Una frase de Benedicto XVI ayudó a Pablo Delgado de la Serna a experimentar el dolor de muchos años de una forma distinta. Él mismo escribe su testimonio, lleno de fe y alegría sorprendentes... y contagiosas
![]() |
Pablo Delgado de la Serna |
Empieza un nuevo año, días de planificar proyectos, sueños e
ilusiones.
En las próximas semanas me hacen mi 30ª cirugía. Una cirugía que
esperamos acabe con mi dolor. Dolor que me acompaña hace más de 4 años al andar
y hace 8 meses tengo un gran dolor diario. Me amputaron una pierna y pude
salvar la otra y tengo diálisis 6 días a la semana: en su ausencia moriría en
una semana. No estoy en lista de espera, que permitiría la llegada de un
trasplante que mejoraría infinitamente mi vida. Sería el 4º, lo que añade
complicación a su llegada. Con estos mimbres, es difícil mirar al
horizonte con la alegría y las ganas deseados.
¿Cómo el Dios bueno y del amor permite tanto dolor desde que nací?
Soy hombre de fe y esto me ha creado muchos problemas, dudas e incomprensiones.
Hasta que después
de hablar con sacerdotes, estudiar, pensar y rezar, me di cuenta de que no es
Dios quien manda las cosas, sino quien nos da la gracia para afrontarlas.
Esto, que
tanto me costó, hoy me ayuda mucho. El dolor no cesa, pero no desespera. Es un
proceso de transformación, en el que avancé ayudado por una frase de Benedicto XVI en
el Líbano, «la locura de la Cruz es hacer del sufrimiento
un grito de amor a Dios», que se convirtió en mi lema de vida
Es un proceso largo y continuado. Fui aceptando mi situación,
asumí mi Cruz, y no sólo eso, la abracé y aprendí a amarla. Amarla como
síntoma de amor a mi vida, al mayor tesoro que Dios nos da, la vida, aunque en
algunos casos, como el mío, venga con un envoltorio muy feo.
El trabajo de hacer las paces con mi
realidad
Esto conllevó mucho trabajo de conocimiento personal en
muchas horas de ingreso, un trabajo largo, de una vida entera enfermo, de
muchas conversaciones conmigo mismo, muchas horas de dudar, llorar y de rezar
con intensidad.
Un trabajo
de hacer las paces con mi realidad;
de ser adolescente y pensar que podía morirme si no iba a
diálisis, en lugar de pensar en salir con amigos;
de perder tres trasplantes y pasar ocho años en diálisis sin
hundirme;
de aprender a mirarme al espejo sin una pierna, con la tripa llena
de cicatrices y un catéter en el cuello y quererme.
Ese trabajo me ayudó a ser consciente de que la enfermedad me
obligaba a renunciar a muchos de mis sueños e ilusiones, a un futuro incierto,
irreal e intangible. Y sin preguntar, me obligó a vivir un
presente real, en el que puedo actuar.
Esa renuncia, ese a veces sentirte en
la nada, me enseñó a valorar que realmente se necesita muy poco para ser feliz.
Se necesita ser uno mismo y confiar en
Dios. Ese paso es el que me hizo ser feliz en mi situación.
Y ese ir avanzando día a día me ha enseñado a dotar de sentido mi
vida, puede
hacer que una vida de enfermedad se convierta en una vida fértil.
Es más, el desprendimiento forzado, característica fundamental de la
enfermedad, desde esa nada que decía antes, es una oportunidad de
santificar el sufrimiento. De ofrecerlo por los demás y hacer
un bien infinito sin saber dónde, de acercarnos a
Jesús en su Pasión.
Ese día que aprendes a quererte como eres, con la vida que tienes,
con amor a tu Cruz y dando gracias a Dios por la vida, todo se
convierte en un regalo.
Ese día empecé a dar gracias de corazón por el regalo que
es mi mujer, Sara. Por la suerte, de que de ese regalo divino
nos viniera un tesoro, Amelia, que con 4 años me enseña a
creer y hacer este camino al decirme cosas como a dos días
de una cirugía al caérseme unas lágrimas:
«Papá, los
padres no lloran, miran al cielo y rezan”.
El regalo de la vida desde la debilidad
Por poder curar pacientes en mi consulta, enseñar asignaturas y
acerca de la vida a mis alumnos en la universidad y acercar el regalo de la
vida desde la debilidad de la enfermedad en mis conferencias.
Esa confianza de Amelia en Dios la quiero para mí, la que puede
dar la vuelta a una situación horrible, que nos agobia y atenaza y ante la
perspectiva de un año con no muy buenas perspectivas, sólo puedo decir alto y
de corazón:
«¡Soy un tipo con suerte!»
Porque caminando de la mano del Padre y la Madre, nada malo puede
pasar y de lo malo, podemos crecer, construirnos y encima ayudar a muchísimas
personas.
Un día pensé que podía ayudar a los demás, que si lo contaba,
podía hacer apostolado
de las grandezas de Dios incluso en la desgracia. Me llevó a
crear mi cuenta de instagram, @untrasplantado,
desde donde cuento mi día a día de la enfermedad. Donde dando poco, recibo
mucho.
En definitiva, no es importante cómo venga la vida, sino
cómo la afrontamos. Y con la confianza de la Santa Madre
Maravillas:
«Lo que Dios
quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera.»
Sabiendo, como dijo el Santo Padre
Benedicto XVI el día de su elección como Papa:
«Me consuela
el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos
insuficientes.»
No caminaremos solos y, aunque no desaparece el dolor, ni el
miedo, ni la incertidumbre, la confianza evita caer en la desesperanza o el
agobio.
Pablo Delgado de la Serna
Fuente: Aleteia