El escritor Claudio de Castro nos ofrece unas hermosas anécdotas protagonizadas por niños para comprender la importancia de la Eucaristía en nuestra vida cristiana
![]() |
Shutterstock |
Los niños en su
pureza de corazón y alma, suelen ser grandes maestros. Aprendemos de
ellos si estamos atentos a escucharlos.
Ayer en la misa
dominical, durante la comunión una niña muy pequeña se paró al lado del
sacerdote. No se movía. Miraba atentamente como diciendo: “A todos les das
eso. Yo también quiero”.
Al terminar de
repartir la santa comunión el padre Manuel se inclinó con amabilidad frente a
ella bendiciéndola, y le dijo algo que no escuché bien. Y la niña sonrió y
volvió a su puesto con su mamá.
Ella sabía que
estaba ocurriendo algo importante, aunque a esa corta edad no lo
comprendiera y quería participar.
Me hizo recordar
otros dos eventos distantes pero parecidos. Me parecieron maravillosos y me
gustaría compartirlos contigo.
El Padre Pablo,
un sacerdote español al que sigo en Twitter @PadrePich, publicó hace unos días una
experiencia de lo más simpática con un niño de catecismo.
Le
escribí: “Me encantó. Qué maravillosa curiosidad de los niños que te
permite revelarnos la grandeza de Dios, para quien nada hay imposible. ¿Me lo
regalas? Me gustaría usarlo en un escrito. Es sencillo y muy profundo”. Inmediatamente
respondió: “¡Todo tuyo!”.
Esta fue la
historia:
“Un niño de
catequesis me preguntó: “¿Si Dios es tan grande, cómo puede caber en el
sagrario?”
Le dije: “Dios
es tan grande que puede escoger hacerse pequeño. En la Eucaristía, Dios se
queda en lo que parece un trozo de pan para que lo podamos comer y adorar ¡Esa
es su mayor grandeza!”.
Si lo piensas,
la pregunta infantil tiene mucho sentido. Y nos enseña verdades de nuestra
fe, a veces olvidadas: para Dios nada hay imposible.
Hace algunos
años me encontraba un domingo en la misa de las 6:00 p.m. en el Santuario
Nacional del Corazón de María.
Estaba sentado
en una de las bancas cercanas a la puerta de salida, al final. Ese día ocurrió
algo similar a la primera historia que te compartí.
Mientras el
padre Lamberto Picado repartía la sagrada comunión, un
niño muy pequeño se paró debajo de él, frente a altar y le hablaba.
No podía
escuchar a la distancia en que me encontraba, pero se notaba que tenía mucha
curiosidad y no dejaba de preguntar. Al poco tiempo la mama lo buscó y lo llevó
a su puesto.
Cuando el buen
padre Lamberto estaba por finalizar la misa con la bendición final, se detuvo
unos momentos, se acercó al micrófono y nos dijo:
«Hay algo que
necesito decirles. Seguramente muchos de ustedes se dieron cuenta que mientras
repartía la sagrada comunión un niño muy pequeño se me acercó y empezó a
hablarme. Tenía mucha curiosidad, esa curiosidad infantil que es sana y pura y
que a los adultos nos puede enseñar muchas cosas.
Ese pequeño
miraba la Hostia blanca y me preguntaba: «¿Eso qué es? , ¿para qué sirve? ¿Me
puedes dar también a mí?«.
¿Cómo nos
cambia comulgar?
Pensemos un
poco en sus palabras. ¿Eso que es?
Nosotros al
recibir el cuerpo de Cristo, a Cristo Eucaristía, ¿tenemos conciencia de a
quién estamos recibiendo?
¿Lo recibimos
por rutina, porque otros comulgan, para que nos vean que participamos, o lo
hacemos con profundad piedad y amor por Jesús que viene a habitar en nosotros?
La segunda
pregunta del pequeño niño a quien le agradezco su interés en las cosas de Dios,
no puede dejarnos indiferentes: ¿Para qué sirve?
Hazte la
pregunta: ¿Para qué me sirve comulgar? ¿Cómo me cambia? Si lo meditan
un poco comprenderán que este niño nos ha brindado la oportunidad de
reflexionar seriamente y dar toda una catequesis.
Háganlo en casa
y cuando estén a punto de dormir, antes del examen de conciencia pregúntense
ustedes sobre el momento en que hoy comulgaron: ¿Esto qué es?, ¿para qué
sirve?
Amable lector,
ahora te toca a ti. Hazte la pregunta antes de comulgar: ¿Esto qué es? ¿Para
qué sirve?”
Te ayudará a
tener la certeza de que recibes al Hijo de Dios vivo, del don extraordinario
que se nos da en cada Eucaristía y de quién nos espera cada día
escondido, prisionero de amor, en el Sagrario.
¡Dios te
bendiga!
Claudio de
Castro
Fuente: Aleteia