No pudo entrar en el seminario y desde entonces su
vida cayó en las drogas y el alcohol
![]() |
Monseñor Camisasa visita la prisión
en donde se encuentra recluido Luigi
|
De niño, para
burlarse de él, sus compañeros lo llamaban ‘Don Luigi’. No le importaba porque
tenía muchas ganas de ser sacerdote, y mientras tanto servía misa, rezaba,
intervenía con un reproche cuando oía jurar. No se hubiera imaginado terminar
en prisión, cumpliendo treinta años por asesinato.
Sin embargo, este no es el final de la historia de
Luigi, el nombre convencional detrás del cual se esconde una historia de caída
y renacimiento que Monseñor Massimo Camisasca, obispo de Reggio
Emilia-Guastalla, cuenta a Avvenire con el consentimiento del
interesado.
El sábado 27 de junio Luigi, que ahora tiene cuarenta
años, pronunció los votos
de pobreza, castidad y obediencia en manos de Monseñor Camisasca, con quien
desde hace algún tiempo mantiene un profundo diálogo espiritual. Hay dos
caminos que se encuentran, el de Luigi, nacido en una familia campesina, y el
de la Iglesia diocesana, que lleva tiempo realizando una importante acción
pastoral en la prisión de Reggio Emilia.
Están involucrados dos sacerdotes, Don Matteo
Mioni, de los Hermanos de la Caridad y Don Daniele Simonazzi, de los Siervos de
la Iglesia: son los que actuaron como intermediarios con el obispo cuando Luigi
expresó su deseo de hacer votos.
“En Reggio -recuerda monseñor Camisasca- dos
secciones de la articulación de salud mental permanecen activas a la espera de
la apertura del Rems, residencia para la ejecución de las medidas de seguridad.
Fue uno de los lugares que elegí visitar el 16 de diciembre de 2012, cuando
entré a la diócesis. No
sabía mucho de la realidad de la prisión, lo confieso, pero desde entonces ha
comenzado un camino de presencia, celebración y compartir que me ha enriquecido
mucho”.
Una juventud llena de desórdenes
Luigi, después
de una infancia y una adolescencia marcada por el deseo del sacerdocio, no pudo
ingresar al seminario, lo que supuso que cambiara de vida de manera abrupta. Alcohol, drogas, episodios de
violencia cada vez más frecuentes, imprudencia constante. Se distancia de
la Iglesia, de vez en cuando parece encontrar su propio equilibrio, pero la
adicción siempre acaba ganando. Está bajo los efectos del alcohol y la cocaína
incluso la noche en que, envuelto en una pelea, comete el asesinato por el que
está condenado.
En el momento del juicio, se niega a invocar la locura. Un primer signo de redención,
un primer paso en el camino del arrepentimiento y la recuperación de la
dignidad. Con la vuelta a la fe despierta la vocación, Luigi reanuda la oración, se
convierte en lector en la misa dominical en la cárcel, estudia y reza, reza
mucho, sobre todo “por la salvación del hombre que maté”, como escribió en
una de sus numerosas cartas, intercambiado con Monseñor Camisasca. “Un pasaje
que me llamó mucho la atención -dice el obispo- es aquel en el que Luigi
sostiene que ‘la verdadera cadena perpetua no se vive dentro de una prisión,
sino fuera, cuando falta la luz de Cristo’”.
La intuición de los votos surge lenta pero
claramente. “Al principio le hubiera gustado esperar a que saliera de la
cárcel. Fue Don Daniele quien le sugirió un camino diferente, que le permitiría
emprender este compromiso solemne ya ahora”, prosigue Monseñor Camisasca, que
desde septiembre del año pasado mantiene con él una relación cada vez más
estrecha.
“Ninguno
de nosotros es dueño de nuestro propio futuro -observa- y esto es aún más
cierto para una persona privada de su libertad. Por eso quería que Luigi
pensara en primer lugar en lo que significan estos votos en su condición
actual. Por eso lo invité a que pusiera por escrito sus pensamientos y expectativas.
Al final me convencí de
que en su gesto de donación hay algo brillante para él, para los demás presos,
para la Iglesia misma”, explica el prelado.
Al leer las notas de Luigi, uno se da cuenta de que
el lenguaje teológico, recién adquirido, se apoya en ocasiones en una frescura
casi infantil. He aquí, pues, que la castidad es ante todo una virtud de la mirada, la
capacidad de dirigir la mirada de modo que “humille lo exterior para que emerja
lo que es más importante que nuestra interioridad”.
La pobreza, entonces,
ofrece la posibilidad de conformarse a la “perfección de Cristo, que se hizo
pobre” promoviendo la pobreza misma “de la desgracia a la bienaventuranza”. Y
es renuncia a lo superfluo, porque “el anhelo de los excesos es síntoma de
falta de alegría”. Para Luigi, también es pobreza compartir la vida con las
personas que se mantienen junto a él.
Finalmente, la obediencia es voluntad
de escuchar, sabiendo que “Dios también habla por boca de los necios”.
“Con la pandemia todos vivimos una época de combate
y sacrificio -concluye Monseñor Camisasca-. La experiencia de Luigi puede ser verdaderamente un signo
colectivo de esperanza: no para escapar de las dificultades, sino para
afrontarlas con fuerza y conciencia. No conocía la prisión, repito, y para
mí también, desde el principio, el impacto fue muy duro.
Me parecía un
mundo de desesperación, en el que la perspectiva de la resurrección se
contradecía y negaba continuamente. Esta historia, como otras que he conocido,
prueba que no es así. El
mérito es de la acción de los sacerdotes y la extraordinaria labor de la
Policía Penitenciaria y de todo el personal sanitario, sin duda. Pero hay
más, está el misterio en el que no puedo evitar pensar cuando levanto la mirada
hacia el Crucifijo que está en mi estudio. Viene del laboratorio de la prisión,
me impide olvidar a los internos. Sus sufrimientos y sus esperanzas están
siempre conmigo. Y nos conciernen a todos”.
Fuente: ReL