Las drogas, la fiesta electrónica o profesores instando a «dar muerte a Dios» guiaron su juventud
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Acostumbrado a fiestas de días de duración y drogas, experimentar a Dios en un retiro era el último de los planes de Mauricio Grisales |
Mauricio Grisales se educó en una familia de
cultura católica, pero sin apenas práctica religiosa. De hecho, cuenta a Cambio de
Agujas desde Valencia que no recuerda figuras en su
familia que fuesen un referente de fe.
Sin embargo, rememora como, desde pequeño, coleccionaba estampas de santos y pedía
a su madre, que de vez en cuando rezaba el rosario, que le comprase nuevas
estampas para hacer un pequeño altar en su cuarto.
Eso fue con seis años, pero "ahí se quedo todo",
explica. Especialmente tras un "doloroso acontecimiento" durante su
infancia, cuando sufrió abusos
sexuales: "Abrieron unas brechas muy grandes en mi vida sexual y
camino a una serie de adicciones" que le determinarían durante décadas.
Educado para "dar muerte
a Dios"
En una adolescencia marcada por aquella experiencia y la falta de
fe que vivió en su hogar, Mauricio carecía de una roca firme a la que agarrarse. Cuando su
profesora de filosofía alentó a los alumnos a "dar muerte a Dios" para alcanzar "la libertad del
hombre", Mauricio no tuvo armas para defenderse.
De hecho, el ateísmo que empezó siendo como "una atractiva
provocación" en su vida acabó desembocando en la lectura de grandes referentes ateos como Marx o Nietzsche.
"Entre los 12 y los 22 años hubo un vacío existencial muy
fuerte en mi vida, prácticamente era indiferente y simpaticé mucho con el
agnosticismo", explica.
Entre medias, Mauricio comenzó a aventurarse en fiestas electrónicas de días de
duración, donde probó entre otras drogas el éxtasis, el alcohol y comenzó a tener "una vida muy
desenfrenada con mujeres".
Pero "un
vacío continuo" llamaba a su puerta cada noche al regresar a
casa, rompiendo a llorar sin saber por qué.
Pronto descubriría que la razón "era la ausencia de
Dios".
"Anhelaba con todo mi corazón que existiera y había algo que
no me dejaba sucumbir del todo. Me sentía amado por un padre sacrificado que
tanto trabajaba, una madre desvivida por sus hijos… algo tenía que haber si recibía amor por todos lados incluso
sin buscarlo. Eso era lo que me mantenía", explica.
Un retiro decisivo... e
inesperado
Que Dios existiese no era solo un deseo. Para él, que hubiese algo
por encima del placer o de la inteligencia llegó a ser "una
necesidad".
Así, empezó a buscarle, "sin saber dónde ni cómo", hasta
que llegó "el momento crucial".
Tras años de relaciones tóxicas e inestables, a sus 22 años
"estaba cansado y quería a alguien con quien compartir" un proyecto
de vida.
Y esa chica
llegó, pero no fue como esperaba: poco después, la relación terminó y ella
se fue a un retiro espiritual. La joven se quedó con la cámara de fotos de
Mauricio, y esta era la única escusa para que el joven hablase con ella.
"Cuando llegó del retiro, la llamé para pedirle la cámara y
me dijo que había encontrado lo que llevaba buscando toda su vida: a Dios.
Pensé que le habían comido la cabeza, pero acabé yendo a un retiro. No para buscar a Dios, sino para
recuperarla", explica.
Experimentando a Dios y María
En el retiro fue consciente de que había vivido "sin tener
noción de cómo el pecado me esclavizaba, de lo mal que había vivido los
noviazgos y experimenté el
amor de Dios".
Sin embargo, la verdadera lucha empezó después. "Me daba
cuenta de que también deseaba que Dios no existiese para poder hacer lo que me
diese la gana", pero entonces recordó una "experiencia mariana impresionante" del
retiro: "experimenté que tenía una madre que me amaba de una manera
perfecta, que era un reflejo visible de Dios. Intelectualmente el Señor me
sacudió, pero también penetró en mi corazón".
Desde aquel suceso, experimentó un rechazo absoluto por todos los vicios de su antigua
vida: el alcohol, la fiesta, las relaciones… "Todo sucumbió ese fin de
semana y realidades que me acompañaron más de diez años de mi vida se
destruyeron en un momento", subraya.
Una última tentación que
superar
A partir de entonces, Mauricio percibió que Dios le había
socorrido en el apego que tenía "al mundo", pero quedaba un obstáculo
que superar para su conversión: la intelectual.
"Tuve una
crisis muy fuerte por todo lo que había leído en la juventud,
[aquellas doctrinas] aparecieron nuevamente y tuve que buscar razones para
demostrarme la existencia de Dios. Profundizar en la fe me ayudó mucho en la
lucha racional que tenía. Dios había vencido al mundo en mí y en esa lucha
contra mí mismo, empezó a
ayudarme con lecturas y formación", recuerda.
Tras una larga confesión en la que acabó besando los pies al
sacerdote, Mauricio desarrolló un "hambre voraz" de Dios, adquirió multitud de
libros de oración y comenzó a incluir la Misa y la oración en su día a día,
pese a las fuertes "persecuciones" a las que le sometía su familia,
que buscaba que desistiese de su nuevo camino.
Conmovido por la belleza de
la oración
Finalmente, en una Adoración al Santísimo, Mauricio conoció a la
que sería su esposa. "Cuando miraba al Sagrario, siempre había una chica que me cautivó por su recogimiento y
piedad. Nos conocimos, compartimos apostolado y la invité a salir. Ella
estaba preparándose para ser carmelita descalza, pero antes de declararnos le
preguntamos a Dios y el sentimiento permaneció".
Tras tres años de noviazgo "en castidad, basado en las
virtudes, la oración y el apostolado, nos casamos. Dios fue el centro".
Mauricio, hoy felizmente casado, agradece como Dios "rompió
una atadura fortísima en su vida" que el no pudo cortar: "Estuve muy
metido en el mundo. Cuando puse en la balanza lo que Dios me estaba
regalando y lo que el mundo me ofrecía, lo que el mundo me daba era simplemente
una máscara, un barniz de felicidad. La verdadera paz me la daba Dios. Él me hizo una criatura nueva".
José María Carrera
Fuente: ReL