Palabras
del Papa antes del Regina Coeli
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Regina Coeli, 17 mayo 2020 © Vatican Media |
“Jesús
vincula el amor por Él a la observancia de los mandamientos, y en esto
insiste en su discurso de despedida: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”
(v. 15). Con estas palabras comienza el Papa en su mensaje antes de la oración
del Regina Coeli de este domingo 17 de mayo, que ha dirigido desde la
Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano.
“Como
yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34).
No dijo: “Ámame como te he amado”, sino “amaos unos a otros como yo os he
amado”. Añadió el Papa.
Exhortando.
“Los mandamientos no se nos dan como una especie de espejo, en el que ver
reflejadas nuestras miserias e inconsistencias. No, la Palabra de Dios se nos
da como la Palabra de vida, que transforma, que transforma el corazón, la vida,
que renueva, que no juzga para condenar, sino que sana y que tiene como fin el
perdón. Es la misericordia de Dios así”.
A continuación las
palabras del Papa:
Palabras del Papa antes
del Regina Coeli
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de este domingo (cf. Jn 14, 15-21) presenta dos mensajes
fundamentales: la observancia de los mandamientos y la promesa del Espíritu
Santo.
Jesús
vincula el amor por Él a la observancia de los mandamientos, y en esto
insiste en su discurso de despedida: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”
(v. 15); “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama” (v. 21).
Jesús nos pide que lo amemos, pero nos explica: este amor no termina en un
deseo por Él, o en un sentimiento, no, requiere disponibilidad de seguir su
camino, es decir, la voluntad del Padre. Y esto se resume en el mandamiento del
amor recíproco, el primer amor, dado por el mismo Jesús: “Como yo os he amado,
amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34). No dijo: “Ámame
como te he amado”, sino “amaos unos a otros como yo os he amado”. Él nos
ama sin pedirnos nada a cambio, es un amor gratuito, y quiere que este amor
gratuito se convierta en una forma concreta de vida entre nosotros: esta es su
voluntad.
Para
ayudar a los discípulos a recorrer este camino, Jesús promete que rogará al
Padre que envíe “otro Paráclito” (v. 16), es decir, un Consolador, un Defensor
que tome su lugar y les dé a ellos la inteligencia para escuchar y el valor
para observar sus palabras. Este es el Espíritu Santo, que es el don del
amor de Dios que desciende al corazón del cristiano después de que Jesús murió
y resucitó. Su amor es dado a aquellos que creen en Él y son bautizados en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Espíritu mismo los guía,
los ilumina, los fortalece, para que cada uno pueda caminar en la vida, incluso
a través de las adversidades y las dificultades, en las alegrías y las penas,
permaneciendo en el camino de Jesús. Esto es posible precisamente manteniéndose
dócil al Espíritu Santo, de modo que con su presencia operante, no sólo
consuele sino que transforme los corazones, abriéndolos a la verdad y al amor.
Ante
la experiencia del error y del pecado – que todos hacemos – el Espíritu Santo
nos ayuda a no sucumbir y nos hace comprender y vivir plenamente el significado
de las palabras de Jesús: “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (v. 15). Los
mandamientos no se nos dan como una especie de espejo, en el que ver reflejadas
nuestras miserias e inconsistencias. No, la Palabra de Dios se nos da como la
Palabra de vida, que transforma, que transforma el corazón, la vida, que
renueva, que no juzga para condenar, sino que sana y que tiene como fin el
perdón. Es la misericordia de Dios así. Una palabra que es luz en nuestros
pasos. ¡Y todo esto es obra del Espíritu Santo! Él es el don de Dios, es el
mismo Dios, que nos ayuda a ser personas libres, personas que quieren y saben
amar, personas que han comprendido que la vida es una misión para anunciar las
maravillas que el Señor realiza en aquellos que confían en Él.
Que
la Virgen María, modelo de la Iglesia que sabe escuchar la Palabra de Dios y
acoger el don del Espíritu Santo, nos ayude a vivir el Evangelio con alegría,
sabiendo que estamos sostenidos por el Espíritu, fuego divino que calienta
nuestros corazones e ilumina nuestros pasos.
Raquel
Anillo
Fuente:
Zenit