¿Tienes miedo al pensar en lo que viene? La pandemia es como el
desierto que el pueblo judío atravesó hasta la tierra prometida, vive este día
de hoy sin estar preocupado por lo que ocurrirá en unos meses, alguien protege
tu Vida
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Me gusta de vez en cuando mirar hacia
atrás con el corazón agradecido. Me gusta pensar en mi historia santa que voy
haciendo de la mano de Dios. Él teje una obra de arte con los hilos torpes y
frágiles de mi carne y mi alma.
Ha
respondido a mi anhelo profundo y me ha abierto una puerta en medio de las
oscuridades de la noche. Una puerta llena de luz.
Me
ha conmovido su paso rápido o lento a mi lado, guardando la distancia. Para no
presionar, para no invadir, para no forzar la libertad que Él tanto respeta.
He
palpado su mano cuando todo parecía perdido. Como ahora, cuando veo desmoronarse
a mis pies el mundo con el que he soñado.
No
era perfecto, pero estaba lleno de mis hábitos, de mis sueños, de mis pasos.
Cuando todo se rompe de golpe sin que yo tenga la culpa sólo
me queda caminar en medio de mi desierto.
No
aflojar el paso, no calmar la voz, no dormir la fuerza de mi voluntad firme y
segura. Sólo me queda confiar como si al
final del túnel fuera a aparecer una luz segura, un rayo constante, un fuego
que dé claridad a mis pasos oscuros.
Una historia que se repite
¿Cómo no seguir confiando
cuando miro la historia de los santos en la que Dios ha estado oculto,
agazapado, dispuesto a dar el salto por salvar una vida?
El pueblo de Dios caminó
cuarenta años por el desierto. Tenían dudas, miedos y deseaban volver a su
hogar abandonado, donde eran esclavos, pero vivían seguros y saciados.
Dios
se compadece de su pueblo, de su hijo y se convierte en su compañero
inseparable, de forma especial en los tiempos más duros:
«Recuerda todo el camino que el
Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para
afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón. Te alimentó con el
maná para hacerte reconocer que no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de
todo cuanto sale de la boca de Dios. No olvides a tu Dios que te sacó de la
tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto
inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una
gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en
el desierto con un maná que no conocían tus padres».
Desierto físico y espiritual
Me gusta cómo hace memoria el
pueblo judío. ¿No se parece ese desierto al tiempo que
vivo ahora? Quisiera que todo pasara y poder llegar a una
tierra prometida y desconocida al mismo tiempo. Un hogar todavía no habitado.
Una riqueza que aún no he degustado.
Me
recuerda a ese desierto en el que agua y el pan son escasos al tiempo que vivo
ahora. También siento que me falta pan, que me falta agua.
El hambre y la sed de infinito
en este desierto de la pandemia. Dios me quiere dar sólo un maná como alimento, igual que a
ese pueblo esclavo que escapaba hacia la libertad.
¿No soy yo un esclavo de tantas
cosas en mi vida aburguesada? Esclavo de placeres y posesiones. Esclavo de
éxitos y deseos satisfechos.
Esclavo de dinero y logros
Sí,
lo soy, y vivo ahora en el desierto echando de menos como el pueblo judío las
comidas de mi tiempo de esclavitud. Esclavo, pero con el estómago lleno.
Ahora
sueño con ser libre con el estómago vacío. Tengo hambre y sed y sólo recibo un
maná temporal, que se echará a perder el mismo día, como el que comía el pueblo
judío en ese desierto.
Maná para hoy
Dios viene a mi vida para cada
día. Me
alimenta para cada jornada. Pero yo le pido a Dios que me garantice el futuro,
los próximos meses.
Quisiera
congelar el pan para ir sacándolo cuando fuera necesario. No me basta ese maná
caduco de un día. Tengo miedo a la provisionalidad de mi vida.
Sólo
un día garantizado. Dios no pudo salvar la vida de Jesús a mi manera, como yo
hubiera deseado. Usó otro camino, el menos pensado, el menos esperado. También
el menos soñado para Él, pero los hombres fueron libres.
Confía
Salvó a Jesús desde la cruz
devolviéndole la vida, cuando ya estaba muerto. Lo mismo hará conmigo, aunque ahora me parezca que
se derrumban todos mis seguros, mis fortalezas, mis pilares.
Todo
parece venirse abajo en medio de una pandemia sin final claro, sin ver la luz
al final de la oscuridad del túnel.
Tengo
miedo como esos niños que no quieren cerrar los ojos en medio de la noche.
Temen los fantasmas y los ruidos que la oscuridad guarda. Surge
el miedo en mi alma al pensar en todo lo que viene.
No
hay certezas, no hay seguridades. Me asusta esta vida esquiva. Guardo ese maná
diario en mis manos queriendo sostener la vida, retenerla hasta su último
aliento.