![]() |
Dominio público |
Lo que nunca hubiera imaginado es que ni sus sofisticadas armas
ni sus compañeros pudieran salvarlo de un artefacto explosivo que le hizo volar
por los aires y le arrancó las piernas. Fue la Medalla Milagrosa que
llevaba encima la que le salvó la vida. Y eso que ni siquiera era católico
cuando ocurrió aquel suceso que le cambiaría la vida.
El de este
marine de EEUU es un ejemplo más de la fuerza de esta Medalla Milagrosa. Faust
recuerda que la llevaba puesta aquel 15 de octubre 2010 aunque
no era católico. Tenía 21 años cuando su pie izquierdo pisó un IED (artefacto
explosivo improvisado), conocido popularmente como “bomba caminera”.
La explosión lo
elevó varios metros hacia arriba y asegura recordar el verse suspendido en el
aire. Su rifle apareció a 100 metros de distancia. “Recuerdo estar
extremadamente confundido… sin saber lo que acababa de pasar”, cuenta
Colin a Catholic News Service.
Así, relata que
su “primera reacción, mi instinto por la razón que sea, fue
recitar una oración. Ni siquiera recuerdo lo que dije”.
Pero sí que
recordaba perfectamente lo que portaba en aquel instante: una Medalla
Milagrosa que le había dado su abuela católica, cuyo hermano era sacerdote
y fue quien le dio esta medalla.
Hasta ese
momento este marine no había pensado mucho en aquel objeto mariano que
llevaba en el frente de guerra. Pero ahora es una medalla que venera y que
ve como una clara señal de Dios.
De hecho, fue lo
único que le quedó de lo que llevaba puesto el día de la explosión. Desde ese
momento llevó la Medalla Milagrosa cada día durante siete años. Ahora la guarda
para entregársela a su hijo cuando sea más mayor.
Cuando Faust
recuerda aquel suceso ve todavía hoy muchas razones por las que su vida
podría haber acabado en Afganistán, y no fue así.
En primer
lugar este militar fácilmente podría haberse desangrado si no
hubiera sido por la rápida atención médica de un médico de la Marina, quien le
aplicó torniquetes en ambas piernas y en su brazo izquierdo.
En segundo lugar, el
helicóptero de evacuación médica tuvo que abandonar debido a la
artillería pesada de los talibán que rodeaba la posición del soldado herido.
En tercer lugar, un
médico trató de ponerle una inyección de morfina para aliviar su dolor, pero
desistió del esfuerzo cuando la jeringuilla falló. Más tarde, Colin Faust
se enteró de que la explosión debería haberle matado debido a la cantidad de
sangre que había perdido.
Y por último, el
peligro final llegó cuando un grupo de soldados lo colocó sobre una lona y
corrió hacia una posición segura mientras recibían numeroso fuego
enemigo.
Por ello, este
exmarine afirma convencido de que la Medalla Milagrosa le ha servido como un
recordatorio concreto de que Dios y María lo estaban cuidando.
De hecho,
Faust había sido criado como luterano en Minnesota y según
creció su relación con Dios era totalmente “tibia”. Pero fue tras la explosión
cuando se volvió hacia Dios, gracias precisamente a la Virgen. Y así fue como
fue profundizando en la fe hasta unirse a la Iglesia Católica durante
la Vigilia Pascual de 2018 cuando tenía 29 años.
En este proceso
providencial, tras el accidente conoció a la que sería su esposa, católica
practicante, lo que también fue acercándole a la Iglesia. Fue en un momento
crucial, en plena recuperación de las numerosas secuelas que le dejó
esta mina.
Cuando Colin
conoció a Julia había pasado ya por numerosas cirugías y más de dos años de
rehabilitación. La parte inferior de su pierna izquierda se perdió en
la explosión y su pierna derecha resultó gravemente dañada mientras
que su brazo izquierdo resultó también muy herido.
Se casaron el 15
de octubre de 2016, fecha del aniversario de la explosión y tienen un bebé. Por
mucho que a Faust le guste ser marido y padre, su principal pasión es la
fe. Está cursando una licenciatura en teología de la Escuela
de Divinidad del Seminario de San Pablo.
La devoción
mariana es una parte de su fe. Reza el Rosario cada día y se ha
consagrado al Inmaculado Corazón de María. Además, afirma que un pasaje del
Evangelio marca su vida: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame”.
Sin duda, Faust
ha llevado una cruz en el sufrimiento de años de cirugía y rehabilitación,
y de tener que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas. Pero la forma
en que habla de eso ahora indica que ha eliminado la autocompasión de su vida.
Ha sido reemplazada por una profunda sabiduría por la que ha pagado un alto
precio.
“Una paz gozosa
reina en el alma cuando uno se da cuenta de que todos los dolores, sufrimientos
y momentos de prueba en esta vida no carecen de sentido, sino que se
convierten en el medio de santificación propia y ajena cuando se une a Cristo”,
asegura este exmarine.
Artículo adaptado del original publicado en Cari Filii News.
Javier Lozano
Fuente: ReL