Este miércoles, 25 de octubre, fue publicada la Carta de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios
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XVIII Congregación General del Sínodo de los Obispos |
Compartimos el texto integral de la “Carta al
pueblo de Dios” que fue aprobada por la Asamblea sinodal.
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Cuando se acerca la conclusión de los trabajos
de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la hermosa y rica
experiencia que acabamos de vivir. Este tiempo bendecido lo hemos vivido en
profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por vuestras
oraciones, llevando con nosotros vuestras expectativas, vuestras preguntas y
también vuestros miedos.
Han pasado ya dos años desde que, a petición
del Papa Francisco, se inició un largo proceso de escucha y discernimiento,
abierto a todo el pueblo de Dios, sin excluir a nadie para “caminar juntos”,
bajo la guía del Espíritu Santo, discípulos misioneros siguiendo a Jesucristo.
La sesión que nos ha reunido en Roma desde el
30 de septiembre constituye una etapa importante en este proceso. Por muchos
motivos, ha sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez, por
invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud
de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las
discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de los
Obispos. Juntos, en la complementariedad de nuestras vocaciones, de nuestros carismas
y de nuestros ministerios, hemos escuchado intensamente la Palabra de Dios y la
experiencia de los demás. Utilizando el método de la conversación en el
Espíritu, hemos compartido con humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras
comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu
Santo quiere decir a la Iglesia hoy.
Así hemos experimentado también la importancia
de favorecer intercambios recíprocos entre la tradición latina y las
tradiciones del Oriente cristiano. la participación de delegados fraternos de
otras Iglesias y Comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente nuestros
debates. Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un mundo en
crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado dolorosamente
en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad peculiar, más
aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la guerra se
intensifica.
Hemos rezado por las víctimas de la violencia
homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción les han
arrojado a los peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado nuestra
solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los hombres que en
cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de paz.
Por invitación del Santo Padre, hemos dado un
espacio importante al silencio, para favorecer entre nosotros la escucha
respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Durante la vigilia ecuménica
de apertura, experimentamos cómo la sed de unidad crece en la contemplación
silenciosa de Cristo crucificado. “La cruz es, de hecho, la única cátedra de
Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, encomendó sus discípulos
al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn 17,21). Firmemente unidos en la
esperanza que nos da Su Resurrección, Le hemos encomendado nuestra Casa común,
donde resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor
de los pobres: ‘¡Laudate Deum!’”, recordó el Papa Francisco precisamente al
inicio de nuestros trabajos. Día tras día, hemos sentido el apremiante
llamamiento a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la
Iglesia es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí misma, sino poniéndose
al servicio del amor infinito con el que Dios ama el mundo (cf. Jn 3,16).
Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia
con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los
alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!” Este amor debe
seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y
eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre, en la mitad del
camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús. “Es la
confianza” lo que nos da la audacia y la libertad interior que hemos
experimentado, sin dudar en expresar nuestras convergencias y nuestras
diferencias, nuestros deseos y nuestras preguntas, libremente y humildemente.
¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos
separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno
participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicada en
la palabra “sínodo”. No se trata de una ideología, sino de una
experiencia arraigada en la Tradición Apostólica. Como nos recordó el Papa al
inicio de este proceso: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la
sinodalidad […] promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la
comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco
abstractos” (9 de octubre de 2021). Los desafíos son múltiples y las preguntas
numerosas: la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de
acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo
continuar el trabajo”.
Para progresar en su discernimiento, la Iglesia
necesita absolutamente escuchar a todos, comenzando por los más pobres. Eso
requiere, por su parte, un camino de conversión, que es también un camino de
alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los
pequeños” ( Lc 10,21). Se trata de escuchar a aquellos que no tienen
derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la
Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo en todas sus formas, en
particular en algunas regiones de los pueblos indígenas cuyas culturas han sido
humilladas. Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de
escuchar, con espíritu de conversión, a aquellos que han sido víctimas de
abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y de comprometerse
concretamente y estructuralmente para que eso no vuelva a suceder.
La Iglesia necesita también escuchar a los
laicos, a las mujeres y a los hombres, todos llamados a la santidad en virtud
de su vocación bautismal: el testimonio de los catequistas, que en muchas
situaciones son los primeros en anunciar el Evangelio; la sencillez y la
vivacidad de los niños, el entusiasmo de los jóvenes, sus preguntas y sus
peticiones; los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria. La Iglesia
necesita escuchar a las familias, sus preocupaciones educativas, el testimonio
cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger las voces de aquellos
que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos
participativos de discernimiento y de decisión. La Iglesia necesita
particularmente, para progresar en el discernimiento sinodal, recoger todavía
más las palabras y la experiencia de los ministros ordenados: los sacerdotes,
primeros colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es
indispensable en la vida de todo el cuerpo; los diáconos, que a través de su
ministerio representan la preocupación de toda la Iglesia por el servicio a los
más vulnerables. Debe también dejarse interpelar por la voz profética de la
vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas del Espíritu. Y debe
también estar atenta a aquellos que no comparten su fe, pero que buscan la
verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu, Él que ofrece “a todos
la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este
misterio pascual” (Gaudium et spes 22).
“El mundo en el que vivimos, y que estamos
llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el
fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión.
Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la
Iglesia del tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos
tener miedo de responder a esta llamada. La Virgen María, primera en el camino,
nos acompaña en nuestro peregrinaje. En las alegrías y en los dolores
Ella nos muestra a su Hijo y nos invita a la confianza. ¡Es Él, Jesús, nuestra
única esperanza!
Ciudad del Vaticano, 25 de octubre de 2023
Vatican News