El sentido y las partes de la eucaristía explicados de forma sencilla para que podamos acercarnos mejor a esta celebración
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Roman Catholic Archdiocese of Boston | CC BY ND 2.0 |
La misa es la gran celebración de la Iglesia porque
nos reúne a escuchar la Palabra de Dios, conmemorar la cena en que Cristo nos
dejó su Cuerpo y su Sangre y renovar su sacrificio en la cruz.
Nos dice Benedicto XVI:
Para el
sacerdote, celebrar cada día la Santa Misa no significa hacer un ritual, sino
cumplir una misión que nos implica totalmente y profundamente la existencia, en
comunión con Cristo resucitado que, en su Iglesia, continúa aplicando el
sacrificio redentor.
Cada momento de la misa es muy importante y especial. Si nos
disponemos y comprendemos lo que allí sucede, podremos recibir
gracias abundantes en nuestra vida:
Nos reunimos y saludamos todos en el nombre del Padre,
Hijo y Espíritu Santo, porque en todo lo que sucederá
dentro de la misa estará presente Dios.
Decimos: «Señor, ten piedad», pidiendo
a Dios que perdone nuestras faltas, nuestras faltas de amor hacia los demás,
hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia la creación. Lo hacemos confiando en
su misericordia. Luego le cantamos «gloria» alabando su poder y la paz que nos
regala.
Dios se hace presente y nos habla en su Palabra, por eso
escuchamos las lecturas bíblicas, de los profetas o de los apóstoles. Luego,
cantamos o leemos un salmo (una alabanza poética a Dios) y escuchamos el santo
Evangelio. Con ellas Jesús quiere transformar nuestro corazón. Si dejamos que
su palabra ilumine nuestra vida, esta será mejor.
El sacerdote que está presidiendo nuestra misa y que ha preparado
y rezado la Palabra de Dios, hará una homilía: una reflexión para explicarnos lo
que Dios quiere decirnos en las lecturas.
Tal como nos enseñó Jesús y unidos como hermanos, rezamos a Dios
diciéndole: Padre nuestro, luego nos deseamos la paz, porque así pidió Jesús
que lo hiciéramos. Al encontrarnos todos en esa alegría y disposición, pasamos
a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión.
Nosotros ofrecemos a Dios nuestro trabajo
diario, simbolizado en el pan y el vino en el altar. Al
dar alguna ofrenda en la misa, damos parte de nuestro esfuerzo diario a Dios y
Él lo recibe junto con nuestras oraciones.
Bajo las manos del sacerdote y con la oración de todos, el
Espíritu de Dios desciende y permite que el pan y el vino se transformen en el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. El sacerdote los eleva,
y de rodillas le adoramos junto con los todos los ángeles y los santos que en
ese momento no vemos, pero que están ahí, diciendo junto con nosotros: «Señor
mío y Dios mío».
Al terminar la misa el padre nos bendice y nos dice: «pueden
ir en paz», porque seguiremos nuestro camino con Dios en
nuestro corazón, a continuar nuestra labor en el mundo, y con Él a nuestro
lado.
Por lo general hay un canto final, dedicado a la Virgen. En
algunos lugares, además, se agrega la oración a san Miguel Arcángel. El
rito de la bendición solo se suprime en Jueves Santo, cuando se realiza la
adoración al Santísimo.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia