Entendemos que solicitar un sacramento a la Iglesia es gratuito, pero hay que tomar en cuenta otros aspectos que generan gastos y que deben cubrirse
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Shutterstock | Andrii Medvediuk |
La Iglesia se encarga de administrar cada
sacramento. Y también tiene necesidades materiales. Sus miembros sostienen el
culto, su misión y a todos los que de manera directa, exclusiva y por vocación
trabajan en ella. Aportan talento, tiempo y dinero para que ella pueda
desarrollarse y crecer.
Los sacramentos no se venden
¿De qué manera se ayuda a la Iglesia? Mediante
la contribución espontánea, los llamados estipendios de la Misa, las
limosnas que se recogen en la Misa, donaciones y la ofrenda en el momento de
solicitar un sacramento o un sacramental
Pero ¡ojo! Los sacramentos de la Iglesia no se
venden ni se compran. No tienen precio ni valor económico.
Querer comprar o vender, por ejemplo, el
perdón, la condición de hijos de Dios, el Cuerpo de Cristo, etc., es absurdo.
La gracia divina que llega a las personas a través de los sacramentos es
invaluable pues consiste en la participación de la misma vida divina.
La parte administrativa genera gastos
Pero la gestión y la administración de los
sacramentos sí implican una compensación, una ofrenda que evidentemente SE
PROPONE a los que los solicitan.
Sin embargo no es absolutamente
obligatorio; si alguien o alguna familia no pueden dar su ofrenda, no se le
niega el sacramento ni la acción de la Iglesia a su favor.
“Que cada uno dé como propuso en su corazón, no
de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor
9, 7).
Algunos critican como injusto y oneroso lo que
se les pide, por ejemplo en el caso de los matrimonios para el pago de
trámites, empleados, luz, limpieza, etcétera.
Pero una parroquia tiene gastos: además del
sustento del párroco, a veces tiene que pagar empleados, debe separar una parte
para la administración diocesana, el mantenimiento de un templo (que exige
acciones, a veces urgentes, como impermeabilización, reparaciones, reformas,…)
y sólo Dios sabe cuántas personas pobres dependen de la ayuda parroquial.
La Iglesia ofrece lo recibe de Dios, pero
solicita la corresponsabilidad
Jesús es conciso, y en su expresión no deja
ningún hueco para la duda. Por un lado dice: “Gratis lo han recibido todo,
denlo todo gratis” (Mt 10,8). Y por otro Jesús dice que el que trabaje para el
Evangelio viva del Evangelio. “Permaneced entonces en esa casa, comiendo y
bebiendo lo que les den; porque el obrero es digno de su salario…” (LC 10,
7).
Además hay que
tener en cuenta que un sacerdote no ejerce su ministerio solo durante ocho
horas diarias, como si fuera un trabajador más; un sacerdote no tiene
horario, está en servicio las 24 horas del día: horas en el confesionario,
horas de despacho, horas en los cursos presacramentales, horas para administrar
la parroquia, horas para las visitas a los enfermos, etcétera.
Las colectas no
son grandiosas y no importa tanto lo que entra sino el uso que se hace de
ellas. La generosidad en las limosnas redunda en el bien de todos.
Y aunque en
todas las parroquias hay un consejo de economía, hay libros de contabilidad con
las cuentas claras, y la Iglesia o las parroquias, no acostumbra a alardear de
la caridad hecha o de las limosnas repartidas o de las limosnas dadas. Jesús
dijo: “Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo
que hace tu derecha” (Mt 6,3).
Y otra cosa:
los cristianos deben asumir todas las consecuencias de profesar la fe,
incluyendo el aspecto económico.
Henry
Vargas Holguín
Fuente: Aleteia