La Iglesia no existe para sí misma, existe para los demás, en particular para quienes más ayuda necesitan. Ésa es la clave de la misión que le encomienda Jesús a los apóstoles, explica el cardenal Cantalamessa.
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Foto: Belisario de Jesús / Cathopic. Dominio público |
Se dice que Pedro es el primero en el sentido fuerte de que es cabeza de los demás, su
portavoz, quien les representa. Jesús especificará más tarde, en el mismo
Evangelio de Mateo, el sentido de ser "primero", cuando dirá "Tú
eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia..."
Pero no quería detenerme a analizar el primado de Pedro, sino más
bien el motivo que
lleva a Jesús a escoger a los doce y a enviarles. Se describe así: "Jesús
al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y
abatidos como ovejas que no tienen pastor". Jesús vio la muchedumbre y
sintió compasión: esto
le llevó a escoger a los doce apóstoles y a enviarles a predicar, a curar, a
liberar...
Se trata de una indicación preciosa. Quiere decir que la Iglesia
no existe para ella misma, para su propia utilidad o salvación; existe para los demás, para el
mundo, para la gente, sobre todo para los cansados y oprimidos. El Concilio Vaticano II dedicó un
documento entero, la Gaudium et spes, a mostrar cómo
la Iglesia existe "para el mundo". Comienza con las conocidas
palabras: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de
los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón".
"Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque
estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor". Los pastores
de hoy, desde el Papa hasta el último párroco de pueblo, se presentan, desde
esta perspectiva, como los depositarios
y continuadores de la compasión de Cristo. El fallecido cardenal vietnamita François-Xavier Van Thuan, que
había pasado trece años en
las prisiones comunistas de su país, en una meditación dirigida al
Papa y a la Curia Romana, dijo: "Sueño con una Iglesia que sea una 'puerta
santa' siempre abierta, que abrace a todos, llena de compasión, que comprenda
las penas y los sufrimientos de la humanidad, una Iglesia que proteja, consuele
y guíe a toda nación hacia el Padre que nos ama".
La Iglesia debe continuar, tras su ascensión, la misión del
Maestro que decía: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os daré descanso". Es el rostro más humano de la
Iglesia, el que mejor le reconcilia con los espíritus, y que permite perdonar
sus muchas deficiencias y miserias. El padre Pío de Pietrelcina llamó al hospital que fundó en San
Giovanni Rotondo Casa de alivio del sufrimiento:
un nombre hermosísimo que sin embargo se aplica a toda la Iglesia. Toda la
Iglesia debería ser una "casa de alivio del sufrimiento". En parte,
hay que reconocer que lo es, a no ser que cerremos los ojos a la inmensa obra de caridad y de asistencia que
la Iglesia desempeña entre los más desheredados del mundo.
Aparentemente las muchedumbres que vemos a nuestro alrededor, al
menos en los países ricos, no parecen "cansadas y abatidas", como en
tiempos de Jesús. Pero no nos engañemos: tras la fachada de opulencia, bajo los
techos de nuestras ciudades, hay mucho cansancio, soledad, desesperanza, y a veces incluso
desesperación. No parecemos muchedumbres "sin pastor", dado que
muchos luchan en todos los países para convertirse en pastores del pueblo, es
decir, en jefes y controladores del poder. Ahora bien, ¿cuántos entre ellos
están dispuestos a llevar a la práctica el requisito de Jesús: "Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis"?
Fuente: Homilética/ReL