El tercer domingo de Adviento es conocido con la palabra latina «gaudete», que significa «alegraos». Es la exhortación de san Pablo a la Iglesia de Tesalónica para que permanezcan siempre en la alegría de la espera del Señor.
Dominio público |
El profeta presenta al pueblo de Dios desbordado de gozo como un novio o novia
adornado con sus joyas. Y el salmo de este domingo recoge el Magníficat de
María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios
mi salvador» (Lc 1,46). La que lleva a en su seno al Mesías exulta de gozo con
la salvación presente.
En el Evangelio, una legación de
Jerusalén, inquietos por el bautismo que realiza Juan en el Jordán, le pregunta
si es él el Mesías. Al responder que no lo es, le acosan de nuevo con preguntas
y le reprochan que bautice si no es el Mesías ni Elías ni el Profeta. Juan
responde con estas palabras: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno
que no conocéis, el que viene detrás de mí, al que no soy digno de desatar la
correa de su sandalia» (Jn 1,26-27). Y más adelante añade: «El que bautiza con
Espíritu Santo».
Dado que los enviados de Jerusalén
eran expertos en la ley, entenderían el enigma de la sandalia, que alude a la
ley del levirato sobre el matrimonio. Cuando una mujer quedaba viuda, el
hermano del difunto podía casarse con ella, pero si renunciaba, debía quitarse
la sandalia y dársela al siguiente pretendiente. Así aparece en la preciosa
historia de Rut, que fue la abuela de David. Cuando Juan Bautista dice que no
es digno de desatar la correa de la sandalia de Jesús lo señala como el Mesías
esposo, el que tiene derecho a desposarse con Israel. Y, como Mesías, será
quien bautice con fuego.
Esta ambientación de la expectativa
del Mesías dispone a la Iglesia a prepararse para recibirlo en Navidad. Él
viene a habitar en medio de nosotros como el esposo que trae la alegría y los
dones mesiánicos. San Pablo nos da las claves para la preparación: ser
constantes en la oración; no apagar el Espíritu en nosotros; examinar todo y
quedarnos con los bueno; guardarnos de toda forma de maldad; y, finalmente, que
custodiemos la totalidad de nuestro ser —cuerpo, alma y espíritu— hasta la
venida del Señor.
En estos días, el ambiente navideño va
por otros camino: compras, regalos, fiestas y gastos en el adorno de las
ciudades. Nada malo tiene esto, si impera la sobriedad y la atención a los
pobres. Pero celebrar la Navidad así y olvidar los consejos del apóstol supone
una devaluación del sentido de la fiesta y del misterio que encierra. El
contraste entre el belén de Jesús y el «belén» de las ciudades indica que así no se
recibe al Mesías. Y puede darse la paradoja que ya sucedió en el nacimiento de
Cristo: que no encontró un lugar en la posada. Esta frase no revela sólo la
indiferencia de los posaderos. El Evangelio quiere decir que el Hijo de Dios no
halló un sitio digno para él, para nacer en un pueblo que esperaba un mesías
distinto. La paradoja de hoy puede ser aún más llamativa. Como cristianos,
esperamos el nacimiento de Cristo, pero puede suceder que, si nuestra
preparación no es la adecuada, es decir, la que indica la Iglesia domingo tras
domingo, el Hijo de Dios no encuentre un sitio para nacer y pase de largo por
delante de nuestra casa. Por eso, Jesús invita en sus parábolas a orar y
vigilar para que cuando llegue el esposo encuentre la casa preparada. Sólo así
entenderemos a qué alegría somos invitados.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia