Era el único sacerdote en Afganistán, al servicio de los católicos extranjeros. Este religioso barnabita, ahora a salvo en Italia, salió de milagro de Kabul acompañado de varias religiosas y 14 niños con minusvalías graves
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El P. Scalese en la escuela del Centro Pro Bambini de Kabul. Foto cedida por Giovanni Scalese |
El embajador italiano me preguntó si quería salir del país junto al resto de
diplomáticos y personal de la embajada. Pero yo no estaba dispuesto a hacerlo
sin la certeza de que las monjas y los niños también fueran a
subirse al avión. Sabía que ellas nunca se habrían ido dejándolos en
Afganistán. La situación degeneraba cada día, pero las instituciones italianas
me ayudaron con los trámites de los visados para la evacuación.
Un día después de su salida un atentado causó
más de 180 muertos.
Fue un milagro. Si no hubiéramos
salido ese día, no lo habríamos conseguido. Fue una odisea llegar al
aeropuerto, con las carreteras abarrotadas y los accesos bloqueados, llevando
con nosotros a estos 14 niños con minusvalías graves. Estoy convencido de que
nos han protegido las oraciones que llegaban de todos los rincones del mundo.
Llegó a Kabul en noviembre de 2014. ¿Cómo han
sido estos siete años?
Muy duros. Desde el primer momento, la capacidad para desplazarse estaba
restringida. No podía salir sin protección de la zona fortificada de la
embajada por la inseguridad. Es un error pensar que con la OTAN y las tropas de
Estados Unidos reinaba la paz. En los últimos años la violencia y los atentados
se habían multiplicado. Me hubiera gustado actuar de forma más libre, poder
moverme, hablar más con la gente… Pero mi consuelo es que la Iglesia no soy
solo yo. Las monjas vivían en la ciudad y estaban al lado de la gente. Su labor
era muy apreciada tanto por los vecinos como por el Gobierno. Incluso les
pidieron que abrieran más centros.
¿Cuántos eran los cristianos en el país?
La presencia cristiana es mínima. Son solo extranjeros que venían a Afganistán
por un breve periodo. La única iglesia del país está en suelo italiano, es
decir, dentro de la embajada. Y luego estaban las monjas, cuatro misioneras de
la Caridad, que gestionaban un orfanato para niños abandonados con minusvalías
severas y la organización Pro Bambini de Kabul, que llevaban otras dos
religiosas y un religioso para ayudar a niños con retrasos en el aprendizaje.
Ellos eran verdaderas semillas de amor y caridad para el pueblo afgano.
Usted era el único sacerdote de Afganistán.
¿Cuál era su papel?
Mi labor estaba vinculada al servicio de los católicos extranjeros que viven en
Afganistán. En el pasado, el responsable de la misión gozaba de más libertad de
movimiento, aunque siempre ha estado totalmente prohibido hablar del Evangelio.
Convertir a los afganos sería una grave culpa. El pecado de apostasía está
castigado con la pena de muerte. En los últimos años era cada vez más difícil
para los fieles, que trabajaban sobre todo para organizaciones internacionales
y otras embajadas, participar en la Misa. Además, el coronavirus lo agravó
todo. Me he pasado varios meses celebrando Misa solo.
¿Fue un error de cálculo no ver la fragilidad
del Gobierno afgano?
Nadie lo vio venir. El avance talibán ha sido como un tsunami. En apenas diez
días descabalgó al Ejército afgano, que había sido formado y armado por la
comunidad internacional, sin tener que librar ninguna batalla. Todos sabíamos
que antes o después las tropas extranjeras abandonarían el territorio de
Afganistán. Tenían un coste demasiado elevado y con la crisis actual era un
gasto insostenible. Pero teníamos la esperanza de que se pudiera realizar de
forma distinta. Ahora solo espero que se geste un Gobierno inclusivo, que las
embajadas puedan reabrir y que la Iglesia pueda regresar pronto.
¿Cuál será la situación para los que se quedan?
Hay que esperar para tener certezas. Se habla de abrir nuevos corredores
humanitarios porque los puentes aéreos militares no han conseguido sacar a todo
el mundo. Pero estas evacuaciones también suponen un empobrecimiento notable
para el país. Se va la gente más preparada. En la embajada italiana trabajaban
ingenieros, electricistas, carpinteros… afganos que estaban preparados
técnicamente y que hubieran ayudado a la reconstrucción del país. Personalmente
no creo que los talibanes tomen represalias en masa contra los que han
cooperado con las dos décadas de ocupación extranjera. No les conviene. Saben
que no habrá inversión extranjera hasta que no haya estabilidad.
¿Le preocupa la situación de las mujeres?
Yo tuve una experiencia positiva. Fui a hacerme unos análisis en un laboratorio
donde solo trabajaban mujeres. Pero esto es solo una pequeña parte. El maltrato
a la mujer, los matrimonios forzosos o las niñas que no van a la escuela eran
una realidad incluso antes de que llegasen los talibanes. Se trata de un factor
cultural muy arraigado, que no se puede erradicar de un día para otro. Por
encima incluso de la ley islámica.
La acogida
de la Iglesia española
La Iglesia en España ha vuelto a
responder ante el drama de los refugiados. Esta vez, con la acogida de los
llegados de Afganistán. Y lo ha hecho a distintos niveles: ofreciendo sus
espacios para que puedan tener un techo en el que habitar, convirtiendo la
parroquia en un punto de recogida de útiles para los recién llegados, o
manteniendo la colaboración con el Gobierno en los programas creados ad hoc. El caso paradigmático en esta crisis es el de
la Orden de San Juan de Dios, que tiene instalados en cinco de sus centros a 91
refugiados.
Victoria
Isabel Cardiel C.
Fuente:
Alfa y Omega