La virtud teologal de la caridad fue el tema de la III Predicación de Adviento del Cardenal Raniero Cantalamessa
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El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia |
Lo que debemos hacer, ante todo, en Navidad, es creer en el amor
de Dios por nosotros - dijo. El acto de caridad tradicional, al menos en el rezo
privado y personal, a veces no debería comenzar con las palabras: "Dios
mío, te amo con todo mi corazón", sino: "Dios mío, creo con todo mi
corazón que me amas".
“En nuestro intento de abrir las puertas a Cristo que
viene, hemos llegado a la puerta más interior del ‘castillo interior’: la de la
virtud teologal de la caridad. Pero, ¿qué significa abrir la puerta del amor a
Cristo? ¿Significa, quizás, que tomamos la iniciativa de amar a Dios?” Es lo
que planteó el predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero
Cantalamessa, al iniciar su tercera predicación de Adviento este viernes 16 de
diciembre, tras haber meditado en las dos anteriores sobre las virtudes de la
fe y la esperanza.
Amamos a Dios
porque Él nos amó primero
La respuesta, dijo, la
encontramos en el Nuevo Testamento: el amor consiste en que “Nosotros amamos a
Dios, porque él nos amó primero (1Jn 4, 10.19)”. Y aclaró que, si bien es
cierto que “amar a Dios con todas las fuerzas es ‘el primer y mayor
mandamiento’”, es preciso recordar que “antes del orden de los mandamientos,
está el orden de la gracia, es decir, del amor gratuito de Dios”. Por tanto,
“el mandamiento mismo se funda en el don; el deber de amar a Dios se basa en
ser amados por Dios”:
Abrir la puerta del amor a Cristo
significa, pues, algo muy específico: acoger el amor de Dios, creer en el
amor.
Lo más importante que se debe
hacer en Navidad es recibir con asombro el don infinito del amor de Dios,
“creer en el amor de Dios por nosotros”, subrayó.
El acto de caridad tradicional,
al menos en el rezo privado y personal, a veces no debería comenzar con las
palabras: "Dios mío, te amo con todo mi corazón", sino: "Dios
mío, creo con todo mi corazón que me amas".
Una de las cosas más
difíciles del mundo
Aunque hacer esto “parece fácil”,
es una de las cosas más difíciles del mundo, observó Cantalamessa, puesto que
“el hombre tiende más a ser activo que pasivo, a hacer que a dejarse hacer”.
Inconscientemente no queremos ser deudores, sino acreedores. Sí, queremos el
amor de Dios, pero “como recompensa, más que como regalo”.
De este modo, sin embargo, se
produce insensiblemente un desplazamiento y un vuelco: en primer lugar, por
encima de todo, en el lugar del don, se pone el deber, en el lugar de la
gracia, la ley, en el lugar de la fe, obras.
La caridad
“edifica”
El predicador de la Casa
Pontificia continuó con el discurso sobre la virtud teologal del amor,
recordando que de ella se dice que “edifica”. “Edifica el edificio de Dios que
es la Iglesia”, sí, pero también a la sociedad civil. Lo explica San Agustín en
su obra “La ciudad de Dios”:
En la historia coexisten dos
ciudades: la ciudad de Satanás, simbolizada por Babilonia, y la ciudad de Dios,
simbolizada por Jerusalén.
Lo que las distingue es el amor
diferente que las anima. La primera tiene como móvil el amor de sí mismo
llevado hasta el desprecio de Dios, la segunda tiene como móvil el amor de Dios
llevado hasta el desprecio de uno mismo.
El amor social
En el caso mencionado, la
oposición es entre el amor de Dios y el amor de uno mismo. Pero es el mismo San
Agustín que, en otra obra, “corrige parcialmente este contraste, o al menos lo
equilibra”:
El verdadero contraste que
caracteriza a las dos ciudades, no es entre el amor de Dios y el amor a uno
mismo. Estos dos amores, correctamente entendidos, pueden -de hecho, deben-
existir juntos. No, el
verdadero contraste es interno al amor propio, y es la contradicción entre el
amor exclusivo a uno mismo -amor privatus, como él lo llama- y el amor al bien
común -amor socialis.
Por lo tanto, explicó Cantalamessa, “es el amor privado -es decir, el egoísmo- el que crea la ciudad de Satanás, Babilonia, y es el amor social el que crea la ciudad de Dios donde reina la armonía y la paz”.
Crear las
condiciones en el corazón del hombre
El predicador continuó recordando
que el medio por excelencia para actuar en el campo social era la limosna. Si
bien es un valor bíblico que “siempre conserva su actualidad”, ya no puede
proponerse como “la forma ordinaria de practicar el amor social”, porque “no
salvaguarda la dignidad de los pobres y los mantiene en su estado de
dependencia”.
Corresponde a políticos y
economistas iniciar procesos estructurales que reduzcan la escandalosa brecha
entre un pequeño número de mega-ricos y la muchedumbre sinfín de los
desposeídos de la tierra. El medio ordinario para los cristianos es crear las
condiciones en el corazón del hombre para que esto suceda.
Fuimos creados a
imagen de Dios
Por último, el padre Raniero
Cantalamessa habló de otro “efecto benéfico” de la virtud teologal de la
caridad en la sociedad, a saber, “la gracia” que presupone “la capacidad y
predisposición natural del ser humano para amar y ser amado”. Es lo que puede
salvarnos hoy de una tendencia en curso que conduciría, si no se corrige, a una
verdadera “deshumanización”.
Después de reemplazar las
habilidades operativas del hombre con robots, la técnica ahora está a punto de
reemplazar sus habilidades mentales con inteligencia artificial. ¿Qué queda,
pues, de lo propio y exclusivo del ser humano? (…). Podemos concebir
una inteligencia artificial, pero ¿podemos concebir un amor artificial?
Quizá es precisamente aquí donde
debamos situar “lo específico de lo humano y su atributo inalienable”, razonó.
Y hay una razón que explica este hecho: ¡es que fuimos creados a imagen de
Dios, y “Dios es amor”! (1 Jn 4, 8).
Recibir al Niño que
nos ha nacido
Volviendo a la Navidad que se
avecina, Cantalamessa animó a abrir la puerta del corazón al Niño que llama,
porque “lo más hermoso que podemos hacer en Navidad no es ofrecernos algo a
Dios, sino acoger con asombro el don que Dios Padre hace al mundo de su propio
Hijo”. Y concluyó con una narración:
Cuenta una leyenda que entre los
pastores que fueron a ver al Niño en Nochebuena, había un pastorcillo tan pobre
que no tenía nada que ofrecer a su Madre, y se hizo a un lado avergonzado.
Todos compitieron para darle a María su regalo. La Madre no podía contenerlos a
todos, teniendo que regir al Niño Jesús en sus brazos. Entonces, viendo al
pastorcito junto a él con las manos vacías, toma al Niño y lo pone en sus
brazos. No tener nada fue su suerte.
“¡Hagamos que sea también nuestra
suerte!”, finalizó.
Vatican News