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Rodrigo Correa es sacerdote de los padres de Schoenstatt |
Pero
entonces llegó lo que él
denomina “giros inesperados” propiciados por Dios, y sobre ello habló a un
grupo de jóvenes en las charlas REC (Razón en Cristo) y preparadas
para llegar a este público a través de las redes sociales.
“Te has dado un golpe en la cabeza y te volviste loco”. Esta es una de las muchas expresiones que Rodrigo afirma que le dijeron en su entorno cuando anunció que quería optar por la vida religiosa.
Según explica, “mucha gente piensa que (los sacerdotes) nacemos en la sacristía y
jugamos a la pelota debajo del altar y por eso somos curas”. Pero no es así, y
su historia lo atestigua.
Este joven se considera una persona normal que
nació en una familia católica pero que al llegar la adolescencia dejó de ir a
misa y Dios se volvió
“irrelevante” en su vida.
Al ingresar en la universidad para estudiar
Odontología se empezó a despertar en él una inquietud que tenía desde niño, la
de ayudar a los pobres y
más vulnerables. En ese momento, Dios apareció por el horizonte y
justamente una amiga le habló de un santuario de Schoenstatt, por lo que
decidió ir allí a misa.
“Llegué con una
expectativa muy grande… pero la experiencia fue malísima, el cura muy aburrido,
la gente no me conocía ni yo los conocía, ni conocía ninguna canción. Pero lo
que son las vueltas de Dios. En
un momento me fijé en una chiquilla del coro, una chiquilla preciosa. Fue un
flechazo. Y tras tres meses empezamos a pololear”, recuerda.
Esta joven que acabó siendo su novia, explica el
ahora sacerdote, “era un mujer
de muchísima fe y con una religiosidad superbonita. Con una
profundidad de Dios que intentaba llevarla siempre a su vida cotidiana”.
Tras tres años tanto de noviazgo como de carrera
llegó a la conclusión: “qué
feliz que soy, tengo una felicidad que no me merezco”. Novia, buena
carrera, amigos… “todo estaba en orden y pensaba que no necesitaba más”.
Sin saberlo pronto empezaría en su vida ese “giro inesperado”. Para
dar un poco más de tiempo a Dios decidió participar en una peregrinación a
través de los Andes organizada por Schoenstatt y que se denominaba la Cruzada de María. Eran 17 días
entre Mendoza (Argentina) y Santiago (Chile) a través de las montañas.
Ya el día 10 –recuerda Rodrigo- se sentó a escribir
en un pequeño diario que llevaba encima: “qué raro que me sienta tan feliz”, pues en ese instante
“fui súper consciente de que interiormente tenía una felicidad mucho más grande
de la que yo conocía”.
Pero esto no podía entenderlo porque “todo lo que
solía hacerme feliz estaba muchísimo más lejos. ¿Entonces? Y dejó escrito:
"quizás estoy feliz porque estoy con Dios” y también: ¿qué pasaría si eligiera esta
felicidad para siempre?”. Entonces cerró el cuaderno y lloró sin
parar.
“No pensaba en el sacerdocio pero era consciente de que la vida
estaba dando un giro inesperado donde no había pasos para atrás, donde el
señor me estaba haciendo una invitación que no era capaz de rechazar. Los últimos
días de la cruzada veía mucho nerviosismo en mi interior: qué iba a pasar
cuando volviera a mi vida, qué iba a pasar cuando mirara a los ojos a esta
mujer”, cuenta este joven religioso.
Una vez ya en Santiago y tras dar las gracias a la
Virgen en el santuario se encontró con que su novia había decidido darle una
sorpresa con su presencia allí. Entonces –relata- “volví a sentir lo de siempre
y fue tranquilizador, pensé
que todo esto fue una tontería en la montaña”.
Pero pasaban las semanas y aquella pregunta en los Andes no le dejaba dormir, así
que decidió hacer una lista con todos los motivos por los que no debía ser
sacerdote. Pero tampoco esto lo tranquilizaba así que decidió ir a ver a un
cura amigo suyo.
Éste le propuso lo contrario: hacer una lista con motivos por los que querría ser sacerdote. La
lista era más corta, pero había uno de los puntos que tenía mucha fuerza y que
le llevaba a su infancia y al rezo del Rosario con su bisabuela.
“Ella siempre después de rezar el rosario decía: ‘nosotros creemos en un Dios que
nos hace felices’. Para mí fue una frase que me quedó latente en el
alma, y al hacer la lista puse: ‘creo en un Dios que me quiere feliz’. Entonces
vale la pena buscar esta felicidad, y ahí el mundo se me dio la vuelta”, afirma
Rodrigo.
Finalmente, puso fin al noviazgo aunque no dejó de
estar enamorado de repente.
De hecho, cuenta
que cuando entró al postulantado le dijo al responsable: “yo quiero ser cura pero estoy enamorado de una mujer, ¿es
válido? ¿Se puede”. Y él respondió; “date tiempo y ve cómo se mueva el
corazón”. Y se movió claramente hasta Dios y hoy es un sacerdote feliz.
Por ello, a todos los jóvenes que les escuchan a
través de esta charla les dice desde su propia experiencia que “sea cual sea la
historia y el estado de vida que tengáis creemos en un Dios que nos quiere
felices, y ese Dios vale la pena. (…) Vale la pena jugársela y que la vida dé estos giros
inesperados”.
J. Lozano
Fuente: ReL