El domingo 31 de mayo
se celebró el 50 aniversario de la restauración en la Iglesia del Orden de
Vírgenes Consagradas (OV) por parte de san Pablo VI
![]() |
‘Pentecostés’
de Marco Ivan Rupnik. Capilla del Obispado de Tenerife.
Foto:
Obispado de Tenerife
|
Fue así como surgió «la posibilidad de vivir la virginidad consagrada
permaneciendo en el mundo, sin entrar en ningún monasterio», explica Pilar La
Blanca, virgen consagrada desde 1999. Sin embargo, esta forma de consagración
data de los primeros años de la Iglesia.
Los orígenes de la
virginidad consagrada se remontan a los primeros años de la Iglesia. «Ya en los
Hechos de los Apóstoles, cuando hablan de las hijas de Felipe, al menos dos de
ellas se sabe que eran vírgenes consagradas», asegura Pilar La Blanca, que
ingresó en el Ordo Virginum en 1999.
Siguieron a las hijas de
Felipe muchas otras y, «durante los primeros siglos del cristianismo, fueron
creciendo en número y esplendor, siendo muy apreciadas entre el pueblo
cristiano». Así fue hasta el comienzo del monacato. Entonces, «se fue
dirigiendo a toda mujer que quería vivir la virginidad consagrada a hacerlo en
un monasterio», continúa La Blanca. La costumbre se convirtió en norma en el
siglo XII, concretamente en el año 1.139, cuando «la virginidad consagrada solo
podrá ser vivida bajo el amparo de una congregación religiosa».
Allí estuvo recluida esta
consagración cerca de ocho siglos, hasta hace exactamente 50 años, con el
Concilio Vaticano II recién concluido. El 31 de mayo de 1970, el Papa Pablo VI
promulgó la renovación del ritual de Consagración de Vírgenes, que supuso un
segundo florecimiento de esta vocación y abrió de nuevo «la posibilidad de
vivir en la Iglesia la virginidad consagrada, permaneciendo en el mundo sin
entrar en ningún monasterio».
Aquel día el Papa «ajustó
los textos al lenguaje actual, quitó adherencias superfluas y recuperó
fragmentos significativos que, con el paso del tiempo, habían desaparecido».
Pero «lo verdaderamente trascendental para nuestra vocación», asegura La
Blanca, «es el punto donde habla sobre las personas a las que va dirigido el
nuevo ritual: abriéndolo no solo a mujeres que viven en un monasterio, sino
también a personas que viven en el mundo. Esa fue la llave para que el Ordo
Virginum se volviera a restablecer en la Iglesia», asegura. Sin
embargo, con la aparición de las órdenes religiosas de vida activa, en la actualidad,
no todas las religiosas viven apartadas del mundo.
—Entonces, ¿cuáles son las
peculiaridades de la virginidad consagrada?
—Principalmente dos. La
diocesaneidad, pues corresponde al obispo admitir a la aspirante a su vocación
y celebrar su consagración; y, en segundo lugar, su pertenencia al Orden de
Vírgenes. Actualmente, en los textos de Derecho Canónico en uso, la expresión
orden u ordo solo es utilizada para los obispos, sacerdotes,
diáconos y para las vírgenes consagradas.
Vírgenes consagradas en
el siglo XXI
La tercera nota
característica del Ordo Virginum es la secularidad, lo que
hace que hoy encontremos vírgenes consagradas en cualquier ámbito laboral o
puesto de trabajo –en toda España había 225, pero han muerto dos durante esta
pandemia; a nivel mundial son aproximadamente 5.000–. Pilar La Blanca
actualmente trabaja de secretaria en la Conferencia Episcopal Española. Por su
parte, María Peral, otra de las 27 vírgenes consagradas de la archidiócesis de
Madrid, ejerce de enfermera en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.
De esta forma, su actividad
profesional le ha hecho estar en primera línea en la lucha contra el
coronavirus, atendiendo a los infectados. Junto a ellos desarrolla también su
actividad pastoral, que califica como «muy dura» porque «el dolor es el eje
principal».
Sin embargo, Peral describe
esta labor como «muy dignificante. Procuro llevar alegría al enfermo y
acompañarlo en esos momentos de dolor». En el fondo, añade, «es lo mismo que
hizo la Virgen con su Hijo, cuando le acompañó a los pies de la cruz». Y pone
un ejemplo: «Es habitual que cuando un enfermo se tienen que someter a una
cirugía, venga nervioso y con miedo.
Entonces, yo le digo: “No
te preocupes, hombre, que justo te han tocado los mejores cirujanos y las mejores
enfermeras de todo el hospital”». A continuación, le da la mano y añade: «Ahora
no puedes hablar porque te vamos a poner ya los cables y te vamos a dormir,
pero yo voy a rezar por ti un avemaría». Alguno replica: «Pero si yo no
voy a Misa». Y ella contesta: «Pues por eso, mejor».
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega