EL PAN QUE DA LA VIDA ETERNA
II. El Misterio de fe. La
transubstanciación.
III. Los efectos de la
Comunión en el alma: sustenta, repara y deleita.
“Nadie puede venir a mí
si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está
escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha
escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien
haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En
verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que
baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que
he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Discutían, pues, los
judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan
6,44-52).
I. Yo soy el pan vivo que
ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Jesús revela el gran misterio
de la Sagrada Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan grande que
excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe, estas palabras no tienen
sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara e inequívoca, y nos muestra el
infinito amor que Dios nos tiene. Te adoro con devoción, Dios escondido,
decimos con aquel himno a la Sagrada Eucaristía Adoro te devote, que compuso
Santo Tomás y que constituye un resumen de los principales puntos de la
doctrina católica sobre este sagrado Misterio. Te adoro, Dios escondido, le
decimos nosotros en nuestra oración, manifestándole nuestro amor, nuestro
agradecimiento y el asentimiento humilde con que le acatamos. Es una actitud
imprescindible para acercarnos a este misterio de amor.
II. La Consagración en la
Santa Misa ha sido y es la piedra de toque de la fe cristiana. Por la
transubstanciación, “convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada de pan y de vino, sino las
solas especies: Bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física,
aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar”
(PABLO VI, Mysterium fidei). En la Sagrada Comunión se nos entrega el mismo
Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre; misteriosamente escondido, pero
deseoso de comunicarnos la vida divina. Su Divinidad actúa en nuestra alma,
mediante su Humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí
en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le
decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
III. La Comunión sustenta la
vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo:
mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda
a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial. La Sagrada Eucaristía
también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita
a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la
cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día. Si se lo
pedimos, la Santísima Virgen nos ayudará a ir a la Comunión mejor dispuestos
cada día.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org