Salomón o la
sabiduría de saber lo que realmente necesitas
![]() |
Pixel-Shot | Shutterstock |
Me gusta la
petición que escucho en labios de Dios: «En aquellos días, el Señor se
apareció en sueños a Salomón y le dijo: – Pídeme lo que quieras».
Dios se le
manifiesta a Salomón porque quiere saber lo que hay en su corazón. En la
respuesta que surge espontáneamente del alma me doy cuenta de la calidad de mi
corazón.
¿Qué le quiero
pedir a Dios en este momento? Me dice
que le pida lo que quiera. ¿Ocurrirá el milagro que le pida?
No es Dios como
esa máquina que dispensa bebidas obedeciendo mis órdenes. No es automático, al
menos no de la manera como yo lo espero.
Esta pregunta rompe mis resistencias a
pedir. ¿Qué necesito? ¿Qué sueño? ¿Qué desea mi corazón? Me
adentro en mi interior buscando respuestas, o necesidades concretas. ¿Qué
quiero pedirle a Dios?
«Señor, Dios mío, tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo
inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para
gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a
este pueblo tan numeroso?».
No deja de
sorprenderme su respuesta. Podía haber pedido paz, riqueza, descendencia. Podía
haber deseado una vida plena, sin fracasos, sin angustias, sin sobresaltos. Una
vida pacífica y acomodada. Podía haber pedido logros incomparables que
superaran los de su padre David.
Pero no lo
hace. Pide sólo sabiduría. Pide un corazón dócil
para gobernar, un corazón capaz de discernir el mal del bien. ¿Es eso bastante
para vivir tranquilo?
Salomón pide
lo que necesita para gobernar a un pueblo inmenso. Se siente pequeño y
necesitado. Sabe que, sin sabiduría, sin docilidad, no podrá ser un buen
gobernante.
Me sorprende cuando veo hoy a los
políticos que gobiernan la tierra. No suelen pedirle
sabiduría a Dios, ni docilidad. No suele ser su petición más corriente.
Han dejado de ver el poder como un servicio
y lo ven más como una oportunidad para
medrar, para crecer ellos, para tener más. Y retienen el poder en sus manos.
Salomón sabe
que tiene ante sus ojos una misión imposible. Gobernar con paz a un pueblo
difícil, rebelde, inmenso. Y pide docilidad, no pide tener una mano fuerte.
Pide
sabiduría para distinguir el mal del bien, no pide que su forma de gobierno
infunda el temor en los que lo siguen. Docilidad y sabiduría. Sólo son posibles
cuando vivo anclado en el corazón de Dios.
Dios
le agradece a Salomón su petición:
«Por haber pedido esto y no haber pedido
para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste
discernimiento para escuchar y gobernar, te
cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá
después de ti».
Le regala un
corazón sabio e inteligente. Eso me sorprende y me alegra. ¿Seré feliz siempre
con un corazón así? ¿Viviré largos años en la abundancia con un corazón sabio?
No
necesariamente. Ser sabio no me traerá la paz de forma natural. Pero sí me
permitirá vivir tranquilo y agradecido a Dios.
Un corazón sabio busca en todo hacer la
voluntad de Dios. Y
distinguir el bien del mal es necesario para descansar en Él.
Sólo el que busca la verdad en Dios no se
altera con las contrariedades del camino. Sabe en quién descansa y no teme el
futuro. Esa libertad interior me gusta. Quiero ser sabio, como leía el otro
día: «Hablar
es de necios, callar de cobardes y escuchar de sabios«[1].
El que es sabio sabe escuchar antes de
hacerse un juicio. Sabe callar y no decir más de lo que es necesario. Sabe
esperar su momento antes de tomar una decisión precipitada.
El hombre
sabio vive con «el oído en el corazón de Dios y la mano en el
pulso del tiempo», como decía el Padre Kentenich.
Quiero vivir
buscando en Dios el siguiente paso a dar y percibiendo en mi entorno esa voz
que palpita en la sangre, en lo que sucede.
En Él
encuentra las respuestas que busca. En Él puede descansar y sabe en cada caso
lo que tiene que hacer, decir, callar, juzgar.
Esa sabiduría
de los hombres de Dios es la que quiero. No quiero hablar por mí mismo, sino que
Dios ponga sus palabras en mi corazón.
Quiero ser el
instrumento dócil en sus manos y dejar que escuchen la Palabra de Dios en las
mías. Y sigan sus pasos en mis pasos torpes. Eso es lo que de verdad deseo.
No me importa
ser necio a los ojos del mundo mientras siga siendo sabio para Dios. No le pido
entonces la realización de mis deseos. Sino que se haga siempre su voluntad en
todos mis planes.
Esa sabiduría
que Dios me regala me hace paciente, manso, humilde, alegre, confiado y fiel.
Esa sabiduría para vivir es la que le pido a Dios cada mañana.
Que sepa descansar en Él sin temer que no
se hagan realidad todos los caminos que emprendo, todos los sueños que sueño.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia