Una peregrinación diocesana a Tierra Santa cambió radicalmente su vida
María recibió la consagración como virgen consagrada de las manos del obispo Munilla en 2018. |
María Pagalday es una joven de 32 años que pertenece a la
Diócesis de San Sebastián. Licenciada en Administración y Dirección de Empresas
en Madrid fue en su País Vasco natal donde tuvo un encuentro profundo con
Dios.
Fue en 2013 en una peregrinación de jóvenes de San Sebastián a
Tierra Santa, encabezada por monseñor Munilla, donde en una adoración en el Getsemaní, fue tocada por Dios. Tras
un largo camino de crecimiento en la fe y después de discernimiento acabó
convirtiéndose en 2018 en la segunda virgen consagrada de su diócesis.
Actualmente, María dirige Betania TV, la televisión diocesana.
En un escrito que recoge la web Jóvenes Católicos y que ofrecemos íntegro a
continuación, María explica
en primera persona todo su proceso vocacional hasta llegar a
convertirse en esposa de Cristo:
"Todo ha cambiado, todo
tiene un sentido distinto, soy esposa de Cristo"
Me llamo
María, tengo 32 años y soy virgen consagrada. ¿Qué es eso? Tranquilos, yo
tampoco lo sabía hace algunos años… es una de las sorpresas que Dios me tenía
preparadas.
Soy de San Sebastián y mi familia es católica. Mi vida de fe se limitaba a ir a
misa los domingos y a rezar un Padrenuestro antes de dormirme. Mi infancia
y adolescencia fueron muy normales, aunque viendo cómo está la familia hoy,
sería más correcto decir que fueron maravillosamente normales. Una familia
unida, 5 hermanos y nuestras peleas, amigos, deporte y sin dificultades
académicas. Después me fui a estudiar Administración y Dirección de empresas a
Madrid. Planazo: colegio mayor, amigas y una ciudad nuevas, ilusiones… Al
principio estaba contenta, pero los estudios no me gustaban mucho. Pronto otras
prioridades iban a ser cualquier excusa para no estudiar. Pero todo lo demás
iba genial, tenía muy buenas amigas y era feliz en Madrid. ¿Mi fe? La misa era
sin duda algo fijo en nuestra agenda, el Padrenuestro por la noche también y si
en alguna comida o en unas copas salía algún tema sobre la Iglesia, yo la iba a
defender a tope. ¿Pero tenía intimidad, confianza con Dios?
En el 2013 mis padres me invitan a una peregrinación a Tierra
Santa con la Diócesis de San Sebastián. Yo no tenía relación con nadie de la Iglesia de allí, había
ido a catequesis y recibido los sacramentos pero sin ninguna vinculación
especial. En ese viaje descubrí varias cosas clave en mi vida:
1. Jesucristo había vivido allí. Es evidente, pero para mí fue
novedoso, tenía una fuerza nueva, ¡era tan real! Tierra Santa me gritaba: esto es real, Jesucristo es real, está
vivo hoy. Es la Verdad.
2. Había un grupo de sacerdotes que acompañaban la peregrinación
que eran serviciales, amaban al Señor, querían acercarnos a Él, eran alegres y
nos ayudaban con las maletas: en
San Sebastián había una Iglesia que yo no conocía.
3. El jueves hubo una adoración
al Santísimo en Getsemaní. En aquel huerto el Señor había superado la
tentación sudando sangre, había aceptado la voluntad del Padre y se había
dejado apresar para ser torturado y crucificado… se había entregado por mí. Y
era Verdad. Mi vida no podía seguir igual: Dios me amaba, se había entregado para salvarme y yo,
¿cómo estaba respondiendo? ¿cómo era mi vida?
No fue un cambio radical en el tiempo, tal vez más en el interior. Al terminar la carrera volví a San
Sebastián, quería tener una vida más recogida, más sencilla. Al volver me
enteré de que existía un grado en Ciencias Religiosas y pensé ¿cuánto sé yo de
la fe católica? Me di cuenta de que mi última formación había sido la de la
confirmación y no había sido muy intensa, por lo que decidí apuntarme y
aprender más. La misa pasó pronto a ser diaria y empecé a ser voluntaria en la
diócesis, catequista en la parroquia y fui conociendo muchas personas
estupendas. También fueron los años de acompañar a mis abuelos hasta su muerte
y ser testigo de su fe hasta el final. De lo mejor de mi vida ha sido ser
“nieta practicante”. Haber tenido la oportunidad de acompañarles, escucharles y
cuidarles hasta el final. Pero sobre todo fue cambiando mi relación con Dios.
Ya buscaba tener ratos de oración, turno en la Adoración Perpetua, leía a los
santos, ejercicios espirituales, sin olvidar los estudios de filosofía y teología.
Ahora sí estudiaba, me encantaba. Quería conocerle más, servirle y poco a poco fui entendiendo que
esto era lo único importante: cumplir Su voluntad.
Un día un sacerdote me hizo la pregunta bomba: María, ¿no crees que el Señor te puede
estar llamando a algo más? No recuerdo si le contesté, pero pensé:
¡no! ¿Se ha dado un golpe en la cabeza? ¿cómo ha podido pensar eso
conociéndome? ¿yo consagrada a Dios? Pero la pregunta estaba hecha y desde
entonces retumbaba una y otra vez. Me hice experta en argumentos para
refutarla, me olvidaba de quién la hacía realmente.
Una persona con la que coincidía diariamente en misa falleció de
forma repentina. Era joven, no estaba enferma pero se había ido de un día para
otro. Recuerdo que pensé: ella hoy se ha encontrado cara a cara con el Señor
¿cómo habrá sido ese encuentro? ¿cómo sería el mío hoy? Y pensé que el Señor me
miraría con todo su amor pero tendría un punto de tristeza, como con el joven
rico que cumplía todos los mandamientos pero no quiso seguirle. Me reconocía en
el joven rico porque yo también me estaba negando a seguirle. Me estaba
haciendo una pregunta y yo no contestaba. Entonces le dije: Señor, sé que hay
mil motivos por los que te entristeces al mirarme, pero este lo estoy
reconociendo ahora y no
quiero seguir escapando, me entrego a ti. Si quieres que me consagre a ti, así
lo haré. Por favor, dime dónde me quieres.
Empecé entonces a buscar dónde me quería. Iba a pasar una mañana a
un convento y le decía: Señor, ¿aquí? Pero nunca me parecía que me quisiera
allí. Y seguía preguntando, ¿dónde me quieres? Este mismo sacerdote, el del golpe, me mandó un correo
electrónico con un documento sobre el Ordo Virginum. Pensé:
otro golpe. ¿Virgen consagrada, en serio? Y lo cerré. Mi búsqueda continuaba
sin respuesta afirmativa y creo que el Espíritu Santo me ayudó susurrando: te
conoce bien. Si te ha mandado ese documento sobre las vírgenes consagradas ¿por
qué no le das una oportunidad? Y recordé lo que creía haber aprendido: se trata
de hacer Su voluntad.
Volví a abrir el documento y descubrí la primera forma de vida consagrada en la historia de
la Iglesia. Aquellas primeras mujeres consagradas a Dios en castidad
que se quedaban al servicio de sus comunidades y entendí que eso era lo que
tenía pensado para mi. Todo tenía un sentido: mi vuelta a San Sebastián, mis
estudios, mis voluntariados, mi cambio… Dios quería que me consagrara a Él y le
sirviera en la Diócesis de San Sebastián. Estaba haciendo ejercicios
espirituales y allí mismo hablé con mi director espiritual (el sacerdote que al
parecer no se había pegado ningún golpe) y con mi obispo. Los dos me dijeron
que les parecía muy bien, que ellos también lo intuían y que era una alegría.
El obispo me dijo que Dios sellaba mi alma para siempre, porque esa es la
vocación de todos en el cielo, unirnos a Él.
Mi consagración fue el 4 de noviembre del 2018. Desde entonces
llevo alianza, rezo por la Iglesia, por mi diócesis, sigo siendo catequista,
haciendo ejercicios espirituales todos los años, yendo a misa diaria, viendo a
amigas, yendo al monte de vez en cuando y jugando con mis sobrinos. Pero todo ha cambiado, todo tiene un
sentido distinto porque a pesar de todas mis limitaciones y pecados, solo por
su infinita misericordia, soy esposa de Cristo.
Fuente: ReL