"Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en oscuridad. Tu muerte me ha liberado"
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Mónica Muñoz/Aleteia |
La compulsión humana de ofrecer sacrificios a
Dios se remonta al principio de los tiempos. Abel «trajo uno de los mejores
primogénitos de su rebaño» (Gn 4, 4)
y lo ofreció a Dios en sacrificio. Una vez que las aguas del diluvio se
retiraron y el arca descansó en tierra firme, Noé «construyó un altar al Señor
y ofreció holocaustos en el altar» (Gn 8, 20).
Abraham era tan devoto de Dios que estaba
dispuesto a sacrificar incluso a su propio hijo amado en obediencia a Dios (Gn 23,
9-14). Cuando el arca de la alianza regresó a Jerusalén y «fue colocada en
su lugar, David ofreció holocaustos y ofrendas de paz ante el Señor» (2
Samuel 6, 17).
El valor de la suprema ofrenda
Lo que mueve a todas estas personas santas a
ofrecer sacrificios, es su conciencia de las grandes obras de Dios realizadas
en su favor. Pero Dios nos ha dado algo que no se puede comparar con lo que dio
a Abel, Noé, Abraham y David. Dios nos ha amado tanto que nos envió a su Hijo
único. Y ese Hijo, Jesús, murió en una cruz por nosotros. ¿Cómo podemos honrar
eso? ¿Qué podría ser suficiente?
La única
respuesta adecuada a la suprema generosidad de Dios con nosotros es hacerle un
don de lo que nos ha dado. La Eucaristía es un sacrificio: la «respuesta humana
al acto creador de misericordia de Dios» (P. Colman O’Neill, O.P.).
La ofrenda
litúrgica de la Eucaristía es nuestro acto sacrificial de agradecimiento. Por
nuestra unión con Cristo en la Misa, nuestro sacrificio de agradecimiento se
une al sacrificio que Jesús hizo de sí mismo al Padre.
Un sublime
sacrificio
La maravilla
del amor que irradia la Eucaristía nos mueve a exclamar: gracias, Jesús, por
morir por mí. Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante
que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en la oscuridad.
Tu muerte me ha
liberado, me ha levantado, me ha llenado de alegría, me ha bendecido con
esperanza, me ha dado energía, me ha animado, me ha dado una pasión por la vida
que no podría encontrar de otra manera. Te amo, Jesús. Te doy las gracias,
Jesús. Tu sacrificio me hace querer hacer de mi vida un sacrificio sin fin para
ti.
Peter
Cameron, OP
Fuente: Aleteia