Una de las descripciones más primitivas de la misión de Jesús es la conservada en el Libro de los Hechos, concretamente en el discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio, un pagano temeroso de Dios.
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Dominio público |
En este pasaje, se habla
de la unción de Jesús, después del bautismo que predicó Juan. ¿A qué unción se
refiere? Sin duda, se trata de la unción de su bautismo en el Jordán, cuando el
Espíritu descendió sobre Jesús y se oyó la voz del Padre declarando que era su
Hijo muy amado. Jesús fue «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo».
Su bautismo, que sin duda fue
un gesto de humildad al unirse a la fila de los pecadores que querían hacer
penitencia, manifestó su identidad de Hijo de Dios. Se entiende así, que la
fiesta del Bautismo de Jesús sea como un colofón de las fiestas navideñas.
Muchas cosas se han dicho de Jesús en estos días: ángeles y pastores, Simeón y
Ana, los magos de Oriente han confesado quién es el niño nacido en Belén.
Faltaba, sin embargo, la voz más autorizada, la del Padre, que se reserva
hablar hasta el momento en que Jesús realiza su presencia en los pecadores,
solidarizado con ellos en orden a la salvación.
Y lo hace con estas palabras:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». San Mateo comenta: «Se abrieron
los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba con
él» (Mt 3,16). El cuarto Evangelio no narra directamente el bautismo de Jesús,
pero el Bautista dice lo que ocurrió: «He contemplado al Espíritu que bajaba
del cielo como una paloma y permaneció sobre él» (Jn 1,32).
Quizás el lector se pregunte sobre la razón de esta unción:
¿Acaso como Hijo de Dios necesitaba ser ungido? ¿No era suficiente su unión con
el Padre y el Espíritu para que realizara su misión de modo perfecto?
Ciertamente Jesús, en cuanto Hijo de Dios encarnado, es santo como el Padre y
el Hijo. No hay que olvidar, sin embargo, que al asumir nuestra naturaleza
humana, es también hombre que recibe la misión descrita en el texto citado de
los Hechos:
«Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él». Podemos decir que la unción del bautismo es una especie de
investidura pública en la que se despeja cualquier duda sobre la identidad del
profeta de Nazaret.
Por otra parte, en cuanto
partícipe de la naturaleza humana, es ungido con el poder del Espíritu para que
su carne sea canal de la gracia y de la misericordia en su relación con los que
somos carne y sangre, es decir, mortales. Esta solidaridad con los que venía a
salvar de su pecado y mortalidad se hace patente en la unción del Espíritu que
le capacita, en cuanto hombre, para luchar contra el diablo y arrancarle el
poder de la muerte que ostentaba desde la caída de nuestros primeros padres.
En cuanto nuevo Adán y hombre
nuevo perfecto, Jesús es ungido y consagrado para la misión descrita ya en su
nombre de Jesús: salvar al hombre del pecado, recrearlo y restaurar su santidad
original. En la iconografía oriental, la representación de este misterio se
hace como si Jesús estuviera colocado en el sepulcro simbolizado por las aguas
oscuras del Jordán, que simbolizan la muerte. Su bautismo prefigura su muerte,
porque a través de ella, nos redime de la nuestra. Con su naturaleza humana ha
ocupado nuestro lugar para que nosotros tomemos posesión de su reino.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia