Sientes que los mandatos de Dios sólo te quitan la paz y te hacen vivir con miedo? Descubre lo que hay detrás de ellos
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Conozco el camino
correcto, el sentido adecuado, el rumbo marcado por Dios y la meta soñada.
Jesús me lo explica:
«¿Por qué me llamas bueno?
No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra
a tu padre y a tu madre».
Sé
lo que tengo que hacer para ser bueno, para sembrar el bien con mi vida. ¿Basta
con ser bueno?
Ser buena
persona
Es importante ser una
buena persona y hacer el bien. Tengo claro lo que no debo tocar en esta vida.
He escuchado tantas veces
esos mandamientos de Dios que los llevo grabados en el corazón y en la mente.
Pero luego me olvido y
peco, me alejo y me pierdo. ¿Qué me impide realizar lo que Dios quiere? ¿Qué
quiere en cada recodo del camino?
No es fácil hacer el bien,
porque queriendo hacerlo, surge en mi alma el mal que no quiero.
Y si los cumplo, si
respeto sus deseos a cada paso, ¿me basta con cumplir esos mandatos de Dios
para ser feliz, para ser eterno?
Prohibiciones
que me atan
A veces sus prohibiciones me
duelen por dentro porque implican una renuncia en mi vida,
un sacrificio.
Se me anima a no amar nada
por encima de Dios. ¿Cómo es posible medir ese amor que deseo?
Me dice Dios que no puedo
robar lo que no me pertenece. ¿Acaso no robo muchas veces sin sentirme
culpable, haciendo daño a otros?
Sé que no puedo matar la
vida de otros, su fama, su nombre. Y yo me erijo tantas veces en juez de vivos
y de muertos. Acabo siendo capaz de romper la vida de los otros, por mi
torpeza, por mi debilidad.
Me anima Dios a no cometer
adulterio deseando lo que no es mío. Pero tengo claro que el solo deseo es
impuro y adúltero.
Me dice Dios que no puedo
dar falso testimonio ni mentir. Y tantas veces huyo de la verdad escondiéndome
bajo la sombra de la mentira.
Se me invita a no estafar
a los hombres. Y yo lo hago buscando mi propio bien y dejando a un lado el bien
que busca mi prójimo.
Tengo que honrar a mis padres y no ignorar sus deseos y necesidades, amándolos incluso aunque en mi infancia y juventud sienta que me han hecho daño. Pero quiero vivir con altura y quererlos en cualquier etapa de su vida.
¿Cumplir me hace feliz?
Veo en Dios una red de
prohibiciones, de mandatos que habitan mi alma desde que
soy consciente.
Se graban en mi piel para
siempre. Se quedan dentro de mí y me hacen incapaz de amar hasta el extremo.
¡Qué
fácil es incumplir los mandatos! Estoy inquieto y veo que esos mandatos
sólo me quitan la paz y me hacen vivir con miedo al
castigo, al olvido.
¿Realmente veo que me
hacen feliz? ¿Me hace feliz vivir dentro de esos límites como mi camino de
salvación?
Resuena la pregunta de
Jesús. ¿Acaso no intento cumplirlo todo? Y contesto como el joven rico:
«Maestro, todo eso lo he
cumplido desde pequeño».
Matices
para guardarse
Cumplir
tal vez no basta. Es un camino de paz, eso lo tengo claro. El que no
miente vive en la verdad y la verdad me hace libre y feliz.
Cada vez que miento,
difamo a mi prójimo, hablo mal de los que me rodean, urdo mentiras para lograr
mi beneficio.
Y cada vez que pongo mi
interés y el cumplimiento de mis planes por encima del bien de mi hermano. Cada vez que
me amo a mí mismo y mis proyectos más que a Dios.
En esos momentos, presa de
mi egoísmo, no soy feliz. El corazón temeroso no quiere perder su vida y vive
con angustia.
No ama, no se entrega, no
se rompe para que otros vivan y crezcan. Decía el padre José Kentenich:
«Si el amor instintivo no es sano, se convierte en egoísmo. Si en nuestro desarrollo nos hemos saltado la dimensión del amor instintivo, podemos estar seguros de tener en nuestro interior algo de vida psíquica enferma, algo de trastorno obsesivo».
Un camino libre y amplio para
amar
Un amor egoísta me cierra. Cumplir los
mandamientos me abre. Me saca de mi egoísmo y mi mentira para estar presente y
abierto a mi hermano.
El amor me saca de mis
penumbras y me lleva por parajes llenos de luz. Es lo que deseo por encima de
todo.
Cumplir lo que Dios me
pide no es una cadena que me condena a la esclavitud. Es más bien un camino
libre y amplio en el que me encuentro con su amor y soy
capaz de amar de forma generosa y única.
Amar así es lo que el
corazón desea. Y vivir con paz en el alma sabiendo que el amor de Dios va a
llenarme de esperanza en medio de incertidumbres.
¿Qué tengo que hacer? Cumplir lo
que Dios me pide.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia