Son
muchas las parejas que lo comparten todo salvo la fe. Si estás en una situación
así y para ti supone una fuente de sufrimiento, haz este ejercicio a solas o
con tu esposo o esposa
Muchos testimonios aluden a la dificultad de vivir
con un cónyuge que no comparte las mismas creencias religiosas.
“Mi marido es ateo y me cuesta vivir así. Me dice que la religión es para los débiles y me resulta difícil ser feliz plenamente en mi vida de pareja porque no me siento reconocida en esta dimensión espiritual de mi vida. Rezo por él, pero no veo cambios y eso me apena y me desalienta”.
“Mi mujer me acompaña de vez en cuando a misa para que sea un momento familiar porque ella sabe que yo lo necesito, cosa que valoro mucho. Pero vivo mi fe solo, cuando me encantaría tanto compartirla con ella. Me he implicado en la parroquia, pero eso no satisface la carencia que sufro. Sin embargo, sé que mi mujer me ama”.
Esta disparidad conyugal en la vida espiritual a menudo entraña un sufrimiento auténtico –en ambas partes– que puede conducir a una profunda insatisfacción e incluso al desánimo. ¿Cómo vivir esta situación de forma más serena y, por qué no, positivamente?
Una oportunidad para aceptar al diferente
Tu cónyuge es ateo. Vale. Pero ¿no es algo más? Realiza una lista, lápiz en mano, con todos los aspectos que valoras en tu pareja y vincúlalos a situaciones concretas.
¿Es una persona tierna, delicada, sensible, atenta, concienzuda, manitas, inteligente, profunda, divertida, respetuosa, puntual, reservada, comunicativa, valiente, exigente…?
La lista puede crecer y crecer. Pero si tu lista es desesperadamente corta, busca bien, no te has casado con ese hombre o mujer por ese puñado de cualidades.
Tu decepción con respecto a vuestras diferentes consideraciones espirituales no debe ocultar toda la profundidad que encierra tu cónyuge.
Este ejercicio lo podéis hacer cada uno individualmente y puede suponer un desarrollo muy constructivo al compartirlo luego juntos.
Es una oportunidad para aceptar las diferencias del otro y dar gracias por esta diversidad conyugal. Es una hermosa forma de amarse. Porque todo “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7).
Por Marie-Noël Florant
Shutterstock |
“Mi marido es ateo y me cuesta vivir así. Me dice que la religión es para los débiles y me resulta difícil ser feliz plenamente en mi vida de pareja porque no me siento reconocida en esta dimensión espiritual de mi vida. Rezo por él, pero no veo cambios y eso me apena y me desalienta”.
“Mi mujer me acompaña de vez en cuando a misa para que sea un momento familiar porque ella sabe que yo lo necesito, cosa que valoro mucho. Pero vivo mi fe solo, cuando me encantaría tanto compartirla con ella. Me he implicado en la parroquia, pero eso no satisface la carencia que sufro. Sin embargo, sé que mi mujer me ama”.
Esta disparidad conyugal en la vida espiritual a menudo entraña un sufrimiento auténtico –en ambas partes– que puede conducir a una profunda insatisfacción e incluso al desánimo. ¿Cómo vivir esta situación de forma más serena y, por qué no, positivamente?
Una oportunidad para aceptar al diferente
Tu cónyuge es ateo. Vale. Pero ¿no es algo más? Realiza una lista, lápiz en mano, con todos los aspectos que valoras en tu pareja y vincúlalos a situaciones concretas.
¿Es una persona tierna, delicada, sensible, atenta, concienzuda, manitas, inteligente, profunda, divertida, respetuosa, puntual, reservada, comunicativa, valiente, exigente…?
La lista puede crecer y crecer. Pero si tu lista es desesperadamente corta, busca bien, no te has casado con ese hombre o mujer por ese puñado de cualidades.
Tu decepción con respecto a vuestras diferentes consideraciones espirituales no debe ocultar toda la profundidad que encierra tu cónyuge.
Este ejercicio lo podéis hacer cada uno individualmente y puede suponer un desarrollo muy constructivo al compartirlo luego juntos.
Es una oportunidad para aceptar las diferencias del otro y dar gracias por esta diversidad conyugal. Es una hermosa forma de amarse. Porque todo “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7).
Por Marie-Noël Florant
Edifa
Fuente: Aleteia