Francesco Albertini es seminarista de la Congregación de la Preciosa Sangre
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Algunas de sus misiones consisten en ir a los lugares donde habitualmente viven y pasan su tiempo los jóvenes. |
Francesco Albertini es un seminarista de 28 años de
los Misioneros de la Preciosa Sangre, cuyo carisma especial es ir
a evangelizar allá donde están los jóvenes, por lo que su labor en muchas
ocasiones va mucho más lejos de los muros de las iglesias.
Así es como Francesco se enamoró de este carisma. Anunciar a
Jesucristo en bares, plazas, teatros, playas… fue para él la respuesta a unas
inquietudes profundas que arrastraba desde hacía años en cuanto a la llamada
del Señor.
En una entrevista con Gerardo Ferrara para CARF, Albertini habla de su vocación, su llamada, su misión
y también de sus estudios en Roma en la Universidad de la Santa Cruz gracias a
una beca del Centro
Académico Romano Fundación.
-La historia de Francesco es un poco como San Agustín, ¿verdad?
-Sí, así es. Ahora me doy cuenta de que el Señor ya lo sabía todo
y yo como que fingía entenderlo, para sentar las bases de una vida predefinida,
siguiendo el protocolo anti-riesgo. Mi corazón siempre ha estado lleno de
preguntas: “¿Qué quieres para tu vida? ¿Qué estás buscando?”. Alrededor de
estas preguntas logré coser muchos roles que, a primera vista, eran perfectos:
el “estudiante modelo”, el “artista erudito excéntrico”, el “animador que
evalúa todos los riesgos”, el “filósofo”, el “poeta”, el “intelectual”, el
“niño ideal”…
Pero dentro de mí estaba este deseo increíble de no fingir ser
algo que no me perteneciera. Dios lo sabía, ¡conocía la necesidad de
rescartarme! Y puede que yo también lo supiera…
-¿Y hoy sí lo sabes?
-Bueno, hoy sí escucho la voz de Dios. Porque, por mucho que
intentara dar forma a mi existencia, por mucho que buscara un rol, una forma de
ser en el mundo, nada podía anular el hecho de que Dios había hablado a mi
corazón, lo había seducido y depositado una íntima certeza en mi corazón: ¡Quería
servir a mis hermanos, ser un hermano mayor, encontrar la belleza!
-¿Quieres contarnos cómo empezó todo?
-Mi vocación nació en la parroquia, precisamente en la iglesia de
San Benedetto Abate, en Pomezia, no lejos de Roma, dentro de unos grupos
juveniles creados por inspiración de algunos sacerdotes de los Oblatos de San
Francisco de Sales. El primer ejemplo de cómo tiene que ser un sacerdote
me vino de ellos. Al menos yo quería ser así…
-¿Cómo?
-Siempre al lado de los jóvenes, ayudándolos en una formación
completa y continua, paso a paso, a pesar de todas las contradicciones que
puedan tener, de las debilidades y flaquezas, como fue para mí.
-Es bueno que la Iglesia, aún en un país que va secularizándose
cada año más, siga teniendo un papel fundamental para los jóvenes…
-¡Por supuesto! Y además, en las realidades como la mía, una
ciudad industrial muy cercana a la capital de Italia. La calle donde está
ubicada la parroquia era un mundo lleno de amistades maravillosas, donde
vivimos el entusiasmo del hoy y soñábamos con las promesas del mañana. Era un
mundo lleno de ruido pero donde se hablaba en voz más baja al compartir las
angustias, los desengaños y los fracasos que muy a menudo venían.
- Y me contabas que justo a partir de los catorce años empezó para
ti este viaje en búsqueda del rostro de Cristo…
-Sí, en la escuela secundaria, una escuela artística que fue
como una especie de experiencia vocacional porque me sentía atraído por
todo lo que es arte, creatividad, fantasía realizada a través de la
experimentación. Siempre he interpretado metafóricamente todo eso como la
“pedagogía” que el Señor usa conmigo, en “trabajarme”, en “moldearme” para
hacer de mi vida como su obra de arte.
-Pero aún no sabías que estabas buscando.
-Pues no. Sentía crecer dentro de mí una voz íntima
susurrando algo radical, un amor radical. Que eso se llamara vocación aún
no lo sabía y, sinceramente, ni siquiera quería saber demasiado porque yo
estaba bien, me gustaba mi vida y, por lo tanto, después de la escuela secundaria
ya soñaba con una carrera como filósofo o artista, o las dos cosas.
-Así que conseguiste “callar” esta voz.
No del todo, obviamente. Incluso llegué a preguntarme si entrar al
seminario, pero ni me planteaba cómo y dónde, así que, en lugar de pedirle
a alguien que me ayudara para “discernir” esa voz que sentía, fingí olvidarme
de ella, para ir buscando otras cosas que me parecían más reales: afirmación,
manifestaciones de estima, aplausos, etc.
-Como San Agustín: todavía no; todavía no…
-Sí, y además los años universitarios fueron más bien difíciles:
me matriculé, como quería, en la Facultad de Filosofía pero cuanto más
intentaba conseguir resultados y no llegaban, poco a poco iba perdiendo el
sentido de lo que estaba haciendo. Mi vida estaba perdiendo su sentido, su
fuerza, su belleza. Todos los días me despertaba e intentaba, con toda mi
fuerza, volver a empezar pero parecía que cuanto más lo intentaba, más me
hundía. Me sentía un náufrago que no sabe nadar.
-Sin embargo, el Señor no te abandonó.
Gracias a Dios. Él no solamente no dejó nunca de estar a mi lado,
sino colocó algo precioso en mi corazón, en particular durante un campamento de
verano, antes de matricularme en la Universidad. Experimenté, durante un
momento de oración muy intensa, un amor muy fuerte que “inundó” todos los
sentidos: algo difícil de explicar. Entonces, la alegría de aquel momento
preciso, de mi pasado, no solamente se quedó en mí como un recuerdo precioso,
sino que consolidó aún más todo lo que había probado cuando era más joven.
-Esto es muy bonito, pues muchas veces, mirando a nuestros
jóvenes, nos sentimos muy desanimados cuando se alejan de la fe.
-¡Pero Dios no se aleja de ellos! Y conmigo el Señor actuó con su
infinita benevolencia, mientras estaba yo confundido.
-¿Qué pasó?
-Supe que un chico de mi parroquia, que pasaba por un proceso de
discernimiento vocacional y había decidido tomarse un tiempo haciendo el
Camino de Santiago, conoció a lo largo del recorrido a algunos seminaristas de
los Misioneros de la Preciosa Sangre. Después de estar mucho tiempo con ellos,
quiso entrar al seminario para iniciar el camino de la formación en la
Congregación.
- Y te entró curiosidad...
-Sí, fue algo que me intrigó mucho, sobre todo porque me sentía en
una situación muy parecida. Entonces decidí “echar un vistazo”, con mucha
“prudencia” y timidez: me acerqué, conocí un poco a la gente y al final me
crucé con él que luego se convertiría en mi director, quien entonces estaba a
cargo de la pastoral juvenil y vocacional. Después de vernos varias veces y
compartir mucho, comenzamos a hablar de mi futuro, de una posible entrada en la
Congregación, pero no estaba yo del todo convencido… Bueno, en realidad ¡tenía
mucho miedo!
Intenté resistir, cuestioné todo, siempre tratando de evitar esta
sana inquietud que el Señor, en su infinita benevolencia, había puesto en mi
corazón, pero los Misioneros estaban allí…
-Sé que los Misioneros de la Preciosa Sangre, una realidad fundada
en 1815, están muy comprometidos con los jóvenes…
-¡Así es! De hecho, se hacen “misiones” que son una
iniciativa típica de los Misioneros de la Preciosa Sangre y que consisten
en animar, durante una semana, la realidad parroquial que solicita este
servicio. Esta “misión” implica una predicación intensa y constante, no solo
por parte de los Misioneros, sino también de laicos y familias que comparten su
experiencia de crecimiento con el Señor.
-¡Y vais buscando a los jóvenes allí donde ellos se encuentran!
-¡Claro! No esperamos a que vengan ellos, vamos nosotros a los
lugares donde habitualmente viven y pasan su tiempo. Por eso vamos a las
plazas, a las escuelas, a la estación de autobuses, a la playa… Nos encontramos
con ellos en las plazas, en los bares, en los círculos, adondequiera que ellos
estén… Por cierto, hay música, bailes, videos, espectáculos teatrales y
actividades que tienen como objetivo “atraerlos” a la parroquia y a la Iglesia
en general, involucrándolos en el servicio y en el crecimiento espiritual.
-Y en una de estas misiones te enamoraste de la entrega a Dios
-Pues sí… De hecho salí para Sicilia y de ahí, de ese viaje, puedo
decir que nunca he regresado, porque me di cuenta de que lo que Dios había
puesto en mi corazón no era “otra cosa” con respecto a lo que yo deseaba… Es
más: después de muchos años descubrí que el éxito, el reconocimiento no
podían ser un objetivo, porque están ahí un momento pero luego desaparecen,
mientras sí encuentras felicidad y vida eterna en Dios, que se queda para
siempre. Es decir que Dios se me presentó otra vez como un proyecto más digno.
- Allí tomaste tu decisión
-Sí. Continué mi camino vocacional y entré en la Congregación en
octubre de 2015. Desde entonces he vivido muchas aventuras, tantas
alegrías, también sufrimiento pero ¡sobre todo tanto crecimiento! Crecimiento
con Dios, que no hace de ti lo que tú quieres sino lo que ya eres, ya que sabes
y esperas que, día tras día, todo pasa pero solo Él, el Señor, con su infinita
misericordia, se queda.
-Y ahora eres el primero de tu Congregación en estudiar teología
en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
-Y no solamente soy el primero, sino que tengo el mismo nombre de
fundador: ¡Francesco Albertini! que era el padre espiritual de San Gaspar del
Búfalo. Los dos fundaron la Congregación de la Preciosa Sangre. Algo curioso y
muy divertido. Pero yo siempre se lo cuento a la gente que me pregunta si estoy
seguro de mi vocación. Y al fin y al cabo, yo les digo también que si uno hace
la voluntad de Dios, nunca se arrepiente.
Fuente: ReL