El hecho es que
un hombre del deporte, Luis de la Fuente, uno que está en la cresta de la ola,
ha dejado pasmado a medio mundo porque se santigua antes de empezar su trabajo.
Luis de la Fuente: Dominio público |
Para gran parte de la sociedad este gesto primigenio de la tradición cristiana se ha vuelto extraño e incomprendido, hasta llegar a pensar que se trata de una forma de superstición, de un modo de invocar a la buena suerte.
Empecemos por ahí antes de tanto
aspaviento. ¿Cuántas veces hemos oído a los catequistas contar que los niños
llegan sin saber hacer la señal de la cruz? Pero no sacamos conclusiones. El
hecho es que un hombre del deporte, uno que está en la cresta de la ola, ha
dejado pasmado a medio mundo porque se santigua antes de empezar su trabajo. Me
refiero al seleccionador nacional de fútbol, Luis de la Fuente.
Además,
con una sencillez que desarma, ante cámaras y micrófonos, ha aclarado que
santiguarse no tiene nada que ver con una de tantas supersticiones como botar
sobre el pie izquierdo, tocar la hierba del campo o el borde la mesa.
No,
este es un gesto de fe. ¡Fe! Y la gente, de pronto, se ha parado y ha entendido
con sorpresa que un hombre de fama y de éxito profesa eso que hoy parece tan raro
y que se llama fe, y además lo manifiesta en público, y además está dispuesto a
dar razón de su fe y de su esperanza, como decía el apóstol.
No
creo que Luis de la
Fuente haya ido a un cursillo de evangelización (de tantos
al uso) pero nos ha dado una lección a todos: ha explicado que la fe tiene que
ver con el sentido de la vida, y que él ha experimentado que sin Dios la vida
ni se aclara ni se disfruta. Bueno, esto último lo digo yo, pero seguro que
está de acuerdo conmigo.
Cuando
Luis se santigua no pretende algo tan ridículo como que Dios haga ganar a su
equipo. De eso se encarga él, entrenando de maravilla a sus jugadores. Lo hace
para expresar su conciencia de que sólo Dios da solidez y belleza a todo en
nuestra vida. Ojalá ganemos el domingo, Luis. En cualquier caso, muchas
gracias.
José Luis Restán
Fuente: ECCLESIA