UN MATRIMONIO DE 10 HIJOS MONTA UN CAMPAMENTO DE VERANO PARA SOBRINOS
Miusé y Avito
organizaron un "summercamp" con todo incluido: encargos,
excursiones... ¡Una experiencia que ha permitido descansar a otros padres!
El "summercamp" ha unido mucho más a estos primos. Cortesía
Cuando
los hijos empiezan a abandonar el nido es el momento perfecto para los
matrimonios para descansar del bullicio hogareño y disfrutar de un poco de soledad.
Es comprensible y legítimo desear ese tiempo de calma para recargar pilas y
volver al ruedo.
Sin embargo, hubo un
matrimonio que en términos actuales diríamos que se complicó la existencia. En
pleno mes de julio, esta pareja de Pamplona (España) prefirió
anteponer el descanso de sus cuñados al suyo propio. Y esto es
algo a lo que no estamos acostumbrados.
Miusé
y Avito viven
en el pueblo de Cizur Menor, a nueve minutos en coche del centro de la ciudad.
Tienen diez hijos de los cuales viven con ellos nueve, pues su hija mayor se
casó el pasado diciembre. El más pequeño tiene 8 años.
Sus
hijos adolescentes tenían planes. Unos, campamentos de verano; otros, algún
viaje; alguno también trabajaba. Parecía la ocasión idónea para relajarse y,
sin embargo, decidieron abrir las puertas de su casa a sus sobrinos (entre
los que estaba mi hijo).
Que los primos hagan piña
“El
objetivo era que los primos hicieran piña”, exclama Miusé.
“Deseábamos facilitar el verano a los padres, a la par que nuestro benjamín
conviviera con los primos de su edad”.
“Yo diseñé unas
camisetas divertidas”, aportó Avito. “Nos hacía gracia que
fueran todos iguales y tener algo emblemático de la primera edición del summercamp”.
Como buenos padres de
familia numerosa también recopilaron pantalones y camisetas de deporte para
aligerar los equipajes de los niños y facilitar la colada.
3, 2, 1… ¡empieza el campamento!
Los niños llegaron a
Pamplona el día 1 de julio, coincidiendo con las fiestas
de San Fermín.
Cada mañana, poco antes de
las 8, se despertaban unos a otros para ver los encierros por
televisión.
“Era divertido ver que
cada día los sobrinos tenían más conocimiento y dominaban más acerca de estas
fiestas típicas”, me comenta Miusé muerta de risa. “Tan pequeños y hablaban de
la calle Estafeta o la curva de Telefónica como si las conocieran de toda la
vida”.
Seguidamente
desayunaban todos juntos con un desayuno «a la navarra» (casi como un
almuerzo), lo cual les venía muy bien para aguantar el ritmo frenético de los
paseos y excursiones.
Encargos de dos en dos
“Cada día se hacían su
cama, con más o menos arrugas. Pero el objetivo no era hacerla perfecta sino
lograr una rutina y cierto orden”, me cuenta Miusé.
Para mayor organización,
establecieron también unos encargos rotativos por parejas: recoger la
mesa, comprar el pan, vaciar el lavaplatos y tirar la basura.
Convertían cada tarea en una ocasión para educarse e incrementar su
responsabilidad con las tareas de la casa.
“Por ejemplo, el que iba a
comprar el pan debía llevar dinero y estar pendiente del cambio, o el que
tiraba la basura, se cuidaba del reciclaje.
Es una forma de educarlos también”, remarca Avito.
Objetivo:
cansarse para abrir el apetito y fomentar el sueño
“La película del mediodía
era sagrada”, comenta Miusé. “Era mi momento para coger fuerzas, pues aún
quedaba toda la tarde por delante”. En ese trance también aparecía Avito,
después de su jornada intensiva, dispuesto a ayudar en lo que hiciera falta.
El matrimonio cada tarde
caminaba unos 10-12 kilómetros con los niños. De esta forma estos llegaban a
casa con hambre y cansados.
“Esas caminatas
recorriendo el curso de un arroyo de forma distendida fomentaron las buenas conversaciones entre
nosotros. Generaron un clima de gran intimidad y confianza”, apunta Avito.
Por la noche, antes de
acostarse, los primos rezaban juntos encomendando a todos los miembros de la
familia: tíos, primos, abuelos… no se dejaban a nadie. Y poco a poco iban
cayendo rendidos hasta que el último se encargaba de apagar la luz.
Los planes divertidos no están
exentos de contrariedades
Aunque no hubo que
lamentar ninguna desgracia, sí hubo un pequeño accidente con uno de los
asistentes al campamento. Una sobrina se pegó un trompazo y la
tuvieron que llevar de urgencias al dentista.
“Afortunadamente todo
quedó en un susto”, exclama Miusé aliviada. “Era importante que la viera un
odontólogo y valorara el daño. Y así lo hice”.
Pasarlo bien no está
exento de sufrir, a veces, algún contratiempo.
Ser tíos ejerciendo como verdaderos padres
En educación nos tenemos
que ayudar unos a otros, pues el objetivo primordial es llevar a cada
miembro de la familia al Cielo. Somos como una tribu.
En casa de Miusé y Avito
se vivió un clima de familia donde también se exigía a los niños.
“Yo actuaba como una madre
para ellos y si les tenía que exigir lo hacía. Por ejemplo, hubo uno a quien no
le gustaba tanto la fruta y le hice comer al menos un poco”, recuerda Miusé.
Una vez finalizado el
campamento, ella me confiesa que su cariño por sus sobrinos ha aumentado.
Explica que en el día a día cuando se reúne la familia los niños están con los
niños, y los adultos con los adultos. Casi no hay trato. De esta forma,
ejerciendo de segundos padres, se han conocido más.
«Mamá, quiero repetir»
Además, mi hijo, que ha
sido uno de los asistentes, no cesa de decirme en relación al trato con sus
primos: “Mamá, el año que viene quiero repetir. Ahora somos más amigos”.
Parece que la fórmula ha
resultado ser una grata experiencia para adultos y niños. No sabemos si Miusé y
Avito tendrán fuerzas para repetirlo el verano que viene, pero de lo que no
cabe duda es que son un matrimonio con un corazón enorme y una gran
generosidad.
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LO HUMANO Y DIVINO
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. (Génesis, 1,26-27)