Las palabras de Jesús al comienzo de su ministerio público son válidas para cada momento histórico: «Se ha cumplido el tiempo —dice— y está cerca del Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).
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Dominio público |
La llegada de Jesús en la «plenitud del tiempo»
(Gál 4,4) significa que el tiempo ha alcanzado su momento culminante como
historia de salvación. Al entrar el Hijo de Dios en la historia, ésta alcanza
un significado nuevo porque el tiempo pasa a ser una dimensión de Dios.
El tiempo, cada época, se remite a
quien es Señor del tiempo, de manera que, mirado hacia el pasado o hacia el
futuro, recibe de Cristo la salvación que el hombre espera. De ahí, que, a
renglón seguido, Jesús diga que «está
cerca el reino de Dios».
Sobre el significado de la expresión «reino
de Dios» se ha escrito
mucho en la exégesis y en la teología. Se reconoce en general que se trata de
la soberanía de Dios en los hombres que acogen con fe a su enviado. Jesús, ante
Pilato, al ser preguntado por su realeza, afirma que la pertenencia a su Reino
se concreta en «ser
de la verdad» y «escuchar su voz» (Jn 19,37).
Son dos condiciones inseparables
porque Jesús es la Verdad en sentido absoluto, que trasciende las verdades que
cada época tiene y consagra por tales, o las que el hombre autosuficiente se
crea a la medida de sus propias necesidades e instintos. El Reino del que habla
Jesús está cerca (en otro lugar dice «entre
vosotros» o «en el interior de
vosotros»: Lc
17,21). Quiere decir que no hay que buscarlo fuera en signos aparatosos, sino
en el interior mismo del corazón donde habita la verdad si el hombre se atreve
a descubrirla y no la sofoca. No es precisamente nuestro mundo ni nuestra
cultura proclive a la «interioridad». El hombre actual
prefiere desparramarse en las cosas y saciar sus necesidades en lo más inmediato
que toca con sus sentidos.
Jesús habla de «conversión», que es el camino
inverso al alejamiento de Dios y, por tanto, del hombre tal como ha sido
forjado por sus manos. Convertirse es desandar la senda equivocada, volver
sobre los propios pasos de la autonomía desquiciada que gira en torno a uno
mismo sin referencia a la Verdad. Dicho de manera positiva, convertirse es
abrirse al Evangelio, creer. Escribo Evangelio con mayúscula para diferenciarlo
de los cuatros evangelios canónicos que lo contienen.
En san Marcos Evangelio se
identifica con la persona de Jesucristo. De ahí que inicie su escrito diciendo:
«Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios»,
situando a Jesús como el objeto, el contenido del evangelio. Deducimos, pues,
que si Jesús da plenitud al tiempo como historia de salvación es porque, en sus
palabras y en sus hechos, trae la salvación de Dios y se ofrece a los hombres
para que le acojan con fe.
No nos adherimos en principio a una
idea o relato extraordinario. Nos convertimos a él para participar de su Reino.
En definitiva, él es la buena noticia de un reino que se implanta en el corazón
de los hombres cuando le acogemos como Hijo de Dios y vivimos conforme a la
Verdad que entraña su persona. Jesús se convierte en la oferta definitiva que
Dios hace a los hombres, tras el envío de muchos profetas, para que encuentren
la salvación. Ya no se trata de un profeta más. Es el Hijo.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia