Entrevista de la agencia Télam con el Papa Francisco
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El Papa Francisco durante el diálogo con la presidenta de Télam, Bernarda Llorente |
El
mundo se ha vuelto cada vez más desigual y eso se refleja también en los medios
de comunicación que a partir de una gran concentración empresarial y de las
plataformas digitales y redes sociales son cada vez más poderosas en términos
de producción de discurso. En este contexto, ¿cuál cree que debería ser el
papel de los medios?
Tomo
el principio de “la realidad es superior a la idea”. Me viene a la mente un
libro que escribió la filósofa Simone Paganini, una profesora de la Universidad
de Aachen, donde habla de la comunicación y de las tensiones que existen entre
el autor de un libro, el lector y la fuerza del propio libro. Ella plantea que
tanto en la comunicación como en la lectura del libro se va desarrollando una
tensión. Y eso en la comunicación es clave. Porque, de alguna manera, la
comunicación tiene que entrar en una relación de sana tensión, que haga pensar
al otro y lo lleve a responder. Si no existe esto, es sólo información. La
comunicación humana - y habla de periodistas, comunicadores, lo que sea - tiene
que entrar en la dinámica de esa tensión. Tenemos que ser muy conscientes que
comunicar es involucrarnos. Y ser muy conscientes de la necesidad de
involucrarnos bien. Por ejemplo, está la objetividad. Yo comunico una cosa y
digo: “pasó esto, pienso esto”. Ahí me juego yo, y me abro a la respuesta del
otro. Pero si yo comunico lo que pasó podándolo, y sin decir que lo estoy
podando, soy deshonesto porque no comunico una verdad. No se puede comunicar
objetivamente una verdad porque si la estoy comunicando yo, le voy a meter mi
salsa. Por eso es importante distinguir “pasó esto y pienso que es esto”. Hoy,
lamentablemente, el “pienso” lleva a deformar la realidad. Y esto es muy serio.
Usted
en varias oportunidades ha hablado de los pecados de la comunicación.
Esto
lo dije por primera vez en una conferencia realizada en Buenos Aires cuando era
arzobispo. Se me ocurrió hablar de los cuatro pecados de la comunicación, del
periodismo. Primero, la desinformación: decir lo que me conviene y callarme lo
otro. No, decí todo, no podés desinformar. Segundo, la calumnia. Se inventan
cosas y a veces destruyen a una persona con una comunicación. Tercero, la
difamación, que no es calumnia, pero que es como traerle a una persona un
pensamiento que tuvo en otra época y que ya cambió. Es como si a un adulto te
trajeran los pañales sucios de cuando eras chiquito. Era chico, pensaba así.
Cambió, ahora es así. Y para el cuarto pecado, usé la palabra técnica
coprofilia, es decir, el amor a la caca, el amor a la porquería. O sea, buscar
ensuciar, buscar el escándalo por el escándalo. Me acuerdo que el cardenal
Antonio Quarracino decía: “Yo ese diario no lo leo, porque hago así y brota
sangre”. Es el amor a lo sucio, a lo feo. Creo que un medio de comunicación
tiene que estar atento a no caer en la desinformación, en la calumnia, en la
difamación y en la coprofilia. Su valor es expresar la verdad. Digo la verdad,
pero soy yo quien la expreso y le meto mi salsa. Pero dejo bien claro lo que es
mi salsa y lo que es lo objetivo. Y la transmito. Aunque a veces en esa
transmisión se pierde un poco la honestidad, entonces del boca a boca de la
transmisión pasás a un primer paso con Caperucita escapándose del Lobo que se
la quiere comer y terminás, después de la comunicación, en un banquete donde la
abuela y Caperucita están comiéndose al Lobo. Hay que tener cuidado para que la
comunicación no cambie la esencia de la realidad.
COMUNICACIÓN Y PODER
¿Qué
valor le asigna a la comunicación?
La
comunicación es algo sagrado. Es quizás de las cosas más lindas que tenga la
persona humana. Comunicarse es divino y hay que saber hacerlo con honestidad y
autenticidad. Sin agregar cosas de mi cosecha y no decirlo. “Pasó esto. Yo
pienso que debe ser esto o interpreto lo otro”, pero que quede claro que sos
vos. Hoy día los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad
didáctica: enseñar honestidad a la gente, enseñar a comunicarse con el ejemplo,
enseñar a la convivencia. Pero si vos tenés medios de comunicación que da la
impresión que tienen una metralla en la mano para destruir a la gente - con la
selección de la verdad, con la calumnia, con la difamación o con ensuciarlo -
eso nunca hará crecer a un pueblo. Pido que los medios de comunicación tengan
esa sana objetividad, lo que no quiere decir que sea agua destilada. Reitero:
“el hecho es así y yo pienso así”. Y salís al ruedo, pero que quede claro lo
que pensás. Eso es muy noble. Pero si vos hablás con el programa que te impone
tal movimiento político, tal partido, sin decir que es eso, eso es innoble y no
es de bien nacido. El comunicador, para ser buen comunicador, tiene que ser
bien nacido.
Muchos
medios al priorizar sus intereses dan paso a una agenda de la globalización de
la indiferencia. Son los temas que los medios deciden visibilizar u ocultar por
distintas razones.
Sí,
cuando a veces pienso en algún medio que lamentablemente no cumple bien su
misión, cuando pienso estas cosas de nuestra cultura en general, de la cultura
mundial, que dañan a la misma sociedad, me viene a mí una frase de nuestra
filosofía que parece pesimista, pero es la verdad: “Dale que va, todo es igual,
que allá en el horno se vamo’ a encontrar”. Es decir, no interesa qué es la
verdad o qué no lo es. No interesa que esta persona gane o pierda. Todo es
igual. “Dale que va”. Cuando se da esa filosofía en los medios de comunicación
es desastroso porque crea una cultura de la indiferencia, del conformismo y del
relativismo que nos daña a todos.
Muchas
veces se le asigna a la tecnología cierta vida propia, como responsable de males
que se cometen más allá del uso que se hace. ¿Cómo recuperar el humanismo en
este mundo tan tecnológico?
Mirá,
un quirófano es un lugar donde la tecnología se usa al milímetro. Y, sin
embargo, qué cuidado se tiene en una intervención quirúrgica a través de las
nuevas tecnologías. Porque hay una vida de por medio que hay que cuidar. El
criterio es este: que la tecnología siempre vea que está trabajando con vidas
humanas. Hay que pensar en los quirófanos. Esa es la honestidad que tenemos que
tener siempre, hasta en la comunicación. Hay vidas de por medio. No podemos
hacer las cosas como si nada pasara.
LOS PASTORES DEL PUEBLO
Siempre
fue un pastor, pero cómo transmitir esa Iglesia de pastores, esa Iglesia de la
calle que le habla a los fieles. ¿Acaso hoy la fe es distinta? ¿El mundo tiene
menos fe? ¿La fe se puede recuperar?
Me
gusta hacer una distinción entre pastores de pueblo y clérigos de Estado.
Clérigo de Estado es aquel de las cortes francesas, como Monsieur L’Abbé, y a
veces los curas tenemos la tentación de noviar demasiado con los poderes y ese
no es el camino. El verdadero camino es el pastoreo. Estar en medio de tu
pueblo, delante de tu pueblo y detrás de tu pueblo. Estar en medio para olerlo
bien, para conocerlo bien, porque a vos te sacaron de ahí. Estar delante de tu
pueblo para a veces marcar el ritmo. Y estar detrás de tu pueblo para ayudar a
los rezagados y para dejar que camine solo para ver para dónde tira, porque las
ovejas a veces tienen la intuición de saber dónde está el pasto. El pastor es
eso. Un pastor que esté solo delante del pueblo no va. Tiene que estar mezclado
y participando de la vida de su pueblo. Si Dios te pone a pastorear es para que
pastorées, no para que condenes. Dios vino acá para salvar, no para condenar.
Eso lo dice San Pablo, no lo digo yo. Salvemos a la gente, no nos pongamos
demasiado severos. A algunos no les va a gustar lo que voy a decir: hay un
capitel de la Basilica de Vèzelay, no me acuerdo si es 900 o 1100. Vos sabés
que, en aquella época medieval, la catequesis se hacía con las esculturas, con
los capiteles. La gente los veía y aprendía. Y un capitel de Vèzelay que me
tocó mucho es el de un Judas ahorcado, el diablo tirándolo para abajo y, del
otro lado, un buen pastor que lo agarra y se lo lleva con una sonrisa irónica.
Con eso le está enseñando al pueblo que Dios es más grande que tu pecado, que
Dios es más grande que tu traición, que no te desesperes por las macanas que
hiciste, que siempre hay alguien que te va a llevar sobre los hombros. Es la
mejor catequesis sobre la persona de Dios, la misericordia de Dios. Porque la
misericordia de Dios no es un regalo que te da, es él mismo. No puede ser de
otra manera. Cuando presentamos a ese Dios severo, que todo es castigo, no es
nuestro Dios. Nuestro Dios es el de la misericordia, de la paciencia, el Dios
que no se cansa de perdonar. Ese es nuestro Dios. No el que, a veces,
desfiguramos los curas.
Si
la sociedad escucha a ese Dios y a ese pueblo que a veces no es escuchado,
¿considera que se podrá construir un discurso distinto, alternativo al discurso
hegemónico?
Sí,
por supuesto. La hegemonía nunca es saludable. Quisiera hablar de algo antes de
terminar: en nuestra vida litúrgica, en el Evangelio, está la huida a Egipto.
Jesús tiene que escaparse, su padre y su madre, porque Herodes lo quiere matar.
Los Reyes Magos y toda esa historia. Entonces está la huida a Egipto, que
tantas veces la pensamos como si fueran en carroza, tranquilos en un burrito.
Resulta que, hace dos años, un pintor piamontés pensó en el drama de un papá
siriano escapando con su hijo y dijo: “Ese es San José con el niño”. Lo que
sufre ese hombre es lo que sufrió San José en esa época. Es ese cuadro que está
ahí, que me lo regaló.
BERGOGLIO Y FRANCISCO
Más
allá del orgullo de tener un Papa argentino, siempre pienso cómo se ve usted.
¿Cómo ve el Papa a Bergoglio y cómo Bergoglio vería a Francisco?
Bergoglio
nunca se imaginó que iba a terminar aquí. Nunca. Yo vine al Vaticano con una
valijita, con lo puesto y un poquito más. Más aún: dejé preparados en Buenos
Aires los sermones para el Domingo de Ramos. Pensé: ningún Papa va a asumir el
Domingo de Ramos, así que yo el sábado viajo de vuelta a casa. O sea, nunca me
imaginé que iba a estar acá. Y cuando veo al Bergoglio de allá y toda su
historia, las fotografías hablan. Es la historia de una vida que caminó con
muchos dones de Dios, muchas fallas de mi parte, muchas posturas no tan
universales. Uno va aprendiendo en la vida a ser universal, a ser caritativo, a
ser menos malo. Yo creo que todas las personas son buenas. O sea, veo a un
hombre que caminó, que tomó una senda, con altos y bajos, y tantos amigos lo
ayudaron a seguir caminando. Mi vida no la caminé nunca solo. Siempre hubo
hombres y mujeres, empezando por mis padres, mis hermanos, una vive todavía,
que me han acompañado. No me imagino una persona solitaria, porque no lo soy.
Una persona que caminó su vida, que estudió, que trabajó, que se metió a cura,
que hizo lo que pudo. No se me ocurre pensarlo de otra manera.
¿Y
cómo miraría Bergoglio al Papa?
No
sé cómo lo miraría. Yo creo que en el fondo diría “¡Pobre tipo! ¡La que te
tocó!” Pero no es tan trágico ser Papa. Uno puede ser un buen pastor.
Tal
vez lo miraría como lo miramos todos: lo descubriría.
Sí,
puede ser. Pero no se me ocurrió hacerme esa pregunta, meterme allá. Lo voy a
pensar.
¿Siente
que cambió mucho siendo Papa?
Algunos
me dicen que afloraron cosas que estaban en germen en mi personalidad. Que me
volví más misericordioso. En mi vida tuve períodos rígidos, que exigía
demasiado. Después me di cuenta que por ese camino no se va, que hay que saber
conducir. Es esa paternidad que tiene Dios. Hay una canción napolitana muy
hermosa que describe lo que es un padre napolitano. Y dice “el padre sabe lo
que te pasa a vos, pero se hace el que no sabe”. Ese saber esperar a los demás
propio de un padre. Sabe lo que te está pasando, pero se las arregla para que
vos solo vayas, él te está esperando como si nada sucediera. Es un poco lo que
hoy criticaría de aquel Bergoglio que, en alguna etapa, no siempre, como obispo
que fui un poco más benévolo. Pero en la etapa de jesuita fui muy severo. Y la
vida es muy linda con el estilo de Dios, de saber esperar siempre. Saber, pero
hacerte el tonto como que no sabés y dejarlo madurar. Es una de las sabidurías
más lindas que nos da la vida.
Se
lo ve muy bien, Francisco. ¿Tenemos Papa y Francisco para rato?
Que lo diga el de arriba.
Por Bernarda Llorente
Vatican News