Manon sintió desde pequeña una especial atracción por la Cruz, que en su entorno le presentaban sin embargo como un signo prohibido.
Manon, a la derecha de la foto, en el día de su reciente bautizo. Dominio público |
No
celebraba los cumpleaños, ni hacía amistad con “personas mundanas”, ni le
estaba permitido adornar el árbol de Navidad. De esta forma, explica a Lætitia d’Hérouville en
un testimonio que recoge el portal de la diócesis de Fréjus-Toulon, se
mantuvo alejada de otros niños durante toda su etapa escolar.
Algo
en el cristianismo, sin embargo, la atraía. Las iglesias y la Cruz
“representaban lo prohibido, pero yo sentía que algo vibraba en mí cuando pasaba ante una iglesia
o veía una cruz en el cuello de alguien”. Ahora interpreta esas
vibraciones como una primera llamada de Dios: “Durante todos aquellos años, el Señor debía estar ahí,
pequeño, oculto, esperando a que yo estuviese dispuesta a abrirle la puerta”.
El encuentro con Cristo
Contrajo matrimonio con otro joven
testigo de Jehová, y paradójicamente eso sirvió para liberarla de ataduras. Se
distanciaron de la comunidad y dejaron de practicar sus costumbres. Tuvieron dos hijos, pero también
conocieron el sinsabor del divorcio.
Al
finalizar el proceso, su alejamiento del grupo era total y para Manon empezaba
una nueva oportunidad de orientar espiritualmente su vida. Experimentaba una gran sed de Dios y
necesitaba respuestas.
Una
mañana, tras dejar a los niños en el colegio, decidió hacer algo que hasta
ahora consideraba prohibido: entrar
en una iglesia católica. Lo hizo con un nudo en el estómago, con la
sensación de una acción transgresora. Estaban en misa y se sentó al fondo del
templo.
“Tuve una revelación en mi
corazón: ¡éste es mi sitio!” explica. Era la parroquia de San Jorge en
Toulon, en la Riviera francesa. Allí ofrecen la posibilidad de realizar un Curso Alpha. Se apuntó a él.
El cambio por Cristo
“Al
igual que yo”, recuerda, “otras personas venían para comprender. Mi primer
impulso del corazón, sin conocer nada de la religión católica, se puso de
manifiesto durante las reuniones. ¡Al
fin encontraba la respuesta a los interrogantes espirituales que había
tenido siempre!”
Al
cabo de un tiempo pidió el bautismo,
y cada semana se formaba con un catequista para adultos. Aprendió a leer la Biblia con ojos nuevos:
“Algunos pasajes los conocía muy bien, pero no entendía su verdadero sentido.
Descubrí una religión de libertad, de apertura y de amor”.
Manon
se fue integrando en la parroquia, estructurada, según es característico en la
diócesis del obispo Dominique
Rey, en torno a una gran actividad evangelizadora: “Conocí personas muy amables con
las que trabé vínculos muy fuertes”.
Y
llegó el día del bautizo: “¡Un momento muy fuerte! ¡Me sentía tan feliz de entrar en la gran familia de los hijos
de Dios…! Para mí era el comienzo del verdadero camino”.
Su
relación con Dios ha cambiado: “Necesito
hablar con Él para empezar serenamente el día. Mi encuentro con Cristo me ha descubierto
a mí misma. Ese encuentro llena mi vida, y la de mi novio, y la de mis hijos.
Hoy camino tranquila, sin dudas ni miedos".
"Sé
que mi futuro será hermoso, porque mi fin es el cielo", concluye: "Ésa es mi
esperanza, y ante eso poco importa lo que me pueda pasar en esta tierra. Me
gusta meditar estos versículos: «Haceos tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y
roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6,
20-21)”.
C. L.
Fuente: ReL