EL PAPA EN ASÍS: NECESARIA ECONOMÍA QUE ESCUCHE EL GRITO DE LOS POBRES Y DE LA TIERRA
La situación
mundial actual exige nuevos paradigmas económicos que pongan en el centro a los
pobres, el medio ambiente y el trabajo
Vatican News
La capacidad de
cuestionar el actual modelo de desarrollo: es lo que espera el Papa Francisco
de los jóvenes economistas, empresarios y empresarias reunidos en Asís,
procedentes de más de 100 países, para el primer encuentro en presencia de la
Economía de Francisco. La situación mundial actual exige nuevos paradigmas
económicos que pongan en el centro a los pobres, el medio ambiente y el trabajo
"He esperado más de tres años este momento, desde cuando el
primero de mayo de 2019, es escribí la carta con la que los he llamado y que
después los ha traído aquí a Asís. Para muchos de ustedes – acabamos de oírlo –
el encuentro con la Economía de Francisco ha despertado algo que ya tenían
dentro". Así comienza el Papa Francisco su discurso a los jóvenes llegados
numerosos a Asís para participar por primera vez, de forma presencial, en el
proyecto Economy of Francesco.
“Y cuando un joven ve en otro joven su propia llamada, y luego
esta experiencia se repite con cientos, miles de otros jóvenes, entonces se hacen
posibles grandes cosas - afirma el Papa - incluso esperar cambiar un sistema
enorme y complejo como la economía mundial”.
Es fuerte la convicción del Santo Padre, que les dice: “Ustedes,
los jóvenes, con la ayuda de Dios, saben hacerlo, lo pueden hacer; los jóvenes
lo han hecho otras veces en el curso de la historia”.
Una economía amiga de la tierra y de la paz
El Papa constata que la juventud de hoy está viviendo “en una
época que no es fácil”, marcada por crisis medioambiental, pandemia y guerras.
“Nuestra generación – afirma – les dejó en herencia muchas riquezas, pero no
hemos sabido cuidar el planeta y no estamos cuidando la paz”. Y agrega:
Ustedes están
llamados a convertirse en artesanos y constructores de la casa común, una casa
común que está "cayendo en la ruina". Una nueva economía, inspirada
en Francisco de Asís, hoy puede y debe ser una economía amiga de la tierra y
una economía de paz.
La profecía y los
jóvenes
Continuando
su discurso, el Obispo de Roma manifiesta su aprecio por la elección de modelar
este encuentro sobre la profecía. Y observa “la vida de Francisco de
Asís, después de su conversión, fue una profecía, que continúa también en
nuestro tiempo” y que “la Biblia, la profecía tiene mucho que ver con los
jóvenes”. Samuel, Jeremías y Ezequiel eran jóvenes y según las Escrituras, dice
el Papa, “los jóvenes son portadores de un espíritu de ciencia e inteligencia”.
De hecho, cuando a la
comunidad civil y a las empresas les faltan las capacidades de los jóvenes,
toda la sociedad se marchita, y la vida de todos se apaga. Falta creatividad,
falta optimismo, falta entusiasmo. Una sociedad y una economía sin jóvenes son
tristes, pesimistas, cínicas. Pero gracias a Dios ustedes están: no sólo
estarás mañana, sino que están hoy; no son sólo el "todavía no", son
también el "ya", son el presente.
La
tierra arde hoy, es necesario un cambio en todos los niveles
“Una
economía que se deja inspirar por la dimensión profética se expresa hoy en una
nueva visión del medio ambiente y de la tierra”, añade el Papa constatando que
son muchas las personas, las empresas y las instituciones que “están haciendo
una conversión ecológica”. Por eso llama a “avanzar por este camino, y hacer
más”. “Hay que cuestionar el modelo de desarrollo”.
La situación es tal
que no podemos sólo esperar a la próxima cumbre internacional: la tierra arde
hoy, y es hoy cuando debemos cambiar, en todos los niveles.
Necesario
un cambio urgente
Recordando
el trabajo realizado por los jóvenes sobre “la economía de las plantas”,
constata cómo el paradigma vegetal contiene un “enfoque diferente con respecto
a la tierra y el medio ambiente”. “Las plantas – nota – saben cooperar con todo
el ambiente de su entorno, e incluso cuando compiten, en realidad están
cooperando por el bien del ecosistema”. El Pontífice espera que los jóvenes
sean capaces de salir del paradigma económico siglo XX:
Aprendamos de la
mansedumbre de las plantas: su humildad y su silencio pueden ofrecernos un
estilo diferente que necesitamos urgentemente. Porque, si hablamos de
transición ecológica, pero nos quedamos en el paradigma económico del siglo XX,
que depredó los recursos naturales y la tierra, las maniobras que adoptaremos
serán siempre insuficientes.
Nuevo
coraje para acelerar el desarrollo de fuentes de impacto cero
Francisco
recuerda que la Biblia está está llena de árboles y de plantas, “desde el árbol
de la vida hasta el granito de mostaza. “Y San Francisco, precisa, nos ayuda
con su fraternidad cósmica con todas las criaturas vivas”.
Nosotros, los
humanos, en los dos últimos siglos, hemos crecido a costa de la tierra. A
menudo la hemos saqueado para aumentar nuestro bienestar, y ni siquiera el
bienestar de todos. Es éste el tiempo de un nuevo coraje para abandonar las
fuentes de energía fósiles, para acelerar el desarrollo de fuentes de impacto
cero o positivo.
La
desigualdad también contamina mortalmente a nuestro planeta
“Es
necesario un cambio rápido y decisivo. ¡Cuento con ustedes! ¡No nos dejen
tranquilos, y dennos el ejemplo!”, afirma el Santo Padre al tiempo que recuerda
que “la sostenibilidad es una realidad con diversas dimensiones”: la
dimensión medioambiental y las dimensiones social, relacional y espiritual.
“La
dimensión social comienza a ser reconocida lentamente: nos estamos dando cuenta
de que el grito de los pobres y el grito de la tierra son el mismo grito”,
añade, citando lo que ha escrito en la Laudato si’ para llamar la atención a
tener en cuenta “los efectos que algunas opciones medioambientales tienen sobre
la pobreza”.
No todas las
soluciones medioambientales tienen los mismos efectos sobre los más pobres y,
por lo tanto, hay que preferir aquellas que reducen la miseria y las
desigualdades. Mientras intentamos salvar el planeta, no podemos descuidar al
hombre y a la mujer que sufren. La contaminación que mata no es sólo el del
dióxido de carbono, la desigualdad también contamina mortalmente a nuestro
planeta.
Hay
una carestía de felicidad
“Mientras
intentamos salvar el planeta, no podemos descuidar al hombre y a la mujer que
sufren”, continúa el Papa. También hay una insostenibilidad de nuestras
relaciones, recuerda. “Especialmente en Occidente, las comunidades se vuelven
cada vez más frágiles y fragmentadas”. “¡Las soledades son un gran negocio en
nuestra época!, pero así genera una carestía de felicidad”, denuncia el Papa,
para hacer hincapié en la “insostenibilidad espiritual de nuestro capitalismo”.
El primer capital de toda sociedad es el espiritual, señala el Papa, “ porque
es el que nos da las razones para levantarnos cada día e ir al trabajo, y
genera la alegría de vivir que también es necesaria para la economía”.
Nuestro mundo está
consumiendo rápidamente esta forma esencial de capital acumulada durante siglos
por las religiones, las tradiciones sapienciales y la piedad popular. Y así,
sobre todo los jóvenes sufren por esta falta de sentido: a menudo frente al
dolor y a las incertidumbres de la vida, se encuentran con un alma empobrecida
de recursos espirituales para elaborar sufrimientos, frustraciones, decepciones
y lutos.La
fragilidad de muchos jóvenes proviene de la falta de este precioso capital
espiritual: un capital invisible pero más real que los capitales financieros o
tecnológicos.
Los
pobres, protagonistas del cambio
En la
ciudad del santo de Asís, que dedicó su vida a los pobres, el Papa se detiene
en la pobreza. ”Hacer economía inspirándose en él significa comprometerse a
poner a los pobres en el centro” y mirar la economía a través de ellos”.
“Una economía de Francisco, afirma el Papa, no puede limitarse a trabajar para
o con los pobres”. Es necesario “abrir nuevos caminos para que los mismos
pobres se conviertan en los protagonistas del cambio”. “San Francisco, nota el
Papa, no sólo amaba a los pobres, sino también amaba la pobreza”.
Nuestro capitalismo,
en cambio, quiere ayudar a los pobres, pero no los estima, no entiende la
paradójica bienaventuranza: 'bienaventurados los pobres'. Nosotros no debemos
amar la miseria, es más, hay que combatirla, ante todo creando trabajo, trabajo
digno. Pero el Evangelio nos dice que sin estimar a los pobres no se combate
ninguna miseria. Y, en cambio, es de aquí desde donde debemos partir, también
ustedes empresarios y economistas: habitando estas paradojas evangélicas de
Francisco.
Las tres indicaciones
del Papa Francisco
Y a la luz
de esta reflexión, Francisco deja a los jóvenes que tiene “tres
indicaciones de recorrido”: “mirar el mundo a través de los ojos de los
más pobres”, “no olvidarse de los trabajadores y de crear trabajo” y “la
encarnación, un compromiso concreto y cotidiano”.
Pero para tener los
ojos de los pobres y de las víctimas hay que conocerlos, hay que ser sus
amigos. Y, créanme, si se hacen amigos de los pobres, si comparten su vida,
también compartirán algo del Reino de Dios, porque Jesús dijo que de ellos es
el Reino de los cielos, y por esto son bienaventurados. Y lo repito: que
sus elecciones cotidianas no produzcan descartes.
La oración del Papa
por los jóvenes
El
Pontífice concluye su discurso a los chicos y chicas economistas, empresarios y
empresarias que se han encontrado hoy en Asís rezando una oración para invocar
la bendición del Señor sobre ellos y sus proyectos:
Bendícelos en sus
empresas, en sus estudios, en sus sueños; acompáñalos en sus dificultades y en
sus sufrimientos, ayúdalos a transformarlos en virtud y sabiduría. Sostén sus
deseos de bien y de vida, sostenlos en sus decepciones frente a los malos
ejemplos, haz que no se desanimen y continúen en el camino. Tú, cuyo Hijo
unigénito se hizo carpintero, dónales la alegría de transformar el mundo con el
amor, con el ingenio y con las manos. Amén.
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LO HUMANO Y DIVINO
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. (Génesis, 1,26-27)