El mayor temor es verlos pasar hambre
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Comedor de Beryslav |
El sacerdote
greco-católico ucraniano da testimonio de la dificultad de vivir en las zonas
más afectadas por la guerra y más cercanas al frente. Su esposa Iryna relata la
alegría de conocer, junto a un grupo de jóvenes, al Papa en Lisboa:
"Compartiendo pan y agua con nosotros, Francisco sintió nuestro dolor, y
fue precioso para todos nosotros".
"Fue un
encuentro en un ambiente sencillo y acogedor, y al mismo tiempo muy
emotivo". Así describe Iryna Bilska a Radio Vaticano - Vatican News la
conversación que el Papa mantuvo con un grupo de jóvenes ucranianos asistentes
a la JMJ, que tuvo lugar en la Nunciatura Apostólica de Lisboa el pasado 3 de
agosto. Bilska, que estaba presente, cuenta cómo "mientras nuestros jóvenes
ucranianos contaban sus historias sin poder contener las lágrimas, el Papa
Francisco escuchaba a todos con mucha atención, ofreciendo palabras de consuelo
y apoyo. Nos aseguró sus oraciones por nuestro pueblo ucraniano".
Iryna, esposa
del padre Oleksandr Bilskyi, sacerdote greco-católico, es uno de los cuatro
adultos que acompañaron a los jóvenes desde distintas partes de Ucrania,
devastada por la invasión rusa desde hace año y medio. "Llevamos al Santo
Padre regalos simbólicos", cuenta la mujer, "espigas de trigo, agua y
pan, para decirle que la guerra que continúa en Ucrania no sólo trae muerte y
destrucción, sino que existe el riesgo de que también traiga hambre". Para
los ucranianos, ofrecer una hogaza de pan a los invitados es un gesto
tradicional de bienvenida y amistad, y por eso, como explica Iryna, los jóvenes
apreciaron mucho que el Papa quisiera compartirla con ellos: "Junto con él
comimos este pan y bebimos esta agua. Al compartir el pan con nosotros,
compartió nuestro dolor, y eso fue muy valioso para todos nosotros".
La historia de
Beryslav contada al Papa
Todos los
presentes en el encuentro estaban marcados por la guerra, unos más, otros
menos. Entre ellos había jóvenes de regiones y ciudades como Kharkiv,
Zaporizhzhia, Kherson, lugares entre los más afectados. Iryna, acompañada de
sus dos hijas, contó al Papa Francisco la historia de Beryslav, una pequeña
ciudad de la región de Kherson, en el sur del país. Aunque la joven no nació
allí, Beryslav se ha convertido en un lugar muy querido para ella porque su
marido, el padre Oleksandr, ejerce su servicio sacerdotal en una pequeña
comunidad greco-católica local, que ha llegado a ser como una familia para
ellos. Beryslav está situada en la orilla derecha del río Dnipro y fue ocupada
por los rusos durante las primeras fases de la invasión de Ucrania. Fue
liberada por el ejército ucraniano en noviembre del año siguiente. Durante los
nueve meses de ocupación rusa, esta pequeña comunidad greco-católica ofrecía
diariamente comidas calientes a los necesitados en su cantina, instalada en el
interior de la iglesia recién construida. Cuando empezó la guerra, el padre
Oleksandr no estaba en la ciudad, lo que le impidió llegar a su comunidad
durante la ocupación. Sin embargo, aunque a distancia, se las arregló para
llevar la cantina. Volvió allí tras la liberación y ahora continúa su
ministerio, a pesar de que Beryslav es bombardeada continuamente.
La situación
humanitaria, cada vez más crítica
"Ahora en
Beryslav y en los pueblos de los alrededores, a lo largo del río Dnipro",
cuenta Don Oleksandr a Radio Vaticano-Vatican News, "la situación es muy
difícil porque al otro lado del río, muy cerca, hay tropas enemigas. Sólo
cuatro kilómetros separan Beryslav de los militares rusos, con otros pueblos la
distancia baja a dos o tres kilómetros. "Esto significa que todo lo que
tienen en su arsenal vuela hacia nosotros. La destrucción es considerable:
cerca del 50% de las casas de Beryslav ya han sufrido daños. Hace quince días
fue alcanzada la zona cercana a nuestra parroquia, un fragmento del misil
atravesó la vidriera, rebotó en la pared y cayó sobre el trono del obispo,
detrás del altar. Dentro de la iglesia estaban nuestras voluntarias, las
mujeres, que preparaban el almuerzo para los necesitados y gracias a Dios nadie
resultó herido. Otro trozo de metralla entró en la pared de la casa
prefabricada que utilizamos como cocina, nuestros voluntarios también estaban
trabajando allí y resultaron ilesos".
En las calles
de Beryslav y también en el patio de la parroquia hay muchos fragmentos y
metralla de los misiles o morteros, signos tangibles de la intención de segar
vidas. Iryna llevó algunos de ellos a Lisboa, para que la gente pueda tocar con
sus propias manos el sufrimiento real de la gente. También le regaló un par al
Papa Francisco. Durante un año y medio", prosigue el padre Oleksandr,
"Beryslav y los pueblos de los alrededores, a orillas del Dnipro, han
estado sin gas. En muchos pueblos no hay electricidad y, por tanto, tampoco
agua. En algunos pueblos, el agua se bombea de los pozos una o dos veces por
semana y la gente intenta abastecerse. Por lo tanto, hay una gran necesidad de
kits de higiene y agua potable. En Beryslav hay un poco, pero no siempre,
porque si hay bombardeos, se va la electricidad y por tanto no hay agua. Vivir
en estas condiciones es muy difícil. De los 12.500 habitantes que vivían en
Beryslav antes de la invasión rusa, ahora quedan unos 3.000, 120 de los cuales
son niños. "Pedimos a los padres que se lleven a sus hijos, les animamos a
hacerlo, pero tienen sus propias convicciones y se quedan", dice el padre
Oleksandr con pesar, "e intentamos ayudarles en la medida de lo posible.
Ahora estamos iniciando una campaña para comprar a estos niños kits escolares,
porque siguen estudiando, aunque en esa zona la enseñanza es online, cuando hay
internet, necesitan cosas para la escuela".
El mayor temor
es verlos pasar hambre
Tras el relato
del sacerdote sobre los fragmentos de misiles que llegaron a la iglesia, que
cada día se "transforma" en un gran comedor para los necesitados,
surge la pregunta de si la gente no tiene miedo de ir a comer. "La gente
tiene miedo, pero tiene hambre", responde el párroco, "cuando la
situación en la ciudad es tranquila, viene más gente, cuando hay bombardeos,
vienen menos, pero siguen viniendo". El miedo es un concepto del que no se
habla mucho en Ucrania. Es natural que la gente lo tenga, porque todo el mundo
quiere vivir. La cuestión es que la gente consiga superarlo para poder ayudar
al prójimo. La familia del P. Oleksandr vive en Ternopil, al oeste del país,
pero él va a Beryslav todas las semanas durante tres o cuatro días y luego se
marcha en busca de fondos y ayuda para llevar a la población.
A veces se
queda en su parroquia una o dos semanas, según la situación y las necesidades
de los habitantes. Parte del camino que recorre hasta Beryslav pasa junto al
río Dnipro, y es muy arriesgado viajar por allí. ¿Tengo miedo? Claro que tengo
miedo", explica, "pero tengo más miedo de no poder llevar comida a la
gente de los pueblos; es mucho más aterrador mirarles a los ojos y ver la
esperanza defraudada. No temo tanto por mí como por nuestros voluntarios, que
están allí todos los días". El padre Oleksandr, junto con sus feligreses y
los voluntarios del comedor, cree firmemente en el poder de la oración. Sólo el
Señor nos sostiene", subraya, "en la oración nos da la fuerza para
seguir adelante y hacer buenas obras, para que la gente con la que nos
encontramos pueda sentir la presencia de Dios y la presencia de la Iglesia en
sus vidas en estos tiempos oscuros".
El llamamiento
a no permanecer indiferentes
Mientras el
padre Oleksandr estaba en Roma, visitada de paso durante un breve viaje por
Europa, su esposa Iryna, con sus dos hijas, regresaba de Lisboa, donde había
tenido lugar aquel inolvidable encuentro con Francisco en el marco de la
JMJ."Para mí fue una gran sorpresa", dice, "porque nos
informaron del encuentro con el Papa el día antes de que tuviera lugar.Lo veo
como una gran gracia de Dios, que quizás el Señor nos ha querido conceder para
recompensarnos por nuestros pequeños esfuerzos, por convertirnos en
instrumentos en sus manos para ayudar a los necesitados".Dirigiéndose a
los católicos de todo el mundo, el padre Oleksandr da las gracias a todos los
que han rezado, rezan y seguirán rezando por Ucrania."También me gustaría
decir que seguimos sufriendo", subraya, "tenemos grandes heridas en
el alma y en el cuerpo y que todo el pueblo ucraniano está sufriendo, desde el
más grande al más pequeño.
La guerra no
cesa y seguimos sufriendo. Y por eso os pedimos que habléis de nuestras
heridas, de nuestro dolor, para que todos, toda la comunidad mundial, haga todo
lo posible para detener al agresor que ha entrado en nuestra tierra y que
quiere destruir al pueblo ucraniano.Pedimos a todos los católicos que no
permanezcan indiferentes y pedimos, ante todo, oración.Todos somos una Iglesia
y somos un solo cuerpo.Y si algo nos hiere, todo el cuerpo sufre.Por eso, el
mundo entero no debe alejar nuestro dolor, sino ayudarnos a curar nuestras
heridas mediante la oración y haciendo todo lo posible para detener al agresor
que ha venido a destruirnos".
Svitlana
Dukhovych - Ciudad del Vaticano
Vatican News