a ser un pilar muy fuerte, pero a la vez
estaba agitada”, compartió. Durante este tiempo, Sofía
experimentó una lucha interior: “Era como discutir con Dios, preguntarle ‘¿por qué ahora,
Señor?’. Pero me di cuenta de que esa lucha era bendecida,
como la de Jacob con el Señor. Lo podría ofrecer y, de
pronto, la
enfermedad se volvió algo que podía dar fruto”.
‘Sofi, ¿tú no te has planteado ser monja?’
Sofía también habló sobre el momento en que decidió entrar en el Monasterio de la
Conversión, influenciada por una confesión y
una pregunta
clave de su hermana: “Verónica me preguntó, ‘Sofi, ¿tú no
te has planteado ser monja?’. Fue entonces cuando empecé a
tomar en serio esa posibilidad”. Poco después, un voluntariado en el
Monasterio de la Conversión confirmó su llamado: “Allí
encontré esa perla preciosa de la que se habla en el Evangelio... Sentí que, en lugar de
volver a casa, dejaba mi verdadero hogar”.
Por último, ha dirigido un mensaje a las jóvenes que podrían
estar considerando una vida religiosa: “Les diría lo mismo que dijo Juan Pablo
II: no
tengan miedo de abrir las puertas a Cristo. Dios no nos quita
nada, nos lo da todo. Cuando llega la llamada, también llega mucha alegría. El Señor nos llama
para ser felices, no para amargarnos la vida. ¿Cómo no vamos a responder?”.
Fuente: ECCLESIA