Muchos cristianos se preguntan por el futuro de la Iglesia a la vista de la disminución de quienes participan en la vida de la Iglesia, de la escasez de sacerdotes y de la creciente secularización.
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| Dominio público |
El profeta Sofonías, llamado también profeta de los pobres de Yahvé, mira al futuro y dice: «Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor». Y califica a este pueblo con la expresión «el resto de Israel», que se refiere a aquellos judíos fieles que, a pesar de las dificultades, confiarán en Dios y en el futuro del pueblo elegido.
El motivo de esta
confianza es que Dios no puede fallar en sus promesas. También Jesús dice a sus
discípulos que estará con ellos hasta el fin de los días, lo que indica que la
iglesia está llamada a permanecer en la historia humana.
El Papa Benedicto XVI, de feliz
memoria, decía antes incluso de ser obispo, en 1968, que «cuando Dios haya
desparecido totalmente para los seres humanos, experimentarán su absoluta y
horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes
como algo totalmente nuevo».
Es una descripción exacta del significado del «resto
de Israel», pueblo
pobre y humilde del que Dios hace brotar la renovación y la salvación para la
humanidad.
En la descripción que hace san Pablo de la comunidad cristiana de Corinto, utiliza la ironía para presentarla con esta paradoja: «Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso» (1 Cor 1,27). También aquí tenemos como trasfondo la teología del «resto de Israel». Por eso dice el apóstol que en la comunidad cristiana no hay sabios en lo humano, aristócratas ni muchos poderosos.
Esta afirmación hay que entenderla bien,
porque desde el comienzo del cristianismo en la Iglesia ha habido de todas las
clases sociales y cristianos de toda condición. Quiere decir que Dios no ha
puesto el fundamento de la iglesia en el poder, la sabiduría humana y el
prestigio social, de modo que nadie se gloríe en sí mismo, «sino en el Señor» (1 Cor 1,31). El fundamento de
la Iglesia es Cristo, que se ha hecho para nosotros «sabiduría de parte de
Dios, justicia, santificación y redención» (1 Cor 1,30).
Para
que no quede ninguna duda de lo que queremos decir, el Evangelio de este
domingo proclama las bienaventuranzas de san Mateo, carta magna de la Iglesia.
En ellas, Jesús ofrece el retrato de quienes están llamados a ser el pueblo
pobre y humilde que durará hasta el fin de los tiempos. Los bienaventurados
reflejan el rostro más auténtico del pequeño rebaño que Jesús se escoge como
Pastor. Hemos de reconocer que practicar las bienaventuranzas no es nada fácil
porque supone ir a contracorriente del pensamiento mundano, en cualquiera de
sus manifestaciones a lo largo de la historia.
Mientras
en el mundo haya hombres y mujeres que acojan las bienaventuranzas y las
practiquen con la misma alegría que Cristo las proclamó, la Iglesia, aunque sea
un pequeño rebaño, no sólo pervivirá, sino que, como suele ocurrir con los
troncos de árboles milenarios, la savia que contienen hará brotar nuevos
retoños que anuncien la primavera. No en vano, del viejo tronco de Jesé, de
donde había surgido el gran rey David, brotó un renuevo que llevó a su máximo
esplendor la dinastía davídica: el Mesías Jesús, el bienaventurado por
excelencia, que asegura a su Iglesia la permanencia en la historia para que los
hombres participen de la salvación.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia
