![]() |
AllaSerebrina/depositphotos.com |
Una verdad para meditar en cuanto despertamos.
Los padres pueden tener muchos hijos pero a todos
los aman profundamente. ¡Qué sufrimiento en su corazón cuando uno de ellos se
imagina ser menos amado que sus otros hermanos y hermanas!
¿Entonces, Dios? Dios nos ama también de manera absolutamente original. Incluso cuando tenemos la impresión de que en alguna circunstancia nos ha olvidado, creemos que está haciendo todo por nuestro propio bien.
¡Qué error cometemos cuando envidiamos a un vecino con el pretexto de que posee talentos maravillosos o que disfruta de un entorno excepcional!
A pesar de las apariencias a menudo contrarias, nadie
es menospreciado en su familia.
Las tonterías que cometen los adolescentes no
impiden a sus padres amarles. ¡Qué alegría en el corazón de un padre cuando
puede por fin abrazar al hijo pródigo que vuelve de su fuga!
Pues bien, Dios se alegra igual cuando le pedimos
perdón por habernos alejado de Él durante años.
Y es, con frecuencia, después de haber cometido
alguna falta estúpida cuando nos damos cuenta por fin de con cuánto amor nos
quiere. ¡Un amor incondicional!
El orgullo que experimentan los padres ante los
éxitos de sus hijos les permite adivinar la alegría del Padre ante la
generosidad de sus criaturas.
La Biblia afirma explícitamente que Él “se
alegrará por ti con cantos” (So 3,17), y
que “se complace (…) en los que confían en su gran amor” (Sal 147,11).
Y qué decir de la ambición que reside
en el corazón de los padres: cuántos no escatiman esfuerzos para que sus hijos
tengan una vida mucho mejor que la suya.
La ambición del Señor es infinitamente mayor. Él
se propone darnos un corazón ardiente de amor.
Sólo hace falta pedirle con confianza e
insistencia, abriendo nuestro corazón a la invasión del Espíritu Santo, que
quiere derramar su amor en él a través de Jesucristo, su amado Hijo.
Por tanto, no olviden, padres, que Dios prepara
para sus hijos unas sorpresas mucho más formidables que las que ustedes sueñan
darles. Jesús mismo lo dice:
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se
lo pidan” (Lc 11,13).
Por
el abad Pierre Descouvemont
Fuente: Aleteia