Capítulo 45: QUE NO SE DEBE CREER A TODOS; Y CÓMO FÁCILMENTE SE RESBALA EN LAS PALABRAS
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Dominio público |
El Alma:
1. Señor, ayúdame en la tribulación, porque es
vana la seguridad del hombre. ¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que
la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo esperaba? Por eso es
vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en Ti, mi
Dios. Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos sucedan. Flacos
somos y mudables: presto somos engañados, y nos mudamos.
2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con
tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o
perplejidad? Mas el que te busca a Ti, Señor, y te busca con sencillo corazón,
no resbala tan fácilmente. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier
manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por Ti, o consolado;
porque no desamparas para siempre al que en Ti espera. Raro es el fiel amigo
que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, Tú solo eres
fidelísimo en todo, y fuera de Ti no hay otro semejante.
3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa
que dijo: ¡Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo! Si yo estuviese así,
no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras
injuriosas. ¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males
venideros? Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará
lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente? Pues ¿por qué, miserable de mí,
no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros? Pero somos hombres, y
hombres flacos y frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados
ángeles. Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a Ti? Eres la verdad, que no
puede engañar ni ser engañada. El hombre, al contrario, es falaz, flaco y
resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que con muy gran dificultad se
debe creer lo que parece recto a la primera vista.
4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos
guardásemos de los hombres: que los amigos del hombre son los de su casa, y que
no diésemos crédito al que nos dijese: A Cristo míralo aquí o míralo allí. He
escarmentado en mí mismo: ¡ojalá sea para mi mayor cautela, y no para continuar
con mi imprudencia! Cuidado, me dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y
mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que
me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se marchó.
Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de
hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en
semejantes cosas. Pon en mi boca las palabras verdaderas y fieles, y desvía
lejos de mí las lenguas astutas. De lo que no puedo sufrir, me debo guardar
mucho.
5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de
otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza:
descubrirse a pocos, buscarte siempre a Ti, que miras al corazón, y no moverse
por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y
exteriores se acaben y perfecciones según el beneplácito de tu voluntad!
¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial
huir la vana apariencia, y no codiciar las cosas visibles que causen
admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que dan fervor y enmienda
de vida! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo!
¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida
frágil, que toda es malicia y tentación!
Fuente: Catholic.net