El plató de
MasterChef se ha convertido en un púlpito improvisado para este dominico, que,
entre plato y plato, habla de santa Teresa o de confesar
Fray Marcos García. Foto: RTVE/Javier Herraéz. Dominio público |
En lo personal, es un reto que me invita a seguir mejorando día a día y que me
ha ayudado a ponerle sabor a la vida. No he estudiado cocina, pero siempre me
ha gustado este mundo y eso me ha permitido cocinar para mucha gente en
retiros, con amigos, o para diferentes congregaciones. Como religioso, tengo
que decir que no solo de pan vive el hombre. Quiero que las palabras muevan y
el testimonio arrastre.
Lo de MasterChef es una llamada dentro de mi llamada.
No es fácil para un sacerdote salir de su zona de confort para predicar desde
un programa de televisión, porque hay gente que te va a entender y otros que no
están tan abiertos a escuchar cuando hablas de la dimensión espiritual. En este
sentido, también lo asumo como promotor vocacional y juvenil: quizá viendo a un
fraile en televisión algunos jóvenes se animen a dar un paso adelante y a
decirle sí a Jesús en la vida consagrada o en el sacramento del matrimonio.
En general, esta
experiencia me habla de una Iglesia en salida, que no espera a que vengan sus
hijos al templo, sino que va en busca de ellos fuera.
¿Cómo es el ambiente del programa: el
equipo, los concursantes…, todo lo que hay detrás de los fogones?
En la parte humana todos tenemos bajas pasiones, incluyéndome a mí. Queremos
protagonismos y sentir que se nos tiene en cuenta. A veces no se compite con
lealtad y justicia o no hay sinceridad. MasterChef no escapa de eso. Somos
personas y esa humanidad nos lleva a caer en la vulnerabilidad propia del ser
humano, en una competencia no sana, momentos de mucha tensión, comentarios que
hieren a otros… A pesar de ello, se trata de un concurso muy lindo donde damos
de lo que somos.
Me he llevado sorpresas muy grandes. Por ejemplo, los tres
jueces son muy respetuosos. Cuando hay oportunidad de conversar con ellos
siempre hay una palabra de ánimo, una mirada, un abrazo. Y todo el equipo
humano que hay detrás de las cámaras lo da todo, cuida hasta el más mínimo
detalle y siempre hay muy buen trato.
Habla con naturalidad de Dios y de la
Virgen María ante las cámaras. ¿Cómo reciben este mensaje en el programa?
Hay oídos para todo. En su mayoría han recibido la palabra de buena manera. Por
ejemplo, Pepe Rodríguez me decía fuera de cámara que admiraba mi capacidad de
evangelizar. Yo le contestaba que se puede evangelizar sin pretender
conquistar. Samantha Vallejo-Nágera y Jordi Cruz escucharon con
atención el mensaje y siempre lo agradecían. En especial Jordi, que me dijo que
le agradaba la presencia de un sacerdote en el programa.
Un sacerdote con hábito.
Ir con hábito es un signo de esperanza. Habla de mi vocación y me invita a
seguir siendo señal en medio de mi propia debilidad.
¿Qué le dicen los famosos que pasan por el
programa?
Entre los invitados hay actores, cantantes… y a todos se les ha despertado esa
bonita curiosidad de asomarse a ver el hábito. Mario Vaquerizo comentó que era
«admirable» que yo estuviera allí, y dijo, refiriéndose a los sacerdotes, que
«ellos también tienen que estar aquí. Dios tiene que estar aquí». Alguno ha
recordado su niñez como monaguillo. María Zurita y Tamara Falcó me han
impresionado especialmente.
¿Qué relación tiene la Misa con la mesa,
la mística con la mástica?
La gastronomía va más allá de preparar un alimento sabroso. En un plato se
puede reflejar la dedicación, la pasión y la entrega que uno tiene por los
demás. La cocina es un arte cargado de espiritualidad. Puedes tener la despensa
llena y elaborar platos de vanguardia, pero eso se queda corto si no hay nada
más. Me acuerdo en especial de unas dominicas de mi país, Venezuela, donde
escasea la comida, que con una pechuga de pollo y arroz cocinan para un montón
de gente, con un amor más grande que en el mejor restaurante.
Estas mujeres
daban lo que eran, mujeres de oración que le ponen sal a la vida. También
admiro a los padres y madres de Venezuela, que con casi nada preparan la comida
de su familia y son capaces de llenar el estómago y el alma. Les entiendo mejor
ahora, que tuve que hacer en MasterChef un plato con un euro y medio [risas].
Háblenos de su proyecto Predicocinando.
¿En que consiste?
Se trata de fusionar la gastronomía con la predicación del Evangelio en una
espiritualidad que atraiga a católicos y no católicos. Habrá invitados con un
alto sentido de la dignidad humana y todo a través de la cocina. Será como
reproducir lo que pasa en mi país, donde se recibe a las visitas en la cocina y
allí se cuentan historias y se comparte la vida. Estoy creando un canal de
YouTube y quizá salga después en una televisión nacional. Ya tengo alguna
propuesta.
¿Cómo ve el trabajo evangelizador de la
Iglesia en España?
Veo mucho desparpajo entre los españoles, pero se necesita una Iglesia que
difunda aún más la Buena Nueva entre la gente. Cristo saludaría o sonreiría en
el autobús. Ojalá se pongan de moda los buenos modales. O decir un «que Dios te
bendiga» acompañado de una sonrisa, por ejemplo. Eso contagia. Y, además, esa
puede ser la única Biblia que vaya a leer esa persona. Hay que seguir hablando
de Dios, aunque no pronunciemos su nombre.
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega