
Por lo tanto, la Carta vuelve a proponer puntualmente lo que han enseñado los últimos Pontífices y se ha considerado necesaria ante legislaciones cada vez más permisivas sobre estas cuestiones. Sus páginas más recientes son aquéllas del acento pastoral, que se refieren al acompañamiento y cuidado de los enfermos que han llegado a la etapa final de sus vidas: el cuidado de estas personas nunca puede reducirse sólo a la perspectiva médica. Se necesita de una presencia integral que los acompañe con afecto, terapias apropiadas y proporcionadas y asistencia espiritual. Son significativas las referencias a la familia, que “necesita la ayuda y los medios adecuados”. Se requiere que los Estados reconozcan la función social primaria y fundamental de la familia "y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los recursos y las estructuras necesarias para ayudarla", sostiene el documento. De hecho, el Papa Francisco nos recuerda que la familia "siempre ha sido el 'hospital' más cercano". Y aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para unos pocos, y a menudo está muy lejos.
"Samaritanus bonus", aunque nos recuerda el drama de tantos casos de noticias que se discuten en los medios de comunicación, nos ayuda a mirar los testimonios de los que sufren y los que cuidan, los muchos testimonios de amor, sacrificio, dedicación a los enfermos terminales o a las personas con falta persistente de consciencia, asistidos por madres, padres, hijos, nietos. Son experiencias vividas diariamente en silencio, a menudo en medio de mil dificultades.
En su
autobiografía, el Cardenal Angelo Scola relató un episodio ocurrido hace años:
"Durante una visita pastoral a Venecia, un día, mientras salía de la casa
de un enfermo, el párroco local me señaló un caballero más o menos de mi edad
con un aire muy discreto. Tres semanas antes había muerto su hijo, una persona
gravemente discapacitada, incapaz de hablar o caminar, y había sido cuidado
amorosamente por él durante más de treinta años, asistiéndolo día y noche y
confortándolo con su constante presencia. El único momento en que se alejaba
era los domingos por la mañana, cuando iba a misa. Delante de esta persona
sentí una cierta vergüenza, pero como suele ocurrir con nosotros los
sacerdotes, me sentí obligado a decir algo. Dios le dará crédito por
ello, balbuceé un poco aturdido. Y me respondió con una gran sonrisa: Patriarca,
mire, ya he recibido todo del Señor, porque me hizo comprender lo que significa
amar".
Andrea Tornielli
Vatican
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