Prodigios de la fe que
siguen moviendo corazones hoy
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Wikimedia. Saint Antoine de Padoue par Sanzio da
Varallo
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1. Los gorriones
encerrados
Fernando
(su nombre de bautismo) era un niño muy obediente, tanto con Dios como con sus
papás terrenales. Por esa razón su Papá del cielo un día lo premió. Era la
época en que los gorriones en bandadas hacían estragos en los trigales, y el
padre de Fernando le había dado la tarea de cuidar el campo de los pájaros en
su ausencia.
El
niño contento obedeció, pero en un momento sintió un fuerte deseo de ir a rezar
en la iglesia. Entonces llamó a todos los gorriones y los encerró en una
habitación. Cuando llegó su padre se enojó mucho al ver que Fernando no estaba
en el campo y lo llamó para reprocharle, pero el niño le aseguró que los
pájaros no comieron ni un grano de trigo y lo llevó hasta donde estaban encerradas
las aves, y las soltó. El padre, maravillado, abrazó muy fuerte a su hijo.
2. Tormentas del diablo
San
Antonio, como muchos grandes santos, era perseguido por el demonio, enojado
porque le quitaba muchas almas. Por lo tanto siempre buscaba molestarlo cuando
predicaba.
Un
día, cuando el santo predicaba en la ciudad de Limoges, en Francia -al aire
libre, porque la iglesia no podía contener toda la gente que había ido a
escuchar su predicación-, de repente el cielo se nubló amenazando con una
terrible tormenta.
El
público comenzó a marcharse y Fray Antonio los llamó asegurando que no les
caería ni una gota. Y así fue, llovió fuertemente alrededor de la gente,
dejando completamente seca la parte donde ellos estaban. Al final de la
predicación, todos los que asistieron alabaron al Señor y dieron gracias por lo
que acaban de presenciar.
3. La mula de rodillas
Este
es uno de los milagros más conocidos de san Antonio. Una vez, encontrándose en
Rimini, el santo trató de convertir a un hereje. Discutían sobre la real
presencia de Jesús en la Eucaristía.
El
hereje, llamado Bonvillo, lanza el desafío al fraile afirmando: si tú, Antonio,
lograras probar con un milagro que en la Comunión de los creyentes está,
velado, el verdadero cuerpo de Cristo, yo renunciaré a cada herejía y abrazaré
sin demora la fe católica. Antonio acepta el desafío convencido de conseguirlo
todo de Dios, por la conversión del hereje.
Entonces
Bonfillo, dice: yo tendré encerrada mi mula por tres días privándola de comida.
A los tres días, la sacaré ante la presencia del pueblo y le dejaré el heno
listo para que coma. Tú mientras tanto estarás por el otro lado con aquello que
afirmas ser el cuerpo de Cristo. Si el animal incluso hambriento rechaza el
alimento y adora a tu Dios yo creeré sinceramente en la fe de la Iglesia.
Antonio
rezó y ayunó todos los tres días. El día establecido, la plaza estaba repleta
de gente, todos a la espera de ver quién ganaba la disputa. Antonio celebró la
misa delante de la muchedumbre y luego con suma reverencia acercó el cuerpo de
Cristo ante la mula hambrienta y al mismo tiempo Bonfillo le enseñó el heno.
Entonces
san Antonio ordenó al animal: “En virtud y en nombre del Creador, que yo, por
indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo, oh animal, y te
ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la debida
veneración, para que los malvados herejes comprendan de este gesto claramente
que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las manos por
la dignidad sacerdotal en el altar”.
El
santo ni siquiera había acabado estas palabras cuando el animal, dejando a un
lado el heno, inclinándose y bajando la cabeza, se acercó arrodillándose
delante de la Eucaristía. Una gran alegría contagió a los fieles y el hereje
renegó de su doctrina en presencia de toda la gente y se convirtió a la fe
católica.
4. Genuflexiones extrañas
Un
día, san Antonio se cruzó en la calle con un hombre famoso por su vida
disoluta. Al verlo inmediatamente le hizo una genuflexión, llamando la atención
del hombre. Y así lo hizo las varias veces que lo encontraba. El hombre,
molesto porque pensaba que se estaba burlando de él, irritado le dijo: “Si no
terminas de burlarte de mí, te atravesaré con mi espada”, a lo que respondió el
santo: “Oh glorioso mártir de Dios, acuérdate de mí cuando estés en el
paraíso”. El hombre al oír sus palabras se echó a reír. Años después el pecador
estando en Palestina se convirtió, predicó su fe a los sarracenos y fue
martirizado, cumpliéndose la profecía del santo.
5. La predicación a los
peces
En
una ocasión, cuando un grupo de personas impedían al pueblo acudir a sus
sermones, san Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a gritar: “Oigan la
palabra de Dios, ustedes los peces del mar, ya que los pecadores de la tierra
no la quieren escuchar”.
Mientras
hablaba, los peces empezaron a unirse y a acercarse a él, sacando sus cabezas
fuera del agua para escuchar atentos las palabras del fraile que los invitaba a
alabar a Dios, creador del agua en la que encontraban su alimento y vivían en
serenidad.
Maravillados,
los pescadores corrieron a la ciudad a contar lo que apenas habían visto a los
habitantes de la aldea, y con ellos, también los herejes, se arrodillaron
escuchando las palabras de Antonio.
6. Limpieza total
Un
día se presentó delante del santo un gran pecador, decidido a cambiar de vida y
reparar todos los males cometidos. Se arrodilló a sus pies para hacer la
confesión pero fue tal su conmoción que no logró abrir la boca, y lloraba
desconsoladamente. Entonces el santo fraile le aconsejó apartarse y escribir
sobre una hoja todos sus pecados.
El
hombre obedeció y volvió con una larga lista. Fray Antonio leyó todos los
pecados en voz alta y le devolvió la hoja. ¡Cuál fue la maravilla del pecador
arrepentido, cuando vio la hoja perfectamente limpia! Los pecados
desaparecieron del alma del pecador e incluso del papel.
7. San Antonio y el Niño
Jesús
Al
santo lo vemos representado casi siempre con el Niño Jesús, y esto se debe a
que cuando era todavía un joven fraile estaba rezando solo en una habitación
donde fue hospedado para un periodo de descanso, y el dueño, espiando a
hurtadillas por una ventana, vio que el fraile tenía en sus brazos un hermoso
niño al que abrazaba y besaba con intensa contemplación.
El
hombre, atónito y extasiado por la belleza de aquel niño, se preguntaba de
dónde había salido y el mismo Niño Jesús le reveló a Antonio que el huésped
estaba observándolo. Después de larga oración, desapareció la visión, el santo
llamó al hombre y le prohibió contar lo que había visto. Con este acto de
ternura, Jesús demostraba su amor a su siervo bueno y fiel.
8. El recién nacido que
habla
En
Ferrara había un caballero extremadamente celoso de su mujer, que poseía una
innata gracia y dulzura. Quedando embarazada, injustamente la acusó de
adulterio y una vez nacido el niño, que tenía la tez bastante oscura, el marido
se convenció aún más de que esta la había traicionado.
En
el bautismo del niño, mientras el cortejo se dirigía a la iglesia con el padre,
parientes y amigos, Antonio pasó cerca de ellos y sabiendo las acusaciones del
hombre, impuso el nombre de Jesús al niño. Preguntándole quién era su padre, el
pequeño, de solo poco días de vida, apuntó con el dedo hacia su padre y luego,
con voz clara, dijo: “¡éste es mi padre!”.
La
maravilla de los presentes fue grande, y sobre todo de aquel hombre, que retiró
todas las acusaciones contra su esposa y vivió felizmente con ella.
9. La comida envenenada
Una
vez, los herejes, movidos por el odio que tenían hacia el santo, pensaron en
hacerlo morir envenenándolo y fingiendo querer discutir con él sobre algunos
puntos del catecismo y lo invitaron a un almuerzo. Nuestro fraile, que no quiso
perder la ocasión para hacer un bien, aceptó la invitación. Y le sirvieron un
plato con comida envenenada.
Fray
Antonio, inspirado por Dios, se dio cuenta y los regañó diciendo: “¿Por qué
hicieron esto?”. “Para ver – contestaron – si son verdaderas las palabras que
Jesús les dijo a los Apóstoles: “Beberéis el veneno y no os hará mal”.
Fray
Antonio se recogió en oración, trazó una señal de cruz sobre la comida y luego
serenamente comió, sin que le sucediera absolutamente nada. Confusos y
arrepentidos de su mala acción, los herejes pidieron perdón, prometiendo
convertirse.
10. ¿Quién es el culpable?
Cuando
Antonio se encontraba en Padua, sucedió en Lisboa, su ciudad natal, que un
joven mató a su mayor enemigo y lo enterró en el jardín de la familia del
santo. Cuando encontraron el cuerpo, culparon a su padre, el dueño del jardín.
Trató de demostrar su inocencia y no pudo.
Entonces
el santo viajó hasta Lisboa y se presentó ante el juez declarando la inocencia
de su padre. El juez no le creyó, así que hizo traer el cadáver ante el
tribunal y le preguntó: “¿Fue mi padre el que te mató?”. El cuerpo, resucitando,
respondió: “no, no fue tu padre” y cayó de nuevo exánime. Y el juez se
convenció de su inocencia.
Maria Paola Daud
Fuente:
Aleteia
