Gabriel Lungelo Halalisani, tras su conversión y bautismo, se prepara en Bidasoa con un objetivo: llevar la fe a un país con el 7% de católicos, ser santo y a la vez del siglo XXI y ayudar a romper "los pactos con el mal"
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Gabriel Lungelo Halalisani. Dominio público |
De origen zulú, su familia no era
religiosa, pero sus padres le procuraron la mejor educación en centros
católicos. Al finalizarlos, gracias a CARF se prepara para ser
sacerdote. ¿Su misión? ser
"un sacerdote santo" y llevar la fe a un país con un 7% de
católicos.
Lungelo,
el tercero de cuatro hermanos, explica que aunque su familia contaba con pocos
recursos, siempre priorizaron su educación religiosa, que compaginaron con las
enseñanzas recibidas a través de religiosos y misioneros.
De
los muchos sacerdotes que conoció fue el ejemplo de uno benedictino, el padre Ruprecht Wolf, quien le llevaría a
dar los primeros pasos para entregarse por completo a Dios y Su Iglesia incluso
antes de convertirse. "Su ejemplo de vida creció dentro de mí, hasta tal
punto que consideré optar
por la vida sacerdotal", explica.
"El
cuidado que ponía en todas las cosas de Dios me llevó a querer entregar mi vida
y servir al Señor en su Iglesia", relata.
Gabriel, entregado por completo a la
Eucaristía
Así,
Gabriel comenzó a estudiar por su propia cuenta lo que significaba la iglesia y
preguntando a una religiosa, la hermana Martina. Desde el principio percibió en
él una gran inquietud y el
joven no tardó en hacer la pregunta: "¿Puedo bautizarme y ser
parte de la Iglesia?".
De
inmediato, comenzó a recibir formación y catequesis de la mano de religiosas y
sacerdotes hasta que finalmente recibió el bautismo con el nombre de Gabriel.
"Y
surgió mi vocación. Yo quería
entregarme más, entregarme totalmente al Señor... y sucedió",
menciona. Desde entonces se involucró en la vida de la Iglesia, lideró su
grupo de jóvenes y se entregó por entero a la ayuda a los sacerdotes que
evangelizaban en las periferias de su parroquia.
En
cuanto a su conversión, admite que le cuesta explicarla, ya que "no es
fácil mostrar una obra que no es nuestra, sino que es la obra del Señor".
De
lo que no cabe duda es que a partir de ese momento asistió a un profundo crecimiento espiritual motivado
por la Eucaristía, sin la
cual "nada tiene sentido".
"Las
fuerzas que saco de ella como centro de mi vida... siempre me doy cuenta en
Misa de que aunque esté
cansado o con muchos problemas y tribulaciones, me cambia y me aumenta
la gracia para que poco a poco lo que debe cambiar en mi vida cambie",
explica.
Preparándose para el sacerdocio "en
la Tierra de la Virgen"
Si
bien obtiene sus fuerzas de la Santa Misa y las visitas al Santísimo, destaca
el papel protagonista que tiene la Virgen María en su vida, especialmente desde
que su vida e historia llegaron a oídos de las autoridades religiosas de su
diócesis (Eshowe), que le concedieron una beca para comenzar sus estudios en el Seminario
Internacional de Bidasoa, en Navarra.
"Ella
es la maestra que nos ayuda y a mí eso me marca. Nunca me separo de ella.
cuando tuvimos problemas al llegar a España a causa del Covid, me fui al
santuario de mi diocesis, recé delante de ella y le diije: `Madre, yo estoy aquí, toma esta
causa que te encomiendo´".
Pese
a las dificultades existentes, Gabriel llegó a España, a la que considera
"tierra de la Virgen": "Cuando vine aquí, vi una cultura
distinta y que pese a lo que se dice del mundo occidental, de que el
cristianismo no tiene tanta fuerza, vi que España es la tierra de la Virgen".
"Estoy
muy alegre y contento. Estudiar y formarme fuera de mi país es algo que nunca
habría soñado", exclama.
Y
es que para él, más que un seminario, Bidasoa es una familia.
Ser sacerdote y santo... ¿en el siglo
XXI? Es su misión
"Me
impresiona el empeño por cuidar la Liturgia, la vida de piedad, el estudio y el
crecimiento humano. Gracias a la formación que recibo, el amor por mi vocación
sacerdotal aumenta, y pido
al Señor que sea un sacerdote santo algún día", asegura.
Aunque
desde su conversión siempre supo que quería formarse para ser sacerdote, nunca
pensó que esta le cambiaría tanto: "Desde mi ingreso en el seminario, mi
proceso de formación ha marcado mi forma de pensar y de ver la vida. He abierto los ojos a la fe, al
amor y a la misericordia que un sacerdote y un católico deben
transmitir de manera natural".
Consciente
de las dificultades y necesidades propias de su país y de los tiempos actuales,
el seminarista explica su deseo de compaginar la santidad sacerdotal con el siglo XXI, lo que para él se
resume en "ser alguien absolutamente entregado y enamorado de Dios y que
con ello lleve a los demás a Él".
"Me quiero formar muy bien para
luego poder servir a mi país, donde existe una gran necesidad de dar una
buena formación a los fieles en cuanto a la vida cristiana, la doctrina de la
Iglesia y capacitarlos a tomar iniciativas dentro de los parámetros que se
espera de ellos", afirma.
Sueña con "romper los pactos con el
mal" mediante la confesión
La
necesidad que menciona no es poca, pues la escasez de sacerdotes también
dificulta la vida sacramental de muchos fieles. Aun así, explica, "la
Iglesia sigue creciendo y se producen muchas conversiones".
Concluye
agradeciendo la labor del Centro Académico Romano Fundación y a
sus benefactores, gracias a los cuales él mismo y miles de religiosos pueden
formarse cada año.
"Su
apoyo servirá para poder ayudar a mi diócesis y realizar la misión evangélica
para la que están encomendados los sacerdotes buenos y santos. Cada día me esfuerzo y trabajo mucho
para aprovechar al máximo esta experiencia de formación", añade.
Concluye
tratando el sacramento que día de hoy sueña con impartir, la confesión:
"Me gustaría que la gente vea lo importante que es en la vida católica
como camino para romper el pacto con el mal. Rompe el poder del maligno y nos
hace estar de nuevo en el camino del Señor. Me gustaría que se hablase más de
ello, que se vea su importancia, formarme y formar a los demás".
Fuente: ReL