En la Trapa de Dueñas (Palencia) el día comienza a las 4:30 de la madrugada. «Toda nuestra vida se desarrolla en el ámbito de la clausura, en el silencio y la soledad y en una comunidad fraterna monástica", cuenta el abad de la comunidad
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P. Juan José Domingo Falomir, abad de Dueñas. |
El padre Juan José Domingo Falomir, nacido
en 1966 en Burriana (Castellón), ingresó en este monasterio en 1987 e hizo su
profesión solemne en 1993, siendo ordenado sacerdote en el año 2001. Es
licenciado en derecho canónico por la Universidad de Navarra.
La vida del padre Juan José cambió este 18 de
enero. Llegó al monasterio de San Isidro de Dueñas, desde Roma, donde era
consejero del abad general de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia.
«Vine a participar en la elección como un miembro más del monasterio y resulté
elegido. Dejé el cargo que tenía en Roma y ya me quedé en el monasterio como
abad», recuerda en esta entrevista.
–¿Cómo es un día normal para ustedes en el monasterio?
–En el monasterio la jornada está ordenada a la
búsqueda de Dios. Somos una orden de vida íntegramente contemplativa. Esto
significa que no tenemos un apostolado activo externo, como lo tienen los
religiosos de vida apostólica. Normalmente toda nuestra vida se desarrolla en
el ámbito de la clausura, en el silencio y la soledad y en una comunidad
fraterna monástica.
Los tres pilares fundamentales en los que se apoya nuestra
vida y en lo que empleamos la mayor parte de nuestra jornada son los
siguientes: el primero, la celebración de la liturgia en el coro cantada y la
oración personal. El segundo es la lectio divina, a la que un
monje dedica de dos a tres horas diarias. El trabajo, principalmente manual, al
que dedicamos unas cinco horas al día, es el tercer pilar. Un trabajo sencillo
y humilde que se pueda realizar en un ambiente de silencio y oración y sirva
para nuestro sustento.
–¿A qué hora empieza la jornada en el monasterio?
En este monasterio, nos levantamos a las 4:00 de la
madrugada y nos retiramos al descanso nocturno a las 21:00 de la noche. La
gente se preguntará, ¿por qué se levantan tan pronto? El motivo es la
celebración de las vigilias, el primer oficio litúrgico en el coro que debe
tener carácter nocturno. Después tenemos un tiempo largo de lectio divina y
oración personal.
A las 6:30 son las laudes y terminadas las laudes
celebramos la Eucaristía. Después el desayuno. Durante el día y hasta vísperas,
el tiempo se reparte entre el trabajo manual, la lectio divina y las horas
menores: tercia a las 8:30, sexta antes de la comida y nona a las 15:00 de la
tarde.
La celebración de las vísperas es una oración cantada,
preciosa, al caer la tarde. Sigue la cena y una reunión breve en la sala
capitular. Posteriormente, cantamos el oficio de completas y la Salve Regina
solemne cisterciense, con lo que termina nuestra jornada.
Es una jornada intensa, que está bastante regulada,
pero a la vez, es una jornada contemplativa, llena de armonía y belleza. Llegar
a vivir así requiere de cierta ascesis y generosidad en la entrega por parte
del monje.
– A los laicos, la vida contemplativa nos resulta muy
dura, precisamente por lo que nos ha hablado de los horarios, el silencio… Hay
personas que se preguntan, ¿para qué sirven las órdenes contemplativas?
–Cuando el Concilio Vaticano II se refirió a la vida
monástica, dijo que esta vida, que está en el corazón de la vida de la Iglesia,
tiene una fecundidad apostólica misteriosa, pero eficaz.
En realidad, los monjes y las monjas tenemos que vivir
la gracia bautismal, como cualquier otro cristiano. Lo que ocurre es que el
monje o la monja vive el Bautismo dedicando toda su vida con una especial
consagración a Dios, a través de los votos y el modo de vida monástico.
Todo lo cristiano debe leer la Palabra de Dios y
meditar la Palabra; sin embargo, el monje, la monja, se dedica a ello de modo
especial, dejando atrás otras ocupaciones o aficiones legítimas, su vida
cotidiana está organizada de tal modo que favorezca esta dedicación. Y así
ocurre también con la oración litúrgica.
El monje y la monja, si viven bien su vida monástica,
son un faro de luz en medio del mundo, señalando proféticamente a las
realidades eternas. Con el testimonio de nuestra vida entregada enteramente a
Dios, nuestra misión en la Iglesia consiste en rogar y ayudar a la Iglesia
peregrina, que, en aún en medio de la vida ordinaria, se encamina a la Patria
celeste, al Cielo.
–En estos años, ¿han tenido aumento de vocaciones,
como es el caso de algunas órdenes femeninas contemplativas?
–Nuestra comunidad, gracias a Dios, siempre ha tenido
vocaciones, pero en estos últimos años hemos visto disminuir el número de
candidatos que desean ingresar. La vida monástica, tanto masculina como
femenina, ha sufrido poco más o menos la misma carencia de vocaciones que la
vida apostólica, aunque quizá no tanto.
En España, se ha estado cerrando un monasterio al mes.
¿El motivo? Las monjas se van haciendo mayores y las entradas no están en
proporción con los fallecimientos. En España, el número de monasterios
masculinos es mucho menor que el de monasterios femeninos.
No obstante, es verdad que hay monasterios que tienen
más novicios o novicias para su monasterio que otros institutos de vida
religiosa activa para toda España. Por ejemplo, hay institutos de vida
religiosa que no tienen ni un solo candidato para toda una provincia religiosa.
Es poco frecuente que haya monasterios que tenga más de dos novicios o profesos
temporales, pero sí es verdad que sigue habiendo vocaciones para la vida
monástica, aunque no tanto como quisiéramos.
Tenemos que rezar más para que Dios conceda vocaciones
a la vida religiosa y consagrada. Pero no solamente esto, también tenemos que
aprender a formar mejor a los que llegan y a discernir mejor.
– ¿Cómo están viviendo estos momentos de guerra en
Tierra Santa?
–Tenemos que pedir a Dios, nuestro Señor, la paz, para
que mueva los corazones hacia el bien, se abandone el uso de las armas y se
entre en una dinámica de solidaridad, de aceptación mutua y de comprensión.
Esto es muy importante. Me acuerdo ahora de que san Juan XXIII decía que la paz
es el bien supremo. Efectivamente, no hay bien más grande que el de la paz. La
paz entre las naciones, la paz entre las sociedades, las comunidades, las
familias, la paz en los corazones.
La paz es el bien supremo. Cuando una persona no desea
la paz, es porque su corazón está enfermo, tiene una enfermedad espiritual.
Tenemos que pedir al Señor que sane los corazones y que inspire buenos deseos
de paz. Nuestro corazón está con el pueblo de Palestina e Israel. Pedimos para
que llegue a ellos la ayuda que necesitan y que es de justicia que reciban.
Matilde
Latorre de Silva
Fuente:
El Debate