El camino de la fe no consiste en alcanzar la perfección personal. Se trata de una transformación continua alimentada por el amor
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La Cuaresma es una época de
introspección. Es, ante todo, un tiempo para examinar nuestros corazones y
mentes y fortalecer nuestra decisión de llevar una vida adecuada, de amor, una
vida que podamos llamar buena.
Pero en esta búsqueda de la virtud, puede acechar una sutil
trampa. A menudo acabamos centrándonos en nosotros mismos y en nuestra propia
perfección, en lugar de en la gracia de Dios y en el sufrimiento de los demás.
Esto puede ser especialmente cierto cuando hacemos un seguimiento de nuestro
progreso en virtudes como la caridad, la paciencia o el perdón.
Hacer el bien sin alardear
Consideremos las poderosas palabras de Jesús en Mateo
6, 3: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha». El pasaje es,
como suele ocurrir con Jesús, bastante radical. No se trata necesariamente de
ocultar tus buenas obras a los demás, sino, sobre todo, a ti mismo.
En otras palabras, se refiere a la motivación interior que hay
detrás de nuestras buenas acciones. Cuando hacemos un seguimiento meticuloso de
nuestros actos de caridad, ¿nos mueve un amor genuino por el prójimo o el deseo
de engrosar la cuenta?
Pensemos en el Buen Samaritano (Lucas
10, 25-37). No se detuvo a ayudar al hombre herido porque necesitara tachar
una «buena acción» de alguna lista de Cuaresma. Actuó por compasión, con el
corazón conmovido por el sufrimiento que tenía ante sí.
Crecer en el amor a Dios y al prójimo
Hacer un seguimiento de nuestro progreso puede convertirse en un
ejercicio de orgullo. Podemos sentirnos superiores a los demás en función de
nuestro progreso percibido, o desanimarnos cuando nuestros «números» no son lo
suficientemente altos. Este ensimismamiento nos desvía del verdadero objetivo:
crecer en el amor a Dios y al prójimo.
Siempre podemos cambiar nuestro enfoque. En lugar de perseguir
virtudes, los maestros espirituales del pasado siempre han aconsejado practicar
la reflexión activa. Después de un acto de bondad, tómate un momento para orar
en silencio. Agradece a Dios la oportunidad de servir y
pídele que te siga guiando para vivir como Cristo.
Actuar de acuerdo a las enseñanzas de Cristo
Concéntrate en el impacto que hemos tenido en los demás. ¿Nuestras
acciones han aportado alegría, consuelo o alivio? ¿Ejemplificaron las enseñanzas
de Cristo? Esta reflexión nos permite celebrar la obra de Dios en nosotros sin
perder de vista la humildad.
Recuerda que el camino de la fe no consiste en alcanzar la
perfección personal. Se trata de una transformación continua, alimentada por el
amor, que nos permite servir mejor a Dios y a los que nos rodean. Hagamos de
esta Cuaresma una temporada de cuidado genuino, no de autoindulgencia.
Daniel Esparza
Fuente: Aleteia