Esta familia asegura que “ha sido un regalo del Señor poder darle la dignidad que se
merece como hijo de Dios, hoy hemos podido despedirle de verdad, como hay
que despedir a un hijo”
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Esteban, Marisol y sus dos hijos rezan frente al panteón para no
nacidos
en el que se encuentra enterrado el pequeño Francisco / Paraula
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Esteban y
Marisol han sido los primeros padres en utilizar el panteón construido en el cementerio de
Torrent para bebés no nacidos. Y gracias a él esta familia ha podido dar un
entierro digno para su hijo pequeño. Porque como dicen ellos mismos: “nuestro
hijo no es un despojo”.
Detrás de este entierro se encuentra la historia de
sufrimiento, fe pero también esperanza de este matrimonio ante el
acontecimiento de la pérdida de un hijo. Y pese a lo reciente de este momento
han querido relatarlo para poder ayudar a otros que puedan pasar por su misma
situación. Así también
sabrán que a los pies de la Virgen de los Desamparados y junto a los ángeles
existe un lugar donde enterrar a los hijos que no llegaron a nacer con vida.
Su hijo se llama Francisco, y murió a las siete semanas de gestación.
Su entierro, al que fueron sus padres, sus hermanos, familiares y amigos se
celebró el pasado 1 de septiembre. Ahora en Paraula relatan
cómo ha sido este último mes, pero también el camino recorrido con el Señor
hasta llegar a este punto.
La Virgen y la apertura a la vida
“La Virgen María nos rescató de vivir en el mundo, y de la influencia de
la New Age”, cuenta Marisol, abogada de 35
años. De hecho, reconoce que “tampoco vivíamos bien nuestra relación,
pensábamos que muchas de las cosas que dice la Iglesia eran antiguas y sin
valor, pero la Virgen nos devolvió la pureza”.
Por su parte, en el caso de Esteban, trabajador
social de 40 años, le salvó “descubrir
la presencia de Dios en la Eucaristía y los sacramentos, especialmente
en el matrimonio”.
Este proceso de renovación de su fe hizo que
tomaran la decisión de que “teníamos
que abrirnos a la vida, y un día Nuestra Madre María nos puso en el corazón
el deseo de ir a un santuario suyo”. El 6 de agosto fueron al de la Virgen del
Puerto de Plasencia y supieron que estaba embarazada.
El milagro y la cruz
“Fue un milagro y lo recibimos con mucha alegría, como un regalo
inmenso, sin ninguna preocupación”, recuerda Marisol. En aquel momento, ante la
Virgen, “le pedimos al Señor que fuera santo. Se lo entregamos al Señor”.
Emocionada, también reconoce que “nuestros planes eran distintos, no sabíamos
que la voluntad de Dios iba a ser llevarse tan pronto a nuestro bebé”.
En el segundo mes de embarazo este matrimonio empezó a acerarse a la
“cruz”. Marisol comenzó a sangrar aunque en el hospital les dijeron
que todo iba bien. En la segunda, les dijeron lo mismo.
“Nuestra realidad nos hace huir del dolor, pero Jesús nos pide
acercarnos a la cruz”, cuenta ella al relatar que tres días después
tuvieron que volver al hospital por fuertes sangrados. En esa ocasión les
dijeron que era un aborto diferido.
De este modo, Marisol explica que “como madre, se
me partió el corazón por cómo me lo dijeron, cómo hablaban de Francisco, como si fuera un hijo de segunda:
nos decían que no lo buscáramos porque no lo íbamos a encontrar, que no nos
aferráramos a nada”.
"Incrementamos la
oración"
En ese momento
de gran sufrimiento, este matrimonio empezó a rezar más: “incrementamos la oración, ni
Jesús ni María nos abandonaron en ningún momento, oramos con esperanza para
que el Señor obrara el milagro y reviviera a nuestro pequeño pero siempre
aceptando Su voluntad, su Plan en nuestra Vida, pero eso sí, le pedíamos con
todo nuestro corazón que de no obrarse ese milagro pudiésemos recoger su
cuerpecito y que no terminara como un despojo médico en el hospital”.
También iniciaron una novena al Padre Pío, y al quinto día “nuestro
sacerdote trajo a Jesús Eucarístía a casa y Marisol pudo comulgar y el Señor
nos dio una gran paz. Entonces decidimos llamarle Francisco, como el nombre del Padre Pío”.
La muerte y el encuentro con su
hijo muerto
El pasado 30 de
agosto, domingo a mediodía, después de “un día durísimo, de muchísimo dolor”,
cuenta Marisol, y en medio del rezo de un rosario, “fui al baño y me di cuenta de que el bebé salía, lo pude
recoger en mis manos, me asombró lo grande que era, por lo menos unos 5
centímetros, las ecografías indicaban 5 milímetros incluso menos”. Esteban
también lo recogió, “nuestro hijo era un ser humano en pequeñito, no un
despojo. Tenía sus bracitos y sus piernecitas”.
En ese mismo lugar lo bautizaron y lo pusieron en una caja. Gracias a un
hermano de la comunidad de “Siervos
de Cristo Vivo” a la que pertenecen sabían de la existencia del
panteón para nonatos de Torrent y decidieron enterrar allí a Francisco.
Esta familia asegura que “ha sido un regalo del Señor poder darle la dignidad que se
merece como hijo de Dios, hoy hemos podido despedirle de verdad, como hay
que despedir a un hijo”.
Experiencia de cruz y de
resurrección
Esteban también
se muestra agradecido a la Iglesia porque “el mundo no tenía un lugar para mi hijo y la Iglesia me lo ha
dado, un sitio donde poder recordarle e ir a llevarle flores, así que
doy gracias a Dios”.
Tras esta experiencia Marisol afirma sentirse
“mucho más amada por el Señor”. El gran descubrimiento que les ha traído
Francisco “ha sido la
experiencia de la cruz y de la resurrección. Que no podemos huir del
dolor, porque seguimos a Uno que ha pasado por el dolor y ha resucitado”.
“Tenía miedo de esta gran prueba, no sabía
cómo iba a reaccionar, pero he descubierto que con el Señor todo es posible, y no ha sido una experiencia
traumática, sino todo lo contrario, de esperanza”. Y anima a los padres que
sufren un aborto, “a que se acerquen a Jesús Eucaristía y a los sacramentos,
que son la única manera de vivir una experiencia tan dura sintiendo la
misericordia de un Dios que nos ama infinitamente”.
“El Señor nos ha ayudado a llevar el dolor, nos ha fortalecido para dar
este paso, y hemos podido vivir esta experiencia dolorosa con alegría”. Poder
enterrar a su hijo para “no tener miedo, no esconder la realidad y confiar en
el Señor, porque nunca es bueno cerrar los ojos, aunque duela”, concluye
Esteban.
Fuente: ReL