Se dedicó a los más sufridos, víctimas de los garimpeiros que
arrasan por la fiebre del oro
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José Rafael Boscán Baldó |
Era
un movimiento
católico que animaba a adentrarse en el mundo misionero para trabajar con los
indígenas en la selva amazónica venezolana. Son los
salesianos los más activos actualmente y tienen varias misiones en la región
desde hace muchos años.
“Como
tantos jóvenes con estas inquietudes, siempre soñé con algo así para mi
vida. Acepté de inmediato formar parte del proyecto y sin pensarlo dos
veces, dije que sí a los salesianos y, por supuesto, a mis hermanos
yanomami”, consideró.
Muchos los llamados, pocos los escogidos
José Boscán Baldó es el nombre del joven protagonista de este relato que nos
confió su experiencia para Aleteia. Como tantos,
tenía ilusión de conocer un mundo tan distinto, estimulado por el testimonio de
los sacerdotes salesianos que hablaban maravillas de los
misioneros y del increíble bien que han hecho a la humanidad a través de los
tiempos. La
contribución vivencial que recibió fue determinante para que diera el paso.
No sabía cómo
reaccionaría su familia pero expresó: “Mis papás son conscientes de
mi compromiso con Dios y sabían que yo estaba estaba preparado. Comenzamos a
poner todo en orden para la salida. Una amiga me dijo que lo malo era que nos
separaríamos, pero yo le aseguré que la obra de Dios no separa, sino que más
bien une y el afecto se fortalece en el camino de trabajo fraterno y misionero
aquí en la tierra”.
Sabemos que “muchos son
los llamados y pocos los escogidos” y eso se cumplió en José. Eran muchísimos
los que ansiaban ir a las misiones. Pero José fue seleccionado y se puso en
marcha.
Camino a la selva
Llegó a la misión
salesiana en Puerto Ayacucho (capital del estado Amazonas)
y encontró a un grupo de sacerdotes mayores, de esos que pasan décadas en la
selva y jamás quieren irse. María Auxiliadora los ampara y los guía. Muchos de
ellos son europeos y “fue tan interesante
compartir con ellos!”, dice José. “Especialmente los gestos de afecto y
demostraciones de fe por parte del obispo que no dejó de sorprenderme, sobre
todo sus recomendaciones que retuve para siempre”.
«Para llegar a nuestro destino, pasamos por Okamo, un pintoresco y
colorido pueblito, asiento de una comunidad misionera donde vi por primera vez
a los yanomami. Las lágrimas se me salieron. Me había imaginado todo, su color,
sus facciones…y allí estaban, llenos de curiosidad por causa de nosotros,
forasteros, pero con sus caras humildes y su mirada limpia”. En Mawaca recibieron una
cálida recepción por parte de los maestros de la misión.
Comenzó la rutina
diaria en la Amazonía. No le costó adaptarse y era parecida a lo que tenía en
mente. Encuentros entre los jóvenes catecúmenos, cristianos y adultos,
cantos, clases y actividades deportivas. “Fue grato compartir todas
las tardes con todos los hijos del platanal, haber realizado círculos de
oración, contribuyendo a mantener la semilla en muchos jóvenes que
asistían a las reuniones donde cada semana se impartía formación a través del
sistema Radiofónico Paulo Freire. Qué experiencia verdaderamente inolvidable!”, cuenta José.
Los yanomami son
un pueblo muy rico en costumbres y creencias. “Mi dedicación –explica-
fue en su mayor parte a los sufridos por la tragedia de «Haximú» una comunidad
de nativos hostigados por los colonos del oro y los garimpeiros”.
La matanza
En 1993, 16
indígenas fueron asesinados por mineros ilegales brasileños en la población de
Haximú. En la zona operan numerosos buscadores de oro ilegales que
atacaron a la comunidad. Hay quienes aseguran que murieron unos 80. Aquellos
que sobrevivieron se encontraban cazando mientras la casa comunal yanomami era
devorada por las llamas.
En aquella ocasión,
el director de Survival International, Stephen Corry, declaró: “Esta es otra brutal tragedia para los yanomamis:
quienes acumulan crimen tras crimen. Todos los gobiernos amazónicos deben poner
fin a la desenfrenada minería, tala y ocupación ilegal en y de territorios
indígenas. Esto conduce inevitablemente a masacres de hombres, mujeres y niños
indígenas”.
En 2008 también
murieron cinco indígenas en la comunidad de Momoi, intoxicados por el mercurio
que utilizan los garimpeiros para la explotación del oro y que ha
contaminado extensas los suelos y los ríos de la zona.
Un garimpeiro puede
traducirse en minero informal. Es un buscador ilegal de piedras preciosas
–oro en este caso- en garimpos, explotaciones manuales o mecanizadas en sitios
distantes. Los brasileños que se ocupan de estas actividades ilegales no tienen
fronteras y faenan en ríos de la selva del sur de Venezuela.
“Dios me ayudará a conseguir testigos”
El lugar de la
tragedia se encuentra en un extremo apartado del sureste del Estado Amazonas de
Venezuela, fronterizo con Brasil, a seis semanas de camino a pie de Parima, el
centro poblado más cercano; ni las autoridades venezolanas ni las
organizaciones indígenas lograron llegar hasta allí para verificar lo
ocurrido. Luis Shatiwë, representante de la organización indígena
Horonami, dio fe de ello pero no le creían. “Ahora no me creen –dijo-. Pero Dios me ayudará a conseguir a los
testigos”.
Por episodios como
estos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha suscrito un acuerdo con
el estado venezolano en el que éste se compromete a garantizar la integridad
del pueblo yanomami. El documento fue firmado el 20 de marzo de 2012 y obliga a
Venezuela a que se haga justicia en el caso de la masacre de Haximú y que se
tomen medidas de protección y atención a favor de las comunidades indígenas.
Que sepamos, hasta ahora no hubo justicia.
Esa comunidad quedó
muy traumatizada, no sólo por la masacre en sí, sino por la forma despectiva e
insensible como fue tratada su tragedia por parte de las autoridades.
“Consideré –explica nuestro misionero venezolano José Boscán- que
mi deber como soldado de Cristo era el de acompañarlos y evangelizar.
Seguimos adelante con la fuerza de los Hijos de San Juan Bosco y con el Amor de
las Hijas de María Auxiliadora”, añade.
Por mucho tiempo,
José convivió con esas comunidades, predicó entre ellos y reconoce que se
siente obligado, reconocido de haber podido atesorar esas vivencias. “En
realidad he vivido una experiencia grata y mis mejores recuerdos, agradecido
a MAWAKA «HOA Yamaki KU».
Macky Arenas
Fuente: Aleteia Venezuela