Gestas de España, un proyecto de divulgación histórica, afirma que "la soberana fue una mujer de una religiosidad tan profunda como sincera"
Uno
de sus últimos vídeos que han divulgado es sobre la biografía de Isabel la Católica, Reina
de Castilla y promotora del descubrimiento de América y de la Conquista de
Granada. Nacida en 1451 en Madrigal de las Altas Torres (un pequeño pueblo de
la provincia de Ávila), hija del rey de Castilla, Juan II, su destino no era el
de reinar.
Fermín
Valenzuela, uno de los impulsores de Gestas de España, analiza para Religión
Confidencial la figura de Isabel la Católica: "Es una de las más complejas de la
Historia de España. De ella se ha estudiado todo, incluso las personas que la
rodearon y acompañaron. En el artículo de hoy, vamos a conocer brevemente la
corte que envolvió a la reina y así detallar una de sus características más
señaladas, su vida religiosa privada. No nos centraremos
en las personalidades que tienen en mente, personajes tan extraordinarios como
los cardenales Mendoza y Cisneros, el Gran Tendilla y el Gran Capitán,
sino en su corte celestial".
Una religiosidad profunda y sincera
La soberana fue una
mujer de una religiosidad tan profunda como sincera. Dentro de esa
religiosidad sobresale su devoción a los santos, a quienes consideraba sus
protectores, intercesores y modelos a seguir, y, por tanto, con los que se
podía tener un trato familiar y acudir a ellos en todo momento.
Para
conocer cuáles fueron sus predilectos, no hay más que acercarse a su
testamento, donde encontramos una recopilación muy interesante al incluir a la Virgen
María; los arcángeles Miguel y Gabriel; san Juan Bautista; los apóstoles Pedro,
Pablo, Juan y Santiago; los santos Francisco de Asís, Jerónimo y Domingo de
Guzmán; y santa María Magdalena. De
ellos se podría hablar detenidamente, pero nos centraremos en los santos sobre
los cuales habla más detalladamente, porque en ellos podemos conocer parte del
carácter de la reina Isabel y algunas de sus acciones durante su vida y
reinado.
La Virgen María
El
puesto principal lo ocupa sin ninguna duda la “la gloriosa Virgen María, su
madre, reyna de los çielos e señora de los ángeles, nuestra señora e abogada”.
La devoción de la reina Isabel a la Madre de Dios es bien conocida y se ha
visto reflejado en multitud de ocasiones. Podríamos señalar, a modo de ejemplo
significativo, que la reina Isabel puso todas las
nuevas catedrales del conquistado reino de Granada bajo la advocación de la
Encarnación. Además, la propia Granada vio la influencia
de la piedad mariana de la reina porque sus dos Vírgenes patronas son una
herencia que dejó Isabel: la Virgen de la Antigua, la primera que tuvo Granada;
y la Virgen de las Angustias, actual patrona de la capital.
Entre
los santos de su corte, sobresalen los Boanerges. San Juan no podía faltar en
el testamento de Isabel. Ella lo consideraba “mi abogado speçial en esta
presente vida e así lo espero tener en la hora de mi muerte e en aquel muy
terrible juizio”. Por eso, no sorprende que se pusiera bajo la protección de
este “águila caudal e exmerada” desde que era princesa de Asturias, y así lo
recogiera en su escudo personal, que se convertiría en el de los Reyes
Católicos. El hermano de san Juan, Santiago el Mayor, no podía faltar. Isabel
tenía muy claro que era el “singular e exçelente padre e patrón destos mis
regnos e muy marauillosa e misericordiosamente dado a ellos por Nuestro Señor
por speçial guardador e protector”. Por eso, fue una gran benefactora del Camino
de Santiago y peregrinó a Compostela incluso en 1486 durante la Guerra de
Granada.
San Francisco de Asís
Sin
embargo, un santo que se ganó el corazón de la reina Isabel fue “el seráphico
confessor patriarcha de los pobres e alférez marauilloso de Nuestro Señor Ihesu
christo, padre otrosí mío muy amado e special abogado”, san
Francisco de Asís.
La
devoción a este santo le dejó una huella muy profunda que mostró de diferentes maneras,
como la petición de ser sepultada “vestida en el hábito del bien auenturado
pobre de Ihesu Chripto Sant Francisco” y que se la enterrara en el “monasterio
de Sant Francisco, que es en la Alhanbra de la çibdad de Granada”.
Incluso dispuso que en caso de que no se pudiera hacer allí, se la enterrara,
hasta que se pudiera hacer el traslado, en el monasterio de san Juan de los
Reyes de Toledo, fundado por los Reyes Católicos y en manos de los
franciscanos; o, si no fuera posible, en el de san Antonio de Segovia, de
monjas clarisas; y si no se pudiera hacer, en el convento franciscano más
cercano.
Jerónimo
y Domingo de Guzmán
Junto
a san Francisco, también señala a otros dos importantes santos, Jerónimo y
Domingo de Guzmán, “los gloriosos confessores e grandes amigos de nuestro Señor
[…], que como luzeros de la tarde resplandeçieron en las partes oçidentales de
aquestos mis regños a la víspera e fin del mundo, en los quales e en cada vno
dellos yo tengo speçial deuoçion”.
Aquí
se ve la vinculación que tuvo la reina con otras dos importantes órdenes de la
España de aquel momento. Por un lado, están los jerónimos, monjes muy
cercanos a la Corona española, incluyendo a la reina Isabel. No
hay que olvidar que uno de los grandes confesores de la reina fue el jerónimo
fray Hernando de Talavera, al cual hizo obispo de Ávila y primer arzobispo de
Granada y con quien tuvo muy buena relación. Por otro lado, se encuentran los dominicos,
una de las órdenes más favorecidas por los monarcas, como
muestran los conventos que impulsaron, entre los que se encuentra el de Santa
Cruz la Real en Granada.
Así,
si conocer la corte terrenal de la reina Isabel nos ayuda a distinguir su
faceta más humana y como reina; estudiar la celestial nos muestra una buena
parte de su vida religiosa, y la influencia que va a ejercer esta religiosidad
durante su reinado. En Isabel no se puede dudar que su piedad influyó en vida,
y que su vida privada y pública dejó huella en su piedad.
Fuente: ReligiónConfidencial