Si te ha pasado, identificarás rápidamente los síntomas. Una reflexión del autor de espiritualidad Claudio de Castro
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(Mateo 26, 41)
Me ha vuelto a ocurrir, me he
concentrado tanto en escribir mis libros y estos artículos para Aleteia que de
alguna manera descuidé la oración y todo ha empezado a ir mal. Comenzaba
a perder el gusto a muchas cosas espirituales y las respuestas que esperaba de
Dios no habían llegado.
La presencia de Dios en nuestras vidas
es un misterio en el que a menudo reflexiono. Las
Sagradas Escrituras, a las que acudo últimamente, nos aseguran que: «en Dios vivimos, nos movemos y
existimos» (Hechos
17, 28) Esto significa que Él está siempre pendiente de nosotros, nos conoce
bien, escucha nuestras oraciones. Pero lo olvidamos y nos alejamos de Dios,
fuente de todo bien. Y las cosas empiezan a ir de mal en peor.
No es algo común en mí. El buen Dios, mi Dios, nuestro Dios, suele
ser un gran consentidor y sentía que algo me estaba diciendo y no le
escuchaba.
Había leído tiempo atrás estas palabras que se quedaron clavadas
en mi corazón y me advierten cuando trabajo demasiado y comienzo a alejarme de
Dios. «A
veces olvidamos a Jesús por hacer las cosas de Jesús». Inmediatamente
comprendí. Debía orar.
Si descuidas tu oración pierdes tu
cercanía con Dios y eso es terrible, de espanto.
Me tomé un tiempo para retomar mi oración diaria. Volví a visitar
a Jesús en el Sagrario y a rezar el Rosario en el patio interior de mi casa. Y
todo volvió a ser como antes, retornó la normalidad, la presencia amorosa de
Dios, la serenidad, esa paz interior que sabes que no es de este mundo.
Suelo decirte en mis escritos esta frase que una vez escuché a un
sacerdote: «Sin
la oración estamos perdidos». Es fundamental para nuestra
salud espiritual y nuestra cercanía con Dios «orar siempre sin desfallecer»,
como nos pedía Jesús.
El demonio sabe que si no rezas podrás caer con facilidad en sus múltiples tentaciones de la carne, los malos deseos, la pornografía, los vicios, el robo, el orgullo, la codicia; por eso hace todo lo que puede para desanimarte y que no reces.
¿Qué es la oración?
¿Te has preguntado alguna vez por qué es tan importante rezar y
fortalecer con los sacramentos nuestras almas? Primero veamos lo que es la
oración. Debes saberlo y estar consciente de ello para comprender su urgente
necesidad.
Decía santa Teresita del Niño Jesús en su maravillosa obra Historia de un
Alma: «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una
sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor
tanto desde dentro de la prueba como en la alegría».
Y, ¿qué nos indica el Catecismo de la Iglesia Católica?
2559 «La oración es
la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes» (San Juan Damasceno) ¿Desde dónde hablamos cuando oramos?
¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde «lo
más profundo» (Sal 130,
1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18,
9-14)».
La humildad es la base de la oración. «Nosotros no
sabemos pedir como conviene» (Rm 8, 26). La humildad es
una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el
hombre es un mendigo de Dios (San Agustín).
El Papa Francisco en uno de sus tuits (oct 30, 2021) ha dicho
sabiamente: «Cuando
rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no lo pensemos, estamos inmersos en un
majestuoso río de invocaciones que nos precede y continúa después de nosotros».
¿Cómo va tu oración cotidiana? Tal vez
descuidaste la oración o no rezas como debes o piensas que no vale la pena
porque Dios no te escucha.
Haz la prueba retorna a la oración
fervorosa, esa que te permite experimentar la presencia de Dios y luego
me cuentas. He visto cómo la oración nos ayuda a salir adelante y a encontrar
respuestas a muchas inquietudes.
¡Dios te bendiga!
Claudio de
Castro
Fuente: Aleteia