COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: "AMAR COMO AMA DIOS"

Que Jesús fue un personaje polémico para los diversos grupos religiosos de su tiempo es un dato innegable. La conciencia que tenía de sí mismo, como Hijo de Dios y enviado por él al mundo, determinó su comportamiento y su interpretación de la ley judía.

Dominio público
De ahí que suscitara sospechas, confabulaciones y críticas de ir contra el templo y contra la ley. Escribas, fariseos y saduceos le hacían preguntas malintencionadas para poder acusarle ante el Sanedrín. 

El Evangelio de este domingo sitúa la escena en este contexto de polémica: «Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué mandamiento es grande en la ley?». En las traducciones corrientes, la pregunta se presenta así: ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Pero, el texto griego no dice «el mandamiento principal», sino un «mandamiento grande». 

Es obvio que, si le hubieran preguntado por el mandamiento principal, no habría malicia en la pregunta, pues era una cuestión fácil de responder. Ahora bien, dado que en su tiempo existían 613 preceptos y prohibiciones, al preguntarle por un «mandamiento grande», ponían a Jesús en una situación delicada, pues debía escoger entre los que consideraba grandes, y precisamente ahí estaba la trampa.

La respuesta de Jesús es muy hábil, pues responde con lo que ningún judío ponía en discusión según el texto del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y añade: «Este es el mandamiento principal y primero. Pero el segundo es igual de importante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¡De estos dos mandamientos penden la Ley y los profetas!». Jesús no entra en el debate sobre la jerarquía de los mandamiento y responde, por elevación, apelando al primero y principal de todos, que es el amor a Dios, fuente de la moral judía. 

Pero, además, añade que hay un mandamiento tan importante como el primero: el amor al prójimo, que se extiende no solo a los miembros del pueblo de Israel, lo cual se matizaba según las escuelas, sino a todos los semejantes, puesto que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza. Si siguiéramos leyendo el Evangelio, observaríamos que, no contento con esta respuesta, Jesús aprovecha la ocasión para preguntarles por el Mesías. Podríamos decir que Jesús, a su vez, les tiende una trampa, de la que no salen airosos. Por eso termina el texto diciendo: «Ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie a plantearle más cuestiones».

La cuestión sobre lo principal de la ley o de la moral es también hoy una cuestión vigente. La oposición entre un perspectiva vertical u horizontal del amor es un viejo debate de escuelas que se presentan contrapuestas. En realidad, es una pérdida de tiempo, porque el amor es uno e indivisible y, si se ama a Dios, es imposible no amar al prójimo; y, si de verdad se ama al prójimo «como a uno mismo», se requiere el amor y la gracia de Dios. 

Y precisamente porque este amor al prójimo es difícil, dado que supera la filantropía y el amor de amistad, se nos presenta como «mandamiento» (cf. Kierkegaard, Kant) para que luchemos contra nuestro egoísmo; y se equipara al amor de Dios que ama sin acepción de personas, porque él es el Amor por esencia. 

Es, pues, necesario, mirar siempre a Dios si queremos amar como él, y mirar a Cristo crucificado que, como dice san Pablo, «me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). En su tratado sobre el amor a Dios, san Bernardo lo explica muy bien: «Tú me preguntas por qué razón y por qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios: el método y medida es amarle sin método ni medida».

César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia