Valientes palabras de Alberto Reyes, un sacerdote que no tiene miedo a las represalias
Alberto Reyes Pías es párroco en Camagüey, en el centro de Cuba |
La isla se ha convertido en un foco
informativo internacional por lo que las autoridades castristas están
intentando impedir que salgan más imágenes al exterior de una
ciudadanía harta, pobre y hambrienta que pide a gritos el fin del
comunismo y la llegada de la libertad.
Pero pese a su empeño siguen
saliendo a la luz testimonios y denuncias, también desde el seno de la Iglesia
Católica. Una de las más contundentes ha sido la del sacerdote Alberto
Reyes Pías, párroco en Esmeralda, en la Archidiócesis de Camagüey.
“Ahora ya no hay marcha atrás, porque
ahora hemos visto el verdadero rostro de aquellos que durante años nos hablaron
día a día y machaconamente de lo mucho que nos amaban y querían nuestro bien.
Ahora sabemos que todo era mentira, y que no les vacila ni la mano ni la voz a
la hora de proclamar destrucción y muerte, y de incitar a la guerra de hermano
contra hermano en una lucha cuyas heridas tal vez no sanen nunca”, afirma este
religioso en un contundente audio sobre la situación que se está viviendo en
estos días.
El padre Reyes nació en pleno
régimen castrista y creció en un ambiente que en el ámbito oficial despreciaba
la religión. En una entrevista con ReL durante
la presentación de su libro Historia de una resistencia (Voz
de Papel) hablaba de esa infancia y del riesgo de vivir una fe pública.
“Yo había empezado el curso escolar
y tenía una maestra nueva. Un día, ante un comentario mío que no recuerdo, ella
me dijo: '¿Tú eres religioso?'. Y yo le respondí: 'Sí, pero no se lo diga a
nadie'. Me sentí muy mal con mi respuesta y cuando llegué a casa se lo conté a
mi madre. Mi madre siempre ha sido una mujer alegre y espumante, pero recuerdo
que me miró a los ojos, muy seria, y me dijo: 'Si quieres seguir yendo a la
Iglesia tienes que estar dispuesto a que te maten. Si no, no vas más',
comentó el ahora sacerdote.
Su historia ha sido de entrega y
sacrificio, pues Alberto Reyes dejó su carrera de Medicina,
que en Cuba significa pertenecer a la élite, por ser sacerdote. Pero
también dejó a su novia. Y ahora no tiene miedo a sacrificar incluso su
integridad con unas duras palabras contra un régimen que ha maltratado a todo
un pueblo.
No es la primera vez que este
sacerdote denuncia lo que sucede en su país. En el Diario de Cuba,
medio de los cubanos en el exilio, hace unos meses ya criticaba al régimen
comunista: "No se trata simplemente de poder y economía, porque hoy día
eso puede mantenerse sin la necesidad de tener a un pueblo en contra. Es
algo más, es la impunidad que da el poder absoluto, es la posibilidad de actuar
sin ser cuestionado (...) La impunidad es la posibilidad de jugar a ser
Dios".
Y para ello ponía numerosos ejemplos
concretos de la impunidad del régimen, que iban desde la condena a muerte de
tres jóvenes que intentaron huir del país o la detención arbitraria de
ciudadanos o la corrupción que genera aún más pobreza en el país.
"Tenemos el poder de actuar
como hombres y mujeres libres, tenemos el poder de decir lo que pensamos, de
usar el 'sí' y el 'no' desde nuestra conciencia y no desde lo oficialmente
orientado, podemos denunciar en público y en privado lo que está mal y
no responder 'como si no pasara nada', tenemos el poder de unirnos al
que defiende la verdad y la justicia para no hacerlo vulnerable", afirmaba
en enero de este 2021.
Ahora, ya en julio y con un país
levantado contra una dictadura que intenta de nuevo oprimir a los cubanos ha
pronunciado unas palabras que él sabe que le pueden traer muchos problemas.
Dice el profeta Isaías: “Por mucho
tiempo he guardado silencio, he estado callado, me he reprimido. Como
parturienta grito, jadeo y resuello”.
El ser humano está hecho para la
libertad, al punto que ni siquiera su Creador la violenta. Al ser humano se le
puede reprimir, amedrentar, amenazar…, y esto puede hacer que, por un puro
instinto de supervivencia, la persona se someta a la esclavitud e incluso
llegue a defender al que lo oprime. Pero la libertad está inscrita en nuestros
genes. Pueden pasar años, generaciones incluso, pero llega un momento
en el cual el alma se rebela y dice: “¡Basta!”.
Desde hace mucho tiempo, el pueblo
cubano viene dando signos de cansancio y de hartazgo, desde hace muchos años,
nuestro pueblo viene avisando que “se ha cumplido el tiempo de la
esclavitud”.
¿Cómo es posible que hayamos
demorado tanto? Porque no nos sometieron de un día para otro. Nos engañaron,
nos manipularon, nos deslumbraron, y cuando los primeros empezaron a despertar,
los masacraron, los fusilaron impunemente. Y el miedo puso en nuestros
corazones y en nuestros hogares su rostro omnipresente.
Y así hemos vivido por años,
escondiéndonos, simulando, y huyendo a la primera oportunidad, dejando
muchas veces solos y a merced del mal a aquellos que se atrevían a alzar la voz
de la libertad, a pesar de que lo hacían en nombre de todos.
Con el tiempo, los signos de inconformidad
y rabia fueron creciendo, pero esos signos fueron despreciados, ridiculizados y
subestimados. “Somos poderosos”, “somos continuidad”, “los esclavos no osarán
rebelarse”. Pero se equivocaron, porque la libertad nace del alma, y el
alma tiene una fuerza imparable.
No tuvo que ser así, no tenía por
qué ser así, pero llega un momento en el que es imposible no darse cuenta de
que al opresor no le importa el esclavo, ni le importará nunca; es imposible no
comprender que el discurso de un mañana feliz es sólo eso, un discurso
vacío, el verdadero opio del pueblo.
Y ahora ya no hay marcha atrás,
porque ahora hemos visto el verdadero rostro de aquellos que durante años nos
hablaron día a día y machaconamente de lo mucho que nos amaban y querían
nuestro bien. Ahora sabemos que todo era mentira, y que no les
vacila ni la mano ni la voz a la hora de proclamar destrucción y muerte, y de
incitar a la guerra de hermano contra hermano en una lucha cuyas heridas tal
vez no sanen nunca.
Pudo ser diferente, pero los que nos
engañaron y nos esclavizaron decidieron que no fuera diferente, porque ignoraron
sistemáticamente a un pueblo que no pudo dar más síntomas de querer un cambio
pacífico, y porque el cambio implicaba renunciar al poder absoluto, el
cambio implicaba aceptar la libertad, el cambio implicaba la capacidad de amar,
y el comunismo no puede admitir el amor porque el amor es contrario a su
naturaleza.
Yo no sé si el amanecer está ya
próximo o se hará esperar un poco, pero ya nada podrá ser igual. No sé si lucharemos
hasta el final o nos rendiremos, agobiados por el miedo a la cárcel, a la
represión y a la muerte, para resurgir más adelante, pero lo que sí es
cierto es que a nuestra libertad las cadenas le pesan demasiado.
De momento, seguimos, recordando que
un gobierno puede reprimir a una persona, en un lugar, en un momento,
pero no puede reprimir a todas las personas, en todos los lugares, en
todos los momentos.
J. L.
Fuente: ReL