JESUCRISTO VIVE PARA SIEMPRE
II. Presencia de Cristo
entre nosotros.
III. Buscar a Cristo y
tratarle. El ejemplo de María Magdalena nos enseña que quien busca con
sinceridad al Señor acaba encontrándolo.
“María se había quedado
afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y
vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los
pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: "Mujer,
¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús,
que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué
lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la
huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has
puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!" Ella lo
reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a
decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios
de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había
visto al Señor y que él le había dicho
esas palabras” (Juan 20,11-18).
esas palabras” (Juan 20,11-18).
I. Cristo resucitado se
aparece a María de Magdala, que había sido fiel en los momentos durísimos del
Calvario. Le dijo Jesús: Mujer, ¿porqué lloras? ¿A quién buscas? Jesús le dijo:
¡María! La palabra tiene esa inflexión única que Jesús da a cada nombre
–también al nuestro- y que lleva aparejada una vocación, una amistad muy
singular. Jesús nos llama por nuestro nombre, y su entonación es inconfundible.
¡Jesucristo sigue entre nosotros! Nos llama con su acento inconfundible. Está
muy cerca de cada uno. Que las circunstancias externas, el dolor, el fracaso,
la decepción, las penas, el desconsuelo – no nos impidan ver a Jesús que nos
llama. Que sepamos purificar todo aquello que pueda hacer turbia nuestra mirada.
II. Cristo Jesús, la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre en el seno
virginal de María, está en el Cielo con aquel mismo Cuerpo que asumió en la
Encarnación, que murió en la Cruz y resucitó al tercer día. También nosotros, como
María Magdalena, contemplaremos un día la Humanidad Santísima del Señor, y
mientras tanto hemos de fomentar el deseo de verle.
Además
de estar en el Cielo, Cristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía.
“La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la
consumación de su presencia en el mundo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que
pasa). Cristo vive, y está también presente con su virtud en los sacramentos:
está en su Palabra, está presente cuando la Iglesia ora y se reúne en su nombre
(CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum Concilium). Dios habita en nuestra alma en
gracia, está más cerca de nosotros que cualquier persona que esté a nuestro
lado. No dejemos de tratarle.
III. Si contemplamos a
Cristo resucitado, si nos esforzamos en mirarlo con mirada limpia,
comprenderemos hondamente que también ahora es posible seguirle de cerca, vivir
junto a Él nuestra vida, que entonces se engrandece y adquiere un sentido
nuevo. Con el tiempo, entre Jesús y nosotros se irá estableciendo una relación
personal, -una fe amorosa- que puede ser hoy, al cabo de veinte siglos, tan
auténtica y cierta como la de aquellos que le contemplaron resucitado y
glorioso con las señales de la Pasión en su Cuerpo.
El
ejemplo de María Magdalena, que persevera en la fidelidad al Señor en momentos
difíciles, nos enseña que quien busca con sinceridad y constancia a Jesucristo
acaba encontrándolo. Iniciemos nuestra búsqueda de la mano de la Virgen,
nuestra Madre, a quien le decimos en la Salve: muéstranos a Jesús, fruto
bendito de tu vientre.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org